Thirtieth Sunday in Ordinary Time, Year B-2018

From VincentWiki
Leap of Faith, Hope and Great Joy in the Dark

Beset by weakness himself, Jesus understands those who sit by the roadside. Calling them, he makes them leap, so that they may come to him and follow him on the way.

Bartimaeus hears that Jesus is passing by. There is no indication that the blind feels his heart leap for joy. But his cry shows his decision to avail of this opportunity. He cries out, “Jesus, son of David, have pity on me.” And the beggar’s decision is firm, for as the people rebuke him, he cries out all the more.

Those who rebuke Bartimaeus ask him to shut up. Are there perhaps among them pregnant women who leap out of fright because of his cry? Or nursing mothers whose babies he awakens? Or maybe not missing in the sizable crowd are some Pharisees. They find it shocking and unbearable that anyone would give Jesus the messianic title of “Son of David.” It would not be surprising, then, should they demand quickly, that Bartimaeus keep quiet (see Lk 19, 39).

No, the Pharisees do not leap to share the faith that underlies the cry of the one who does not see. He is blind; they are not. But since they say, “We see,” their sin remains (Jn 9, 41). On the other hand, the one acknowledging that he is blind cries out for mercy. And his faith saves him. Moreover, it leads him to follow Jesus.

The question that is squarely before us is this: Like Bartimaeus do we take the leap of faith?

No doubt, we Christians confess that Jesus is the promised Messiah from David’s shoot. But does “living faith” (SV.EN XI:190), which is a mark of the poor, underlie our confession?

Do we leap for joy, even if only within us, amidst our miseries, hopelessness and darkness? After all, Jesus is passing by. He is the presence in human flesh of God, “the strength of the weak and the eye of the blind” (SV.EN III:159). He never leaves behind those the world deems throwable. Those who sit by the roadside, the blind and the lame, the mothers and those with child. Rather, he invites them to follow him on the way, to become part of the “Church that goes forth”.

The way finally leads, of course, to Jerusalem, to death. In other words, to follow Jesus, one does not only throw aside one’s cloak, but also one’s body and blood.

Lord Jesus, make us answer your call swiftly, taking with great joy the leap of faith and hope. May we truly see, come near you and follow you to the end.


28 October 2018

30th Sunday in O.T. (B)

Jer 31, 7-9; Heb 5, 1-6; Mk 10, 46-52


VERSIÓN ESPAÑOLA

Salto de fe, esperanza y alegría en la oscuridad

Envuelto en debilidades, Jesús comprende a los sentados al borde del camino. Llamándoles, los hace dar un salto, para que se le acerquen y lo sigan por el camino.

Oye Bartimeo que cerca de él pasa Jesús. No se nos indica si el ciego siente en su corazón un salto de alegría. Pero su grito manifiesta su decisión de aprovechar esta oportunidad: «Hijo de David, ten compasión de mí». Y es firme su decisión, pues regañándole la gente, más grita el mendigo.

Los que regañan a Bartimeo le piden que se calle. ¿Acaso hay entre ellos unas preñadas que dan un salto asustadas por el grito del ciego? ¿O unas madres lactantes a cuyos niños o niñas ha despertado el grito? O puede ser que en la multitud que han salido con Jesús de Jericó no falten unos fariseos. A éstos les resulta escandaloso e insoportable que se llame a Jesús con el título mesiánico de «Hijo de David». No sería de extrañar, pues, si en un salto exigiesen a Bartimeo que se callara (véase Lc 19, 39).

No, no comparten los fariseos para nada la fe que subyace en el grito del que no ve. Es ciego él; ellos no lo son. Pero como dicen que ven, su pecado persiste (Jn 9, 41). En cambio, al que, reconociéndose ciego, grita por la misericordia, a él le cura su fe. Además, su fe lo conduce al seguimiento de Jesús.

La pregunta que se nos plantea inequívocamente es ésta: Como Bartimeo, ¿damos nosotros un salto de fe?

Sin ninguna duda, los cristianos confesamos que Jesús es el Mesías prometido de la estirpe de David. Pero, ¿subyace en nuestra confesión «la fe viva» (SV.ES XI:120) propia de los pobres?

En medio de nuestras miserias, desesperanzas y tinieblas, ¿damos nosotros un salto de alegría, aunque solo en nuestro interior? Después de todo, pasa cerca de nosotros Jesús. Él es en carne humana la presencia de Dios «que es la fuerza de los débiles y el ojo de los ciegos» (SV.ES III:139). No abandona jamás a los postergados, los sentados al borde del camino, los ciegos y cojos, las preñadas y madres lactantes. Los invita, más bien, a que alegres lo sigan también por el camino, formando parte de la «Iglesia en salida».

El camino, desde luego, lleva finalmente a Jerusalén, a la muerte. En otras palabras, para seguir a Jesús, uno no solo suelta el manto, sino el cuerpo y la sangre también.

Señor Jesús, haz que respondamos a tu llamada con presteza, dando un salto alegre de fe y esperanza. Que podamos ver de verdad, acercarnos a ti y seguirte hasta el fin.


28 Octubre 2018

30º Domingo de T.O. (B)

Jer 31, 7-9; Heb 5, 1-6; Mc 10, 46-52