Thirtieth Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

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To pray always without becoming weary (Lk. 18:1—NABRE)

St. Augustine reminds Proba of the teaching that discounts talkativeness: our Father knows beforehand our needs. Hence, we are asked to pray not so that God may know what we want, but rather so that we may have a greater capacity to desire and receive divine gifts [1].

Bartimaeus shows he has a great capacity to desire and receive. The more they rebuke him, the more he cries out. Thus, informed only of Jesus’ invitation, the beggar throws aside his cloak, springs up and goes to the one who calls him. He accepts the call with alacrity, just like Peter, Andrew, James, John and Matthew. He recovers his sight and receives besides the gift of discipleship.

But the previously blind gets to follow Jesus on the way only because the latter has stopped in order to attend to him. He who is the image of the invisible God hears the cry of the poor. He leads the disadvantaged in a new march to freedom, including those who are usually left behind, the blind, the lame, pregnant women and nursing mothers.

Jesus does not want to leave anybody behind. He disagrees with those who, bent on either satisfying their curiosity or contributing to the immediate establishment of the kingdom, disregard those who may delay them. He does not go along with men, fit and with gravitas, who scold pleading blind people and dependent children (Mk. 10:13), nor with those who claim to love humanity and seek the common good, yet end up turning into something like a “caricature of a Christian” [2], since they have neither affective nor effective compassion for the person sitting by the wayside of society whom they would rather sacrifice to their grandiose dreams. Christ, the God-appointed High Priest who was tested like us in every way, yet without sin, feels for the neglected weak folks.

And though existing with God in the beginning, the Word made flesh does not act like the father who knows best with absolute certainty. The paternalistic prescribes remedies looking for diseases. He proposes cerebral clarifications of doctrine to those of weak will, as though irrefutable arguments would solve emotional restlessness or that logical thinking would be a guarantee of right conduct (cf. Rom. 7:15). For his part, Jesus asks: “What do you want me to do for you?” The suffering healer fulfills Bartimaeus’ ardent desire only after hearing him express it.

What Jesus seeks to accomplish is that, through the breaking of bread and prayers, in which we reveal what we want, we may have a greater capacity to desire and receive the Body of Christ and may know, unlike James and John, what we are asking. This means we are going “to leave God for God” [3], and we will let the marginalized stop us. We will assist them and share with them, according to each one’s need, the much or the little we have, lest anyone be left behind.

NOTES:

[1] Cf. the non-biblical reading, Office of Readings for the Twenty-Ninth Sunday in Ordinary Time, Liturgy of the Hours.
[2] P. Coste XII, 271.
[3] Ibid., VII, 52; IX, 319; X, 95, 226, 541-542, 595.


VERSIÓN ESPAÑOLA

30° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012

Orar siempre sin desanimarse (Lc 18, 1)

San Agustín recuerda a Proba la enseñanza que descuenta la locuacidad: nuestro Padre conoce de antemano nuestras necesidades. Por eso, se nos exhorta a orar no para que Dios se entere de nuestros deseos, sino para que se acreciente nuestra capacidad de desear y recibir dones divinos.

Bartimeo se muestra muy capaz de desear y recibir. Tanto más se le regaña, cuanto más grita. Así que enterado sólo de la invitación de Jesús, el mendigo suelta el manto, da un salto y se acerca al que le llama. Acepta el llamamiento con alacridad lo mismo que Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo. Recobra la vista y recibe además el don del discipulado.

Pero el antes ciego logra seguir a Jesús por el camino porque éste se ha detenido para atenderle. El que es la imagen del Dios invisible escucha el clamor de los pobres. Encabeza a los desvalidos en una nueva marcha hacia la liberación, entre los cuales hay los dejados atrás, por lo general—los ciegos y los cojos, las preñadas y las paridas.

Jesús no quiere dejar atrás a nadie. No se conforma con aquellos que, empeñados o en satisfacer su curiosidad o en contribuir al establecimiento inmediato del reino, no hacen caso a los que les retrasen. No está de acuerdo ni con hombres sanos y graves que reprenden a ciegos suplicantes y a niños dependientes, ni con cristianos que se declaran amantes de la humanidad y buscadores del bien común, pero resulta que son cristianos «en pintura» (XI, 561), pues no se compadecen ni afectiva ni efectivamente del que está sentado al borde de la sociedad, sino que lo sacrifican a sus sueños grandiosos. Cristo, designado Sumo Sacerdote por Dios y probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado, tiene compasión de los frágiles desamparados.

Y aunque existente junto a Dios en el principio, el Verbo encarnado no se porta como el padre absolutamente cierto de lo que les convendrá a sus hijos. El paternalista prescribe remedio sin saber la enfermedad. Propone aclaraciones doctrinales cerebrales a los de voluntad débil, como si los argumentos irrefutables solucionaran las inquietudes emocionales o que sería garantía del actuar recto el pensar lógico (cf. Rom 7, 15). En cambio, Jesús pregunta: «¿Qué quieres que haga por ti?». El sanador sufriente le cumple a Bartimeo su deseo ardiente sólo después de oírle exponerlo.

Pretende Jesús que, por la fracción del pan y las oraciones, en las que manifestamos lo que queremos, tengamos mayor capacidad de desear y recibir el Cuerpo de Cristo y sepamos muy bien, no como Santiago y Juan, lo que pedimos. Significa esto que vamos a «dejar a Dios por Dios» (VII, 50; IX, 297-298, 725, 830, 1081, 1125) y permitiremos a los marginados detenernos. Les asisteremos y compartiremos con ellos, según la necesidad de cada uno, lo que tenemos, mucho o poco, para que nadie se quede atrás.