Twenty-Fifth Sunday in Ordinary Time, Year A-2014

From VincentWiki
Conduct worthy of the Gospel (Phil 1, 27)

God wants all human beings to be saved and to come to the knowledge of the truth. Those who really know him and the truth have concern, just like Jesus, for everyone.

Jesus is determined to accomplish his project. Time and again he invites to the heavenly kingdom all the people he meets. He does not find tiring or tedious doing repeatedly the same thing.

Nor does he appear picky with those who are coming forward, ready to work together in the project of the kingdom that leads to a better world. It must be due to his sense of urgency. So then, he enlists all of them, gives them work and compensates them fairly and generously with nothing less than the enjoyment of the kingdom itself.

But there are always those who grumble who apparently are looking not so much for the kingdom as for themselves. Their thoughts and ways are not God’s. They exert efforts to be seen in public as people of great prominence. They deem themselves entitled to the best seats.

The grumblers are locked up in their own interests. They are not aware of those in need, nor do they put themselves on the same level as the common folks or, much less, as a marginalized person, to whose marginalization they have contributed because of their claims of superiority. They are proponents of exclusivism. They do not believe that God wills the salvation of everybody

They do not understand either that God saves by his grace those with faith. They think they deserve salvation because of their learning, abilities and blameless conduct. They advocate for meritocracy, as if there were such a thing. For really, what do we possess that we have not received?

We Christians consider ourselves to be the last that have become first. But just the same, we can easily revert back to our previous state. But this will not happen to us surely—and what happiness it will be besides, according to St. Vincent de Paul—if we “do that for which our Lord came from heaven to earth, and by means of which we too shall go to heaven (Coste XII:4).

We will go to heaven if we are faithful to the commission, entrusted by the deeply Committed Missionary who, taking the place of his servants, never tired of, nor got annoyed with going out to evangelize and welcome all kinds of people, especially the burdened, the helpless, the excluded. Blessed are we, if we contribute to the poor being filled with bread, the priests being clothed with salvation, and the faithful ringing out their joy.

And if we humble ourselves like the Master who washed his disciples’ feet, then one day he will gird himself, have us recline at table and proceed to wait on us.


VERSIÓN ESPAÑOLA

25º Domingo de Tiempo Ordinario A-2014

Una vida digna del Evangelio (Fil 1, 27)

Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen a conocer la verdad. Los que realmente conocen a él y la verdad se preocupan, como Jesús, por todas las personas.

Jesús está decidido a realizar lo que tiene proyectado. Una y otra vez sale a invitar al reino celestial a todas las personas con que se encuentra. No le resulta incómodo ni tedioso seguir haciendo la misma cosa repetidamente.

Ni se muestra quisquilloso con los que se presentan listos para cooperar en el proyecto del reino que conduzca a un mundo mejor. Debe ser por el sentido de urgencia que tiene. Así que recluta a todos ellos y les da trabajo, y después les recompensa justa y generosalmente con nada menos que el disfrute del reino mismo.

Pero nunca faltan los murmuradores, quienes buscan no tanto el reino de Dios como a sí mismos. Sus planes y caminos no son los de Dios. Se esfuerzan por exhibirse ante el público como personas super eminentes. Se piensan con derecho a los mejores puestos.

Los protestadores están encerrados en sus intereses. No se dan cuenta de los necesitados ni se allana con la gente común, ni menos, con un marginado, a cuya marginación han contribuido debido a sus pretensiones de superioridad. Son propugnadores del exclusivismo. No creen que Dios busca la salvacion de todos.

Tampoco entienden que Dios por su gracia salva a los con fe. Se consideran merecedores de la salvación a causa de su erudición, sus habilidades y su conducta intachable. Abogan por la «meritocracia», como si hubiera tal cosa. Pues realmente, ¿qué tenemos que no hayamos recibido?

Los cristianos nos consideramos los últimos que se han hecho primeros. Pero igual, podemos fácilmente volver al puesto de antes. Pero no nos pasará esto seguramente—y qué dicha además, según san Vicente de Paúl—si hacemos «aquello por lo que nuestro Señor vino del cielo a la tierra, y mediante lo cual nosotros iremos de la tierra al cielo» (XI:324).

Iremos a cielo si somos fieles a la comisión confiada por el muy Celoso Misionero, quien, tomando el lugar de sus criados, jamás se cansó ni se fastidió de salir evangelizando y acogiendo a toda clase de gente, especialmente a los agobiados, desvalidos, excluidos. Dichosos seremos si contribuimos a que los pobres se sacien de pan y los sacerdotes se revistan de salvación y los fieles aclamen con vítores.

Y si nos humillamos como el Maestro que lavó los pies a sus discípulos, entonces un día él se ceñirá, nos hará sentar a la mesa y nos irá sirviendo.