Thirty-First Sunday in Ordinary Time, Year C-2013
- Unless you turn and become like little children, you will not enter the kingdom of heaven (Mt 18, 3)
Zacchaeus, like a smart kid, runs and climbs a sycamore tree. He shows himself sharper as he receives Jesus, at whose behest he has come down right away, in the manner of a child caught in a forbidden act. He gets to find true wisdom.
In the eyes of many, Zacchaeus is clever because he is very rich—if not also because of his having quickly come up with a solution, so the crowd might not prevent him from seeing Jesus. But despite his wealth, this chief tax collector does not seem to take himself too seriously. Otherwise, he would have acted with a little more gravitas and refinement.
Zacchaeus gives the impression that he feels comfortable in his own skin. He presents himself as someone who sees nothing shameful in being short of stature, literarily and figuratively. Maybe the constant insults have left him numb to all criticism. Used to being frequently condemned, he does not expect anyone of some renown to pay him attention. It is noticeable that he is greatly surprised by the one who volunteers to be his guest. He is very happy, unlike that very rich official who got quite sad (Lk 18, 18-23).
The key difference lies, in my opinion, in that, like a curious child, Zacchaeus opens up to, and lets himself be drawn, by another person, while the official, though consulting with a teacher, seems locked up in his own interests, in his concern about salvation, of course, and also in his wealth. It is easier for a camel to pass through the eye of a needle than for them to be freed, those who insist on remaining imprisoned in themselves and on confining “their outlook and their plans to a certain circle, in which they enclose themselves as on one spot” that they do not want to leave, to quote St. Vincent de Paul (Coste XII, 92).
Only those who are not self-absorbed will be saved, those who, coming down from their impenetrable ivory tower of arrogance, recognize someone other and greater than themselves. They have better chances of accepting Jesus, the wisdom that is worth more than all worldly riches, the little ones who with all naturalness admit themselves dependent on others and, above all, on God. Those who do not inflate their own importance get to believe in Jesus, the incarnate mercy of the God who can do all things and overlooks people’s sin that they may repent. The Father hides the mysteries of the kingdom from the wise, the learned, the observant who condemn others, and reveals them to the childlike, the tax collectors and the prostitutes.
Zacchaeus is halfway there as he pledges to give half of his possessions to the poor and repay four times over anyone he has cheated. If he perseveres in the Christian teaching, in communal life, in the breaking of the bread and in prayers, he will soon prove himself worthy of his calling. He will sell and give all, in imitation of the one who, loving to the extreme, laid down his life for his friends.
VERSIÓN ESPAÑOLA
31º Domingo de Tiempo Ordinario C-2013
- Si no os convertís y os hacéis como los niños, no entraréis en el reino de Dios (Mt 18, 3)
Zaqueo, cual muchacho espabilado, corre y se sube a una higuera. Más listo se manifiesta al recibir a Jesús, a cuyas instancias se ha bajado en seguida, de manera sumisa de un niño sorpendido en un acto prohibido. Atina a encontrar la verdadera sabiduría.
A muchos ojos humanos, Zaqueo es sagaz por ser muy rico—si no es también por haber ideado inmediatamente una solución para que la gente no le impiediese ver a Jesús. Pero, a pesar de su riqueza, parece que este jefe de publicanos no se toma demasiado en serio. De lo contrario, habría actuado con un poco más de gravedad y finura.
Da la impresión Zaqueo de que está a gusto en la propia piel. Se presenta como que no ve nada vergonzoso en ser de baja estatura, literal y figurativamente. Tal vez las afrentas constantes le han dejado insensible ya a toda crítica. Acostumbrado a frecuentes condenaciones, no espera que le haga caso alguien de cierto renombre. Se ve que le sorprende muchísimo el que se está ofreciendo a ser su huésped. Está muy contento, no como aquel dirigente muy rico que se puso muy triste (Lc 18, 18-23).
La diferencia clave, a mi parecer, está en que Zaqueo se abre, como un chiquillo curioso, a otra persona, dejándose atraer por ella, mientras el dirigente, aunque consultando con un maestro, se muestra encerrado en sus propios intereses, en su preocupación por la salvación, desde luego, y también en su riqueza. Es más fácil que entre un camello por el ojo de una aguja que se liberen quienes insisten en quedarse cautivos de sí mismos y en limitar «su visión y sus proyectos a una pequeña circunferencia en la que se encierran como en un punto, sin querer salir de allí», por citar a san Vicente de Paúl (XI, 397).
Solo se salvarán los no ensimismados, los que, bajando de su impenetrable torre de marfil de altivez, reconocen a alguien diferente de ellos y mayor que ellos. Tienen mejores posibilidades de aceptar a Jesús, la sabiduría que vale más que toda riqueza mundana, los pequeños que con toda naturalidad se admiten dependientes de otros y, sobre todo, de Dios. Los que no se dan importancia a sí mismos llegan a creer en Jesús, la misericordia encarnada del Dios que todo lo puede y cierra los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan. A los sabios, entendidos y los observantes condenadores de los demás esconde el Padre los misterios del reino y se los revela a los como niños, a los publicanos y las prostitutas.
A medio camino está Zaqueo, comprometiéndose a dar la mitad de sus bienes a los pobres y a hacer restitución de cuatro veces más a cada uno de los defraudados por él. Si persevera en la enseñanza cristiana, en la solidaridad, en la fracción del pan y en las oraciones, pronto se mostrará digno de su vocación. Venderá y dará todo, a imitación del que, amando hasta el extremo, dio la vida por sus amigos.