Twenty-Ninth Sunday in Ordinary Time, Year C-2022
- Cries of Those Who Are Poor for Justice
Jesus is the help that comes from above. He is at once the unflagging prayer for the poor and the saving answer to their cries.
Jesus tells his disciples the parable of the widow and the judge. He wants to teach them how they should pray to the one who hears the cries of the poor.
They should pray to God as the widow nags the judge as she asks him for justice. That is to say, they should always pray and not get weary.
The judge who neither fears God nor cares about others does not heed her time and again. But time and again, too, she comes to him. In the end, she so annoys him that he can take it no more. So, he gives in just so she leaves him alone once and for all.
But done with telling the parable, Jesus highlights what the dishonest judge says. It means that there are two more lessons about prayer that the disciples have yet to learn.
In the first place, they are to have trust when they pray. For if the bad judge does justice to the widow, then God will hear the cries of his chosen ones. After all, he is very good. He will promptly do right by those who cry out to him day and night; they need not wait.
In the second place, the disciples’ prayer cannot but be cries for justice. Christians are to stay true to the prayer their Lord has taught as it asks: “Your kingdom come.” And to say “God reigns” is to say “Justice reigns.” In fact, St. Matthew says that to seek the kingdom of God is to seek justice at the same time.
Jesus’ cries for justice
Jesus tells his disciples, yes, to ask for justice from God always, tirelessly, with trust, with loud cries, too. And their Teacher does what he asks them to do. That is to say, he practices what he preaches; with him, words come hand in hand with deeds (SV.EN IX:327).
So, Jesus prays. He “is always before the Father in prayer” (TWVDP 32). Texts from St. Luke, in particular, prove true such saying about Jesus’ prayer.
And we read, too, that Jesus cries out loud as he prays: “My God, my God, why have you forsaken me?” (Mt 27, 46; Mk 15, 34); “Father, into your hands I commend my spirit.” Yes, “he prays with loud cries and tears to God.
But such prayer with loud cries and tears does not mean resignation in the face of injustice. Like the widow, Jesus is asking for justice; his death is a cry against injustice. He is, in death, the help that comes from above. And the prayer of the one who gives his body up and sheds his blood does not change God; it changes us (see CVV Pilgrimage to the Border; Freund).
Lord Jesus, makes us listen to you and learn from you. For you are the Word that teaches us to pray unceasingly, unflaggingly, even with loud cries and tears. And grant that we proclaim you tirelessly, in season and out of season. We will thus help to keep faith alive on earth. And to prop up believers, so that they may keep high the hands they raise in prayer.
16 October 2022
29th Sunday in O.T. (C)
Ex 17, 9-13; 2 Tim 3, 14 – 4, 2; Lk 18, 1-8
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Gritos de los pobres por la justicia
Jesús es el auxilio que viene de lo alto. Él es a la vez la oración sin cejar por los pobres y la respuesta salvadora a sus gritos.
Cuenta Jesús a sus discípulos la parábola de la viuda y el juez. Quiere el Maestro enseñarles a los suyos cómo tienen que orar al que oye los gritos de los pobres.
Han de orar a Dios de la misma manera que la viuda fastidia al juez al reclamarle justicia. Es decir, orarán siempre sin desanimarse.
El juez, que no teme a Dios ni se preocupa por los demás, una y otra vez no le hace caso a ella. Pero una y otra vez también se presenta ella delante de él. Al fin, se pone ella tan pelmaza que él ya no la aguanta. Hace, pues, el juez lo que pide la viuda, para que ella le deje en paz de una vez.
Pero tras contar la parábola, Jesús resalta lo que se ha dicho el juez que no tiene escrúpulos. Es que los discípulos han de aprender dos lecciones más que tienen que ver con la oración.
En primer lugar, han de orar ellos con confianza. Pues si un juez malo le hace justicia a la viuda, entonces, Dios escuchará los gritos de sus elegidos. Es que él es muy bueno. Enseguida les hará justicia a los que le gritan día y noche; no los hará esperar.
En segundo lugar, la oración de los discípulos no pueden sino ser gritos por la justicia. Los cristianos han de ser fieles a lo que se pide en la oración que su Señor les ha enseñado: «Venga tu reino». Y decir: «Reina Dios» es decir: «Reina la justicia». De hecho, dice san Mateo que [https://www.biblegateway.com/passage/?search=Mateo+6%3A33&version=BLP buscar el reino de Dios es a la vez buscar su justicia.
Gritos de Jesús por la justicia
Jesús les dice, sí, a los discípulos que reclamen justicia a Dios siempre, sin cejar, con confianza, a gritos también. Y su Maestro hace lo que quiere que hagan ellos. Es decir, practica él lo que predica; no se contenta con hablar, sino que hace (SV.ES IX:381).
Así que Jesús ora. «Está siempre en oración en la presencia del Padre». Los textos de san Lucas, en particular, demuestran que es cierto ese dicho sobre la oración de Jesús.
Y se lee también que a gritos ora Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por que me has abandonado?» (Mt 27, 46; Mc 15, 34); «¡ Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». De verdad, Jesús ora a Dios a gritos y con lágrimas.
Pero esa oración a gritos y con lágrimas no quiere decir resignación frente a las injusticias. Cual la viuda, más bien, reclama él la justicia; su muerte es un grito contra las injusticias. Él es, por sumuerte, el auxilio que viene de lo alto. Y la oración del que entrega su cuerpo y derrama su sangre no cambia a Dios, sino a nosotros (véase Peregrinación a la frontera; Freund).
Señor Jesús, haz que te escuchemos y aprendamos de ti. Pues eres tú la Palabra que nos enseña a orar sin cesar, sin cejar, a gritos y con lágrimas. Y concédenos proclamarte, insistiendo a tiempo y a destiempo. Ayudaremos así a que se conserve la fe en la tierra. Y a que los creyentes puedan mantener en alto las manos alzadas en oración.
16 Octubre 2022
29º Domingo de T.O. (C)
Éx 17, 9-13; 2 Tim 3, 14 – 4, 2; Lc 18, 1-8