Twentieth Sunday in Ordinary Time, Year A-2011

From VincentWiki
Do not neglect hospitality, for through it some have unknowingly entertained angels (Heb. 13:2—NABRE)

Two Saturdays ago, in the afternoon, I saw a car in the parking lot of our church with a bumper sticker reading, “Work harder … millions on welfare depend on you.”

I do not doubt it that many will agree with the owner of the car and will find the bumper sticker witty. What I do not know is whether the owner paid attention to the gospel reading of the Mass that afternoon and had a change of mind afterwards. I wonder if he came to accept Jesus’ challenge to his disciples before he multiplied the loaves, “There is no need for them to go away; give them some food yourselves.” Could it be that after the Mass the owner of the car felt embarrassed by the bumper sticker or did he perhaps continue to be proud of it?

In any case, it seems there is no lack of those who take persons on welfare as dispensable objects to poke fun at readily. It is facilely believed that such persons simply take advantage of the goodness and benevolence of the state. And especially blamed for the country’s budgetary crisis are the widows or single mothers and their children as well as foreigners. It is said that the relief and joy of the widows and orphans, of single mothers and their children with absent fathers, are the pain and burden of the taxpayers just as the immigrants’ dream is the citizens’ nightmare. Generalizations are made about some of these “opportunistic freeloaders” and they are demonized and deemed guilty of horrendous and heinous crimes, as the governor of Arizona alleged. To these “dogs” or “pigs” should not be given either the culture’s treasures or the country’s funds or the bread that rightly belongs to the true children. Not only do these criminals not deserve any assistance; they should be run out of the country.

But he proclaims himself protector of the most vulnerable, like the strangers, widows or orphans, our heavenly Father who makes his sun to rise on the good and the bad, and causes rain to fall on the just and the unjust, and thus makes clear that grace is grace precisely because no one merits it because of his good works (Ex. 22:21-24; Mt. 5:45; Rom. 11:6). The Lord God wants to bring foreigners to his holy mountain.

And the Son of Man has not come to call the righteous, but sinners. Not allowing himself to be hemmed in by the narrow confines of cultural dictates (with regard, for example, to what is clean and unclean), but rather thinking and acting outside the box, the customs or the norm, Jesus grants the wish of a woman, a Canaanite besides, although with such and admirably great faith that it should arouse jealousy in the apostle Peter who, for his little faith, fell short of his goal of reaching Jesus walking on the water. “The multicultural Christ,” to use an expression of Father Robert P. Maloney, C.M. [1], realizes that his mission embraces not just the lost sheep of Israel but also those of the nations. He becomes aware that the despised and taken for dogs are quite capable of showing themselves to be tender and lovable pets that eat the scraps that fall from their masters’ table, and which, when reprimanded or rebuffed, do not turn rabid and violent like those people who led the Evangelizer of the poor to the brow of a hill to hurl him down headlong (Lk. 4:28-29).

There is really no need to dismiss those on welfare, not even when one is taking part in the Eucharist or prayer. Both the Eucharist and prayer continue on in the attention given to the poor. To leave Mass or prayer to attend to the poor is, according to St. Vincent de Paul, to leave God for God [2]. Whoever lets a poor man go away without being attended to runs the risk of being counted among those who will hear one day, “Depart from me, you accursed, into the eternal fire prepared for the devil and his angels.”

NOTES:

[1] “Cinco Rostros de Jesús,” at http://somos.vicencianos.org/blog/2011/08/cinco-rostros-de-jesus/ (accessed August 10, 2011).
[2] P. Coste IX, 319.

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VERSIÓN ESPAÑOLA

20° Domingo del Tiempo Ordinario, Año A-2011

No os olvidéis de practicar la hospitalidad, pues por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles (Heb. 13, 2)

Hace dos sábados, por la tarde, vi en un auto en el aparcamiento de nuestra iglesia una pegatina de parachoques con este dicho: «Trabaja más duro … que de ti dependen millones de recipientes de asistencia social».

No lo dudo que muchos, poniéndose de acuerdo con el dueño del auto, hallarán gracioso y agudo el dicho de la pegatina. Lo que no sé es si el dueño se fijó bien en el evangelio de la misa de aquella tarde y cambió de parecer luego. ¿Acaso llegó él a aceptar el desafío planteado por Jesús ante los discípulos: «No hace falta que se vayan, dadles vosotros de comer», antes de que éste multiplicó los panes? ¿Sería que después de la misa el dueño del auto se avergonzase de la pegatina o siguiera orgulloso todavía de ella?

De todos modos, parece que nunca faltan quienes toman a las personas que reciben asistencia social por objetos dispensables de los cuales uno hace donaire sin vacilación. Fácilmente se cree que esas personas no hacen más que aprovecharse de la beneficiencia y la benevolencia del estado. Y se les echa la culpa de la crisis presupuestaria del país especialmente a las viudas o madres solteras con sus hijos y asimismo a los forasteros. Se dice que el alivio y la alegría de las viudas y los huérfanos, o de las madres solteras y los hijos con padres ausentes, son el peso y el dolor de los contribuyentes igual que el sueño de los inmigrantes es la pesadilla de los ciudadanos o oriundos legítimos del país. De algunos de los considerados «aprovechados» se hacen generalizaciones y se les demoniza a ellos, siendo responsables supuestamente de crímenes horrendos y nefarios, como alegaba, por ejemplo, la gobernadora de Arizona en los EE.UU. A estos «perros» o «cerdos» no se les deben dar ni los tesoros de la cultura ni los fondos del país ni los panes que les toca a los verdaderos hijos. No sólo no se merecen los criminales ninguna asistencia; deben ser echados del país.

Pero se proclama el protector de los más vulnerables, como los forasteros, las viudas y los huérfanos, el Padre celestial que hace salir su sol sobre tanto los buenos como sobre los malos y que envía la lluvia sobre los justos e injustos por igual, y así da a entender que la gracia es la gracia precisamente porque nadie se la merece por sus buenas obras (Ex. 22, 21-24; Mt. 5, 45; Rom. 11, 6). El Señor Dios busca traer a su Monte Santo a los extranjeros.

Y el Hijo del Hombre no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Sin dejarse confinar por lo que dicta la tradición judía (referente, por ejemplo, a la cuestión de la pureza e impureza), sino que pensando y actuando fuera del molde, convenio o la norma, Jesús cumple el deseo de una mujer, y cananea además, pero de fe admirablemente grande que debe despertar emulación en el apóstol Pedro que por tener poca fe no alcanzó del todo su meta de llegar a Jesús caminando sobre el agua. «El Cristo multicultural», por usar las palabras del Padre Robert P. Maloney, C.M., es consciente de que su misión abarca no sólo las ovejas descarriadas de Israel sino también las de las naciones. Se da cuenta de que los despreciados y tomados por perros son bien capaces de mostrarse como tiernas y amables mascotas que se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos y que, cuando se les reprenda o rechace, no se vuelven rabiosas y violentas como aquella gente que intentaron a arrojar al Evangelizador de los pobres por el precipicio (Lc. 4, 28-29).

No hace falta realmente que se despida a los que se sirven de asistencia social, siquiera cuando uno esté participando en la Eucaristía o la oración. Tanto la Eucaristía como la oración se continúan en la atención que se da a los pobres, sea forasteros, viudas o huérfanos. Dejar la misa o la oración por ellos es, según san Vicente de Paúl, dejar a Dios por Dios (IX, 297). Quien permite que se vaya un pobre sin que a éste se le asista corre el riesgo de contarse entre aquellos que oirán algún día: «Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles».