Twenty-Third Sunday in Ordinary Time, Year B-2012
- There was no needy person among them (Acts 4:34—NABRE)
We heard last Sunday: “Nothing that enters one from outside can defile that person; but the things that come out from within are what defile.” This passage in effect sets aside the law on clean and unclean food and the wall of separation between Jews and Greeks is thereby breached (Eph. 2:15) [1].
That Gentiles can enter the kingdom of God is indicated moreover in Jesus’ going off to the district of Tyre right after the discussion about cleanliness and uncleanliness. There the request for her daughter’s healing is granted to a Syrophoenician woman. The Lord does make a distinction between “children” and “dogs,” but it looks like it is just to highlight the foreigner’s insistent and great faith and to make the point that God shows no partiality and accepts Gentiles who fear him and act uprightly (Acts 10:34-35).
Jesus then leaves the district of Tyre, going by way of Sidon to the Sea of Galilee, into the district of the Decapolis. Such roundabout journey through largely Gentile region may be just another way of pointing out that God wills that all be his children, through faith in Christ Jesus, and that there be neither Jew nor Greek, neither slave nor free, neither male nor female (Gal. 3:26-28) [2].
Indeed, we who believe in Jesus Christ are urged not to show such partiality that leads to the scorning of foreigners, the poor or the female, and their being treated as inferior to citizens, the wealthy or the male. The genuine disciples will imitate their Teacher.
Jesus ate and drank with publicans and sinners, and so his reputation was stained (Mk. 2:16). Although a Jew, Jesus put in a good word for the despised Samaritans: he presented one as a model of thanksgiving and another as the hero in a parable, the passerby who did not cross to the opposite side on seeing a person in need, but rather helped him, proving himself a neighbor to one left half-dead (Lk. 17:15-17; 10:30-37). And let it not be lost on us that Jesus reveals himself in the parable as the Good Samaritan, even if such revelation lacks the explicitness of another revelation that identifies the Son of Man with the least of his brothers and sisters, which makes them our “lords and masters,” as St. Vincent de Paul puts it [3].
But above all, Jesus died for the ungodly (Rom. 5:6-8; 1 Jn. 3:16). If he, giving proof of God’s love for us sinners, gave his body up and shed his blood for us for the forgiveness of sins, shouldn’t we be willing to lay down our lives for our brothers and sisters? In imitation of the one who has done all things well in fulfillment of Isaiah’s prophecy, we will do what we can to get rid of unjust distinctions. We will wait for one another in the Church and we will gladly and generously share with the needy the much or the little we have. In conformity with St. John Chrysostom’s exhortation, we will honor the body of Christ by clothing him, for example, when we see him naked in the poor [4].
NOTES:
- [1] Cf. the footnote on Mk. 7:1-23 in the New American Bible, Revised Edition.
- [2] Cf. The New Jerome Biblical Commentary (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall, Inc., 1990) 4:50.
- [3] P. Coste X, 266; XI, 393; XII, 5.
- [4] Cf. the non-biblical reading in the Office of Readings for Saturday of the Twenty-First Week in Ordinary Time, Liturgy of the Hours.
VERSIÓN ESPAÑOLA
23° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012
- Ninguno pasaba necesidad (Hch 4, 34)
Oímos el domingo pasado: «Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre». Con este pasaje, se deja a un lado la ley sobre la comida pura e impura, y se abre una brecha en el muro de separación entre judíos y gentiles.
Que los gentiles pueden entrar en el reino de Dios, esto queda indicado además en la partida de Jesús al territorio pagano de Tiro inmediatamente después de la discusión sobre la pureza y la impureza. Allí se le concede a una sirofenicia la sanación de su hija. El Señor hace distinción, sí, entre «hijos» y «perros», pero parece que sólo para destacar la fe insistente y grande de una forastera y dar a entender que Dios no muestra favoritismo, que él acepta a gentiles que lo temen y hacen lo correcto.
De Tiro sale luego Jesús, pasando por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Dar así un rodeo por una región de gentiles mayormente es tal vez una manera más de señalar que quiere Dios que todos sean sus hijos, mediante la fe en Jesucristo, y no haya ya distinción entre judíos y gentiles, esclavos y libres, hombres y mujeres.
De verdad, se nos urge a los creyentes en Jesucristo no juntar la fe con la acepción de personas que lleve a que se les menosprecie a los forasteros, los pobres o las mujeres, y se les trate como si fueran inferiores a los nativos, los ricos o los varones. Los auténticos discípulos imitarán a su Maestro.
Jesús comía y bebía con publicanos y pecadores, por eso se manchó su reputación. Aunque judío, él dijo unas palabras en favor de los samaritanos despreciados: presentó a uno como modelo de acción de gracias y a otro como protagonista de una parábola, el transeúnte que no cruzó al otro lado del camino al ver a un necesitado, sino que lo auxilió, portándose como prójimo del medio muerto. Y que no dejemos de darnos cuenta de que Jesús se revela en la parábola como el Buen Samaritano, a pesar de que le falta a esta revelación la explicitud de otra que identifica al Hijo del hombre con sus más pequeños hermanos, lo cual los convierte en «nuestros amos y señores», como lo expresa san Vicente de Paúl (IX, 862; XI, 324).
Pero sobre todo, Jesús murió por los impíos. Si él, dando prueba del amor de Dios para con los pecadores, entregó su cuerpo y derramó su sangre por nosotros para el perdón de los pecados, ¿no debemos estar dispuestos a dar nuestra vida por los hermanos? A imitación del que todo lo ha hecho bien en cumplimiento de la profecía de Isaías, haremos lo que podamos para que se eliminen las distinciones injustas. Nos esperaremos unos a otros en la Iglesia y compartiremos alegre y generosamente con los necesitados lo poco o lo mucho que poseamos. De acuerdo con la exhortación de san Juan Crisóstomo, honraremos el cuerpo de Cristo por vestirlo, por ejemplo, cuando lo contemplemos desnudo en los pobres.