Twenty-Sixth Sunday in Ordinary Time, Year B-2018
- Wholeness and Unity of the Body of Christ
Jesus gives spiritual gifts to us who gather in his name. He expects us to keep the wholeness and unity of the Spirit through the bond of peace.
Right after Adam and Eve have given in to the serpent’s temptation, their personal wholeness starts to erode. For they no longer feel as before, comfortable in their own skin. Seeing now their nakedness and feeling ashamed, they make loincloths with fig leaves.
And Adam’s answer, as God tells him to his face that he has disobeyed, shows that sin also leads to separation of people. The man, yes, blames the woman. What he says is surely a far cry from what he exclaimed earlier, “This one, at last, is bone of my bones, and flesh of my flesh!” There is, then, a denial of the wholeness of the couple made one flesh.
Jesus wants us to preserve wholeness; we are all one in him.
Giving his body up and shedding his blood, Jesus has broken the wall that separates us from one another. He who is our peace wants us to recover the wholeness that he has wished for us from the beginning. We are all one in him. So, there is neither Jew nor Greek, neither slave nor free person, there is not male and female.
This means, among other things, we need not see enemies everywhere. After all, those who are not against us are for us. Even complainers and malcontents can become, by God’s grace, our partners (SV.EN II:425).
No, we cannot do without wholeness, which entails partnership with others. Because it is hard for us adults to accept this, Jesus rightly urges us to become like children.
Children effectively admit their dependence on others. We adults, on the other hand, tend to fool ourselves believing we can do it all by ourselves. We easily forget that God does not save human beings merely as individuals, without bond or link between one another. Rather, he brings them together as one people (LG 9).
And we cannot put selfish search for recognition—for ourselves or our group—ahead of the proclamation of the Gospel. Not ahead either of the protection of the helpless. In fact, announcing the Good News to the poor does not only mean that we help them in every way. It means, moreover, that we see to it that others help them likewise (SV.EN XII:77). Obviously, we cannot, by ourselves alone, protect the helpless and prevent scandals and deceits.
Bringing Good Tidings to the poor and the helpless also demands sacrifices. Ironically, one must be ready to suffer dismemberment to become an instrument of wholeness.
Lord Jesus, you send the Holy Spirt to bring together those whom sin has driven apart. Help us to be, in the world, the leaven of wholeness, unity and peace.
30 September 2018
26th Sunday in O.T. (B)
Num 11, 25-29; Jas 5, 1-6; Mk 9, 38-43. 45. 47-48
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Integridad y unidad del Cuerpo de Cristo
Jesús nos da dones espirituales a los congregados en su nombre. Espera que nosotros guardemos la integridad y la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz.
Nada más caer Adán y Eva en la tentación serpentina, se les comienza a corroer la integridad personal. Pues, ya no se sienten como antes, cómodos consigo mismos, aun desnudos. Descubriendo ahora su desnudez y avergonzados, entrelazan hojas de higuera y se las ciñen.
Y la respuesta de Adán, al echarle en cara Dios su desobediencia, indica que el pecado causa desunión social también. El hombre culpa, sí, a la mujer. Lo que dice él dista mucho, claro, de su exclamación anterior: «Ésta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne!». Así que resulta desmentida la integridad de la pareja hecha una sola carne.
Jesús quiere que mantegamos la integridad; todos somos uno en él.
Ha derribado Jesús, entregando su cuerpo y derramando su sangre, el muro que nos separa unos de otros. El que es nuestra paz nos quiere recobrando la integridad que ha deseado para nosotros desde el principio. Todos somos unos en él, por tanto, ya no hay judío y griego, esclavo y libre, hombre y mujer.
Esto quiere decir, entre otras cosas, que no hay que ver enemigos en todas partes. Después de todo, los que no están contra nosotros están a favor nuestro. Incluso los quejosos y los descontentos pueden ser, por la gracia de Dios, colaboradores nuestros (SV.ES II:319).
No, no podemos prescindir de la integridad que supone la colaboración de los demás. Porque nos cuesta a los adultos admitir esto, con razón se nos exhorta a que seamos como niños.
Efectivamente, los niños aceptan su dependencia de los otros. Los adultos, en cambio, nos inclinamos a hacernos la ilusión de que todo lo podremos solos. Fácilmente nos olvidamos de que Dios salva a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo (LG 9).
Y no hay que anteponer nuestra búsqueda egoísta del reconocimiento, —para nosotros mismos o para nuestro grupo—, a la proclamación del Evangelio. Ni a la protección de los indefensos tampoco. De hecho, anunciar la Buena Nueva a los pobres no solo quiere decir asistirles nosotros mismos de todas las maneras, sino procurar también que los demás les asistan asimismo (SV.ES XI:393). Obviamente, no podemos proteger a los indefensos ni prevenir escándalos y fraudes por propia cuenta solo.
La proclamación de la Buena Noticia a los pobres y a los indefensos requiere sacrificios también. Irónicamente, tiene que estar dispuesto uno a sufrir desmembración para ser instrumento de integridad.
Señor Jesús, envías el Espíritu Santo para que nos congregue a los disgregados por el pecado. Ayúdanos a ser, en el mundo, fermento de integridad, de unidad y de paz.
30 Septiembre 2018 26º Domingo de T.O. (B) Núm 11, 25-29; Stg 5, 1-6; Mc 9, 38-43. 45. 47-48