Third Sunday of Lent, Year A-2014
- While we were still sinners, Christ died for us (Rom 5, 8)
Jesus lives the true religion. Those who follow his example adore the Father in Spirit and truth.
The worship the Father seeks, according to Jesus, crosses geographical lines. It does not have to be tied to the temple in Jerusalem or to the temple in Samaria.
It also crosses gender and ethnic lines. It is for women and men. It does not belong exclusively to a racial group; otherwise, it would be proven false for denying the true God who shows no partiality, but accepts rather, without regard to nationality, anyone who fears him and acts uprightly.
But this impartial God shows a clear preferential option for those in the “outskirts.” He rescues the weak from the strong and the poor from the oppressor. He demands that orphans, widows and foreigners not be oppressed and that their rights to things they need in order to live be respected. And he swears by his life that he takes no pleasure in the death of the wicked, but rather in his conversion, that he may live.
This God, of course, is revealed by Jesus who is at the Father’s side. He reveals him through words and deeds: he teaches in synagogues and proclaims the Gospel, he cures every disease and illness; he eats with tax collectors and sinners, and makes it clear that he has not come to call the righteous but sinners, and to offer himself for the forgiveness of sins.
In effect, Jesus teaches that there is opportunity to render worship to God where there is need. If we know, by God’s gift, who is asking us for water at the hottest time of the day, we will end up asking him and he will give us living water: he will lead us to true worship, tell us everything, things that pertain to peace and justice as well as to sexual morality (to which, unfortunately, we tend to reduce the Good News); he will conscientize us, reveal himself as the Son of Man, for whom it is enough to use as basis for final judgment the question of whether we shall have ministered or not to the least of his brothers and sisters.
The pure religion is near us, which consists in caring for orphans and widows in their affliction and keeping oneself unstained by the world that fosters greed, which, in turn, gives rise to divisions, wars, miseries and injustices. It is practiced by the poor who, in contrast to those who grumbled in the wilderness, do not complain amidst their afflictions and needs, as St. Vincent de Paul knew by experience (Coste XI, 201; XII, 171). Nor do they despair when they are left unattended, for example, in the Land Transportation Office, in the Philippines, because they just have 584 Philippine pesos, enough to pay for the license to drive a motorcycle, and they lack the 1,416 demanded as a bribe.
It would be hard to flee from the marginalized. If we reconcile with them to form one body through the cross, our offering, our religion, will be undefiled before God.
VERSIÓN ESPAÑOLA
3º Domingo de Cuaresma A-2014
- Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros (Rom 5, 8)
Jesús vive la verdadera religión. Quienes siguen su ejemplo adoran al Padre en espíritu y verdad.
El culto que el Padre desea, según Jesús, cruza las líneas geográficas. No tiene que estar vinculado al templo hierosolimitano ni al templo samaritano.
Trasciende también barreras de género y de etnicidad. Es para hembras y varones. No es exclusivamente de un grupo racial; de lo contrario, se demostraría falso por negar al verdadero Dios que no hace distinciones, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, de cualquier nación que sea.
Pero el Dios imparcial expresa una clara opción preferencial por los en las «periferias». Él defiende al débil del poderoso y al humilde del explotador. Exige que no se les oprima a los huérfanos, viudas y forasteros, y que sean respetados sus derechos a las cosas que necesitan para vivir. Y jura, por su vida, que no se complace en la muerte del malvado, sino en que cambie de conducta y viva.
Claro, a este Dios lo da a conocer Jesús que está en el seno del Padre. Lo revela a través de palabras y obras: enseña en las sinagogas y proclama el Evangelio, cura enfermedades y dolencias; come con publicanos y pecadores, aclarando que no ha venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, y a entregarse para el perdón de los pecados.
Efectivamente, enseña Jesús que donde hay necesidad, allí hay oportunidad para rendir culto a Dios. Si conocemos, por el don de Dios, quién es el que nos pide de beber en el pleno calor del día, acabaremos pidiéndole nosotros y él nos dará agua viva: él nos llevará al verdadero culto, nos lo dirá todo, lo que atañe tanto a la paz y la justicia como a la moralidad sexual (a la que nos inclinamos a reducir, desafortunadamente, la Buena Noticia); él nos concientizará, se nos revelará el Hijo del Hombre a quien le bastará con tener como base de juicio final lo de si hubiéremos ministrado o no a sus humildes hermanos.
Está cerca de nosotros la religión pura, consistiendo en «visitar huérfanos y viudas en sus tribulaciones y no mancharse las manos con este mundo» que solo promueve la codicia que provoca divisiones, guerras, miserias e injusticias. La practican los pobres, quienes, a diferencia de aquellos murmuradores en el desierto, no se quejan en medio de sus aflicciones y necesidades, como lo sabía san Vicente de Paúl por experiencia (XI, 120, 462). Ni se desesperan aunque queden sin atender, por ejemplo, en la Oficina de Transporte Terrestre de Filipinas, por tener solo los 584 pesos filipinos suficientes para obtener la licencia de conducir motocicleta y faltarles los 1.416 exigidos como soborno.
Difícilmente podemos huir de los marginados. Si nos reconciliamos con ellos para formar un solo cuerpo mediante la cruz, será intachable ante Dios nuestra ofrenda, nuestro culto.