Third Sunday of Easter, Year A-2017

From VincentWiki
Burning, listening and welcoming

Jesus is the last word about unheeding, cold and uncaring hearts turning into hearts that listen, are burning and welcoming.

The disciples heading toward Emmaus know that the word, like the flames shooting out of burning brush, spreads quickly. Hence, the question of someone who has joined them on the road surprises them. Asks one then, “Are you the only visitor to Jerusalem who does not know what has taken place these days?”

Quickly, they inform the visitor they do not know now, perhaps due to their dejection, of the latest events. And they speak with eager and burning hearts. Never mind their disappointment and their plan to return to their former way of life. The mention of the story from the women further suggests uncertainty on the part of the disciples.

It turns out, however, that the one who apparently is not abreast of what is happening knows more than they do. So, he ends up explaining Scripture to the foolish and slow of heart. In turn, they feel their hearts burning, listening and welcoming. Then at last, he opens their eyes while at table with them. Unmistakable to them is what he does at the breaking and blessing of the bread.

Just like the two disciples, we Christians today do not mind speaking about Jesus with burning hearts even. We speak of him too with wise words that puff us up. And it is easy for us to end up showing off and feeding wildly on each other’s rumors.

But it is better for us to hear with burning hearts and understand the one who knows more than anyone else.

That is because what is crucial is to be among those who, hearing the word and understanding it, become fruitful. The Sower does not want us falling victims to the evil one that steals what is sown in the heart.

Nor does he want us to leave behind, due to some hardship, the word we already heard and received with joy. Rather, he demands lasting commitment and listening. These cannot be as passing as the flames of burning dry cogon grass. Worldly anxieties and the lure of riches do not choke true perseverance.

And we have to hear and watch our host with burning and listening hearts. We will have to give the same kind of meal, as St. Augustine says. That is to say, as Jesus welcomes us, so we ought to welcome others. And as Jesus feeds us with his body and blood, so ought we to feed others.

Yes, we should watch him closely, asking constantly, (SV.EN XI:314), “Lord, how would you act on this occasion?” We should humbly adjust our conduct to the words that at once accuse and save.

Lord, make us hear, watch, imitate and welcome you with burning hearts.


30 April 2017

3rd Sunday of Easter (A)

Acts 2, 14. 22-33; 1 Pt 1, 17-21; Lk 24, 13-35


VERSIÓN ESPAÑOLA

Ardientes, atentos y acogedores

Jesús es la última palabra sobre la conversión de corazones inatentos, fríos e indiferentes en atentos, ardientes y acogedores.

Se lo saben los discípulos camino a Emaús que la palabra, cual el fuego de zarzas ardientes, rápidamente se propaga. Por eso, la pregunta del que se les acaba de acercar sorprende a los dos. Uno replica, pues: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén, que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

A continuación, le enteran de los últimos acontecimientos al que desconocen ahora por sentirse desolados quizás. Y hablan con lenguas estusiastas y ardientes, no obstante su desilusión y su propósito de volver a la antigua vida. La mención incluso de lo contado por las mujeres quizás sugiera además falta de certeza.

Pero resulta que sabe más que ellos el que aparentemente no está al tanto de la voz que corre veloz. Así que termina él explicándoles la Escritura a los necios y torpes. Y mientras él habla, se vuelven ardientes, atentos y acogedores los corazones de los escuchadores. Finalmente, se les abren los ojos al reclinarse Jesús a la mesa con ellos. Resulta inconfundible su actuación referente a la bendición y la fracción del pan.

Al igual que los dos, los cristianos modernos no tenemos ningún inconveniente en hablar de Jesús incluso con corazones ardientes. Hablamos de él también con palabras sabias que inflan. Y nos es fácil acabar luciéndonos como si nos lo supieramos todo o alimentándonos mutua y frenéticamente de los últimos rumores.

Pero, mejor para nosotros escuchar con corazones ardientes al que sabe más que nadie y entenderlo.

Es que lo decisivo es que nos contemos entre aquellos que, escuchando la palabra y entendiéndola, producen fruto abundante. No quiere el Sembrador que caigamos víctimas del Maligno que nos robe lo sembrado en el corazón.

Tampoco nos quiere abandonando la palabra, ya escuchada y aceptada con alegría, por una u otra dificultad. Exige más bien que sean constantes nuestra devoción y nuestra atención. No han de ser como las llamas efímeras que saltan del cogón seco que se está quemando. La verdadera constancia, no la ahogan ni los afanes de la vida ni la seducción de las riquezas.

Y con corazones atentos y ardientes hemos de escuchar y observar al que nos convida. Pues luego tendremos que preparar una mesa semejante, como dice san Agustín. Es decir, así como nos acoge Jesús, también nosotros debemos acoger a los hermanos. Y así como nos alimenta él con su cuerpo y sangre, así también debemos alimentar a los hermanos.

Sí, de cerca hemos de mirarlo, preguntándonos constantemente: «Señor, ¿qué harías en esta ocasión?» (SV.ES XI:240). Humildes, debemos ajustar nuestro proceder a las palabras a la vez acusadoras y salvíficas.

Señor, concédenos escucharte, observarte, imitarte y acogerte con corazones ardientes.


30 Abril 2017

3º Domingo de Pascua (A)

Hech 2, 14. 22-33; 1 Pt 1, 17-21; Lc 24, 13-35