Thirty-Fourth Sunday in Ordinary Time: Solemnity of Christ the King, Year A-2011
- Do not be afraid any longer, little flock, for your Father is please to give you the kingdom (Lk. 12:32—NABRE)
“Long live Christ the King!” Many a martyr made use of such effusive cry to respond to those who were about to execute them. Indeed, faith in Jesus Christ as King of the universe was what gave courage to Christians facing persecution and death.
The same faith sustains and strengthens the least of Jesus’ brothers and sisters. They do not give up even though they are familiar with hunger and thirst, rejection and nakedness, imprisonment and illness, and threatened by all kinds of evil, including violent and cruel death. It is because their hope in Christ is not limited to this life only.
The poor wait in joyful hope for the coming of our Savior Jesus Christ, the risen from the death, the firstfruits of those who have fallen asleep. As the firstfruits, Jesus guarantees the resurrection in glory of all those who belong to him. The powerless await him who will destroy every sovereignty and every authority and power, and will vanquish the last enemy, death. And the deity of the awaited one cannot be doubted, for applied to him are attributes belonging to God himself such as his being the supreme judge, his being the Son of Man or the king who comes with all the angels, and his being the chief shepherd who takes upon himself the duties neglected by shepherds appointed by him but who have turned irresponsible and unreliable [1].
Being thus divine and, therefore, almighty, the Savior can get the least of his brothers and sisters out of all straits. Through Christ who empowers them, they have the strength for everything notwithstanding the constant danger they are in (Phil. 4:13; 1 Cor. 15:30). It can be that other members of the Church do not count those who have nothing among the people renowned for being approved, so that everybody goes ahead with his own meal and the have-nots go hungry (cf. 1 Cor. 11:19-21). Even leaders, engrossed that they may be in trying to assure for themselves access to the powerful and the influential, may ignore the insignificant. Everyone may fail and disappoint the poor, but not the one who is not ashamed to call them brothers and sisters (Heb. 2:11).
In becoming like us in all things but sin, Jesus makes clear that our nothingness or smallness or poverty is a reason to hope and not a reason to despair, since from emptiness and humiliation arise exaltation and glory (Heb. 2:17-18; 4:15, Phil. 2:6-11). To the poor belongs the kingdom of heaven, while it is extremely difficult for the rich to enter the kingdom of God.
And those who sell their belongings and give alms, those who take the lowest places, those who serve, those who suffer and go through trials—on these does Jesus confer a kingdom just as his Father has conferred one on him, that they may eat and drink at his table in his kingdom (Lk. 12:33; 22:26-30). Needless to say, those who truly recognize Jesus in the Holy Eucharist also recognize him in the poor, and they do not hesitate to leave Jesus for Jesus, as St. Vincent de Paul would put it [2].
Hence, the cry of “Long live Christ the Kings!” is a good response to the cry of “I don’t give a darn” that comes from those who do not have eyes and a heart directed to the poor and do not care at all that the poor endure thirst, hunger, loneliness and misfortune.
NOTES:
- [1] Cf. http://www.biblegateway.com/resources/commentaries/IVP-NT/Matt/Division-Sheep-Goats (accessed November 16, 2011).
- [2] P. Coste IX, 319.
VERSIÓN ESPAÑOLA
34° Domingo del Tiempo Ordinario, Jesucristo Rey del Universo, Año A-2011
- No temas, pequeño rebaño; porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el reino (Lc. 12, 32)
«Viva Cristo Rey!» De este grito efusivo de fe se sirvieron muchos mártires para responder a los que estaban para ejecutarles. De verdad, la fe en Jesucristo como el rey del universo fue lo que les dio valentía a los cristianos al verse frente a la persecución y la muerte.
La misma fe les sostiene y fortalece a los más pequeños hermanos de Jesús. No se dan por vencidos a pesar de ser ellos hombres de sed y hambre, rechazo y desnudez, encarcelamiento y enfermedad, y les amenaza mal de todo tipo incluso la muerte violenta y cruel. Es que su esperanza en Cristo no es sólo para esta vida.
Los pobres esperan la gloriosa venida de su Salvador Jesucristo, el resucitado de entre los muertos, el primero de todos que, siendo la primicia, garantiza la resurreción a la gloria de todos los que son de él. Los sin poder esperan al que aniquilará todo principado, poder y fuerza, y vencerá el último enemigo, la muerte. Y no se puede dudar de la deidad del esperado, puesto que a él se le aplican atributos propios de Dios mismo, como el ser el juez supremo, el Hijo del hombre o el rey que viene acompañado por todos los ángeles y el pastor supremo, quien él mismo asume en persona los deberes a los que han faltado los pastores nombrados por él, cierto, pero que se han vuelto irresponsables y no fiables.
Así de divino y, por ende, todopoderoso, el Salvador puede sacar a los más pequeños de todo apuro. En Cristo que les fortalece todo lo pueden ellos a pesar del peligro a que se exponen a todas horas (Fil. 4, 13; 1 Cor. 15, 30). Puede ser que otros miembros de la Iglesia no les cuenten a los que no tienen nada entre los aprobados de modo que los demás se adelanten a comer y los sin nada queden sin comer (cf. 1 Cor. 11, 19-21). Hasta los líderes, absortos que tal vez estén en tratar de obtener para sí mismos acceso a los potentes e influyentes, puedan rehusar hacerles caso a los insignificantes. Les puede fallar y decepcionar todo el mundo, pero no el que no se avergüenza de llamarles hermanos (Heb. 2, 11).
Al asemejarse a nosotros en todo, menos en el pecado, Jesús deja claro que nuestra nada o pequeñez o pobreza no es motivo de desesperación sino de esperanza, pues, de la anonadación y la humillación surgen la exaltación y la gloria (Heb. 2, 17-18; 4, 15, Fil. 2, 6-11). De los pobres es el reino de los cielos, mientras que a los ricos les va ser muy difícil entrar en el reino de Dios.
Y los que venden sus bienes y dan limosna, los que toman los puestos más bajos, los que sirven, los que sufren y pasan pruebas—a éstos les concede Jesús un reino, así como su Padre se lo concedió a él, para que coman y beban a su mesa en su reino (Lc. 12, 33; 22, 26-30). Huelga decir que quienes reconocen verdaderamente a Jesús en la Sagrada Eucaristía lo reconocen también en los pobres, y dejan sin vacilación a Jesús por Jesús, como lo expresaría san Vicente de Paúl (IX, 297).
Así que el grito de «¡Viva Cristo Rey!» vale como respuesta al grito de «¡Ahí me las den todas!» de aquellos que no tienen ojos y corazón para los pobres y a quienes no les importa nada ni la sed ni el hambre ni la soledad ni la desventura de los pobres.