Twenty-Sixth Sunday in Ordinary Time, Year C-2013
- The community of believers was of one heart and mind (Acts 4, 32)
The rich man does not avail of Lazarus’ presence to be in solidarity with him. He maintains the separation, letting stand the sharp contrast between them. The last, then, covered with sores, remains lying at the door, with stray dogs for company; the first, for his part, holds on to his comfortable and luxurious lifestyle.
And given the saying, “Such life, such end,” it does not come as surprise that the one who has distanced himself from a kin finds himself so far off from the one who is now first. Of course, the occupier now of the last place still thinks little of Lazarus and asks that he be a servant who will bring him relief and will warn his brothers. But it appears there is nothing that can be done about him and his brothers. The seed of separation has grown into a great chasm that is impossible to cross. Moreover, because the brothers do not heed Moses and the prophets, they will not heed either someone, even if risen from the dead, who demands much more, for he is the perfect fulfillment of divine revelation.
But yes, now is the time to know and keep the Mosaic and prophetic pronouncements that forbid the exploitation and extortion of the poor. During this earthly life do we sow the seed of solidarity and abundance of the Kingdom of God as we open our hands to the destitute and see to it that no one among us is in need. Here and now is where and when we prepare for the kingdom that the King will give us as inheritance, which we do when we give food to the hungry and drink to the thirsty, welcome the immigrant, clothe the naked, care for the sick, and visit someone in prison.
And it is in this world of joyful, luminous, sorrowful and glorious mysteries do we rejoice with those who rejoice and weep with those who weep. Because darkness is still part of our present experience, we light our lamp of good works now, so that our light may shine on others and we may be witnesses of our heavenly Father, who executes justice for the orphans and the widows, befriends the aliens, and commands that we invite them to our feasts, that we not violate any of their rights, that we make easy for them to get what they need to live. Though he “alone has mortality and dwells in unapproachable light,” the Lord deigns, nonetheless, to raise the needy from the dust. Witnessing to this God, we likewise witness to his Son who was made flesh and became poor, so pained was he by our collapse.
But if, on the contrary, we see an afflicted brother and are not pained by his affliction, then, as St. Vincent de Paul says, we are mere caricatures of what a Christian ought to be (Coste XII, 27). And religious vows end up being caricatures for the one who, choosing “a following of Jesus that imitates his life in obedience to the Father, poverty, community life and chastity,” refuses to be a prophet (Pope Francis). Surely, a prophet cannot do without announcing solidarity and denouncing indifference to the poor. His direct insertion into where the poor are is more than just a fad (Pope Francis).
No, a prophet does not fail to proclaim that an integral part of the fasting that God desires is not turning our back on our own. A prophet teaches that anyone who eats and drinks lacking solidarity with the poor, such one caricatures the Eucharist and eats and drinks judgment on himself.
VERSIÓN ESPAÑOLA
26º Domingo de Tiempo Ordinario C-2013
- Todos los creyentes eran de un solo sentir y pensar (Hch 4, 32)
El hombre rico no aprovecha la presencia de Lázaro para ser solidario con él. Mantiene la separación, permitiendo que continúe el contraste marcado entre ellos. Así que el último, cubierto de llagas y hambriento, queda echado a la puerta en la compañía de perros callejeros; el primero, por su parte, no variará de su estilo de vida cómodo y lujoso.
Y dado el dicho: «A tal vida, tal muerte», no extraña que el que se ha separado de su semejante se encuentre al final muy lejos del que es ahora el primero. Claro, el ya ocupante del último puesto sigue teniéndole en poco a Lázaro y pide que sirva de criado que le alivie y les advierte a sus hermanos. Pero, por lo visto, ni él ni sus hermanos tienen remedio. La semilla de separación ha crecido hasta convertirse en un abismo inmenso imposible de cruzar. Además, como los hermanos no escuchen a Moisés y a los profetas, tampoco escucharán, aun resucitado, al que exige mucho más, siendo él el pleno cumplimiento de la revelación divina.
Pero sí, ahora es el tiempo de saber y guardar los pronunciamientos mosáicos y proféticos que prohiben la explotación y la extorsión de los pobres. Durante esta vida terrestre sembramos la semilla de la solidaridad y la abundancia del Reino de Dios mientras abrimos las manos a los desvalidos y procuramos que no haya pobres entre nosotros. Aquí y ahora es donde y cuando nos preparamos para el reino que el Rey nos dará como herencia, lo que hacemos cuando le damos de comer al hambriento y de beber al sediento, acogemos al inmigrante, vestimos al desnudo, cuidamos al enfermo y visitamos al encarcelado.
Y en este mundo de misterios gozosos, luminosos, dolorosos, y gloriosos nos alegramos con los que se alegran y lloramos con los que lloran. Porque todavía forma parte de nuestra experiencia actual la oscuridad, encendemos en estos momentos nuestra lámpara de buenas obras para alumbrar a los demás y ser testigos de nuestro Padre celestial que hace justicia a los huérfanos y a las viudas, ama a los inmigrantes, y manda que se les invite a ellos a las fiestas, que no defraudemos ningún derecho de ellos, que se les facilite encontrar lo necesario para vivir. Aunque «el único poseedor de la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible», Dios se digna, no obstante, levantar del polvo al desvalido. Al ser testigos de este Dios, damos testimonio asimismo de su Hijo, encarnado y hecho pobre, tanto que se dolía de nuestro desastre.
Pero si, por el contrario, vemos a un hermano afligido y no nos dolemos de su aflicción, entonces cristianos en pintura seremos, como lo dice san Vicente de Paúl (XI, 561). Y caricaturiza los votos religiosos quien, eligiendo «un modo de seguir a Jesús que imita su vida con la obediencia, la pobreza, la vida de comunidad y la castidad», se niega a ser profeta (Papa Francisco). Por supuesto, le es imprescindible a un profeta anunciar la solidaridad y denunciar toda forma de indiferencia a los pobres. Su inserción directa en los lugares de los pobres es más que una moda (Papa Francisco).
No, no deja de proclamar un profeta que parte integral del ayuno que desea Dios es el no despreocuparnos de un hermano necesitado. Enseña un profeta que quien come y bebe sin ser solidario con los pobres ridiculiza la eucaristía y se come y se bebe su condena.