Twenty-Seventh Sunday in Ordinary Time, Year A-2014
- Keep on doing what you have learned (Phil 4, 9)
The vineyard of the Lord is his people. He looks for choice and abundant harvest in them.
God has chosen us so we may bear lasting fruit. He does everything to help us be all that we can be, sending us even his only Son so that we may believe in him and have life. The Lord takes care of us as a dedicated landowner takes care of his vineyard. He invests much in us. Unfortunately, we disappoint him all too often.
Perhaps no longer taking place among us Christians are the injustices or indifferences towards the poor that the prophet Isaiah denounced. But we are still far from being perfect, holy or compassionate as our heavenly Father is. We find it difficult to put into practice the advice, “Have no anxiety at all.” We have no problem with the joyful, luminous and glorious mysteries, but what about the sorrowful?
We are still susceptible to hypocrisy and worldliness. Not without good reason did Pope Francis call the attention of the religious communities in Korea: “The hypocrisy of those consecrated men and women who profess vows of poverty, yet live like the rich, wounds the souls of the faithful and harms the Church. Think, too, of how dangerous a temptation it is to adopt a purely functional, worldly mentality which leads to placing our hope in human means alone ….”
The Pope also reminded the bishops of Korea of the temptation that arises in times of prosperity. Assured of our well-being and comfort, we easily forget that “the poor are at the heart of the Gospel”—also “present there from the beginning to the end”; we easily become “a rich Church for the rich, a middle-class Church for the well-to-do, so that “the poor even feel ashamed to be a part” of it.
No, it is not improbable that we too could be reprimanded by St. Paul for our participation in the Eucharist without discerning the body of Christ. And if we are reprehensible, then, it is not improbable either that applicable to us—because of our unfruitfulness or our arrogance in our leadership roles—is the warning: “I say to you, the kingdom of God will be taken away from you and given to a people that will produce its fruit.”
And thinking like Jesus, St. Vincent de Paul tells us, “We must fear, gentlemen, we must fear that God may take this harvest from us, for he gives his graces to others if we fail to use them as we ought” (Abelly [1664] II: 277).
- Lord, your generous love surpasses all our desires. Forgive our failings and guide our feet into the way of salvation.
VERSIÓN ESPAÑOLA
27º Domingo de Tiempo Ordinario A-2014
- Lo que aprendisteis, ponedlo por obra (Fil 4, 9)
La viña del Señor es su pueblo. De su pueblo espera el Señor la más selecta y abundante cosecha.
Dios nos ha elegido para que demos fruto duradero. Él hace todo para ayudarnos a alcanzar nuestro máximo potencial, enviándonos incluso a su único Hijo para que creamos en él y tengamos vida. El Señor cuida de nosotros como cuida de su viña un propietario diligente. Invierte mucho en nosotros. Desafortunadamente, lo decepcionamos no pocas veces.
Quizás ya no existen entre los cristianos ni las injusticias ni las indiferencias hacia los pobres que el profeta Isaías denunciaba. Pero estamos lejos aún de ser perfectos, santos o compasivos como lo es nuestro Padre celestial. Nos cuesta poner en práctica el consejo: «Nada os preocupe». Ningún problema tenemos con los misterios gozosos, luminosos y gloriosos, pero, ¿qué de los dolorosos?
Aún somos suscetibles a la hipocresía y mundanidad. No sin razón llamó el Papa Francisco la atención de los religiosos de Corea: «La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos …».
También les recordó el Papa a los obispos de Corea la tentación de la prosperidad. Teniendo asegurado nuestro bienestar, fácilmente nos olvidamos de que «los pobres están en el centro del Evangelio»—«también al principio y al final»; fácilmente nos transformamos en una Iglesia rica para los ricos o una Iglesia de clase media para los acomodados, «en la que los pobres llegan incluso a sentir vergüenza».
No, no es improbable que también a nosostros nos reprenda san Pablo por nuestra participación en la Eucaristía sin discernir el cuerpo de Cristo. Y si somos reprensibles, entonces no es improbable tampoco que sea aplicable a nosotros—a causa de nuestra infecundidad o de nuestros protagonismos arrogantes—la advertencia: «Os digo que se os quitará a vosotros el reino de Dios y se dará a un pueblo que produzca sus frutos».
Y pensando como Jesús, san Vicente de Paúl nos dice: «Temamos, señores, temamos que Dios nos quite esta cosecha que nos ofrece; pues, cuando uno no usa sus gracias debidamente, él se las pasa a otros» (Abelly [1664] II:277).
- Tu generoso amor, Señor, desborda todos nuestros deseos; perdona nuestras ofensas y guía nuestros pasos por el camino de la salvación.