The Most Holy Body and Blood of Christ, Year C-2013
- We, though many, are one body, for we all partake of the one loaf (1 Cor 10, 17)
Wanting to be alone by themselves after a mission of preaching and healing, Jesus goes with his apostles to Bethsaida. But what is proposed does not materialize; people arrive.
The uninvited do not bother Jesus. He welcomes them, leaving fellowship for fellowship. Soon the mission resumes.
It is getting late, but it matters only to the Twelve. They remind Jesus that they are where there is nothing, and that it is better, therefore, for the crowd to leave. He does not brush aside the multitude’s material need. He does not say what he said to the tempter who sought to make a conceited magician of the Messiah, namely, “One does not live by bread alone.” This time he answers, “Give them some food yourselves.”
It is thus indicated that fellowship with him means solidarity. Without it, the hungry do not attain either corporal or spiritual satisfaction. Human wholeness demands such fellowship. According to St. Paul, it is due to lack of communion and loving solidarity that, among the Corinthians, many “are ill and infirm, and a considerable number are dying.”
Hence, the members of the body of Christ have the same concern for one another. They are not allowed to live by “Every man for himself.” Among them, no one is abandoned or made to feel ashamed, not even—or better, not especially—the least, the most useless, the poorest. One’s deprivation is everybody’s deprivation; if one is satisfied, everybody is satisfied. No one goes ahead with his own supper, letting others go hungry. They all wait for one another. They share what they have. Even the few things one hands over will be multiplied by Jesus more than a thousand times, so that all will have their fill and there will be left-over.
And when one is completely empty—after giving all, in imitation of the one who emptied and sacrificed himself on the cross, and whose priesthood was prefigured by Melchizedek’s—then one is full, so that one’s surplus may supply others’ needs. Those who are so left with nothing may well say what St. Vincent de Paul said. Informed that there was no money left to help the poor, he replied to the one who had broken the news to him: “That is good news! Blessed be God! Right timing! Now we can show we trust in God” (Abelly 3, III, 13; Thomas F. McKenna, C.M., Praying with Vincent de Paul).
As St. Vincent’s experience shows, Providence does not disappoint. We are even given a share in Jesus’ inventive love, from which the Eucharist emanates (Coste XI, 142-148), so that we may transcend what we have proposed and be disposed to leave the sacrament of the altar for the sacrament of the hungry.
VERSIÓN ESPAÑOLA
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo C-2013
- Aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan (1 Cor 10, 17)
Jesús va con sus apóstoles a Betsaida para retirarse allí solos después de una misión de predicación y sanación. Pero lo propuesto no se hace realidad; llega la gente.
Los no invitados no molestan a Jesús. Los acoge, dejando la convivencia por la convivencia. Pronto se reanuda la misión.
Cae la tarde, pero eso les importa solo a los Doce. Recuerdan a Jesús que están donde no hay nada y, por eso, mejor que la gente se vaya. Él no descarta la necesidad material de la muchedumbre. No dice lo que dijo al tentador que buscó hacer mago presentuoso del Mesías: «No solo de pan vive el hombre». Contesta esta vez: «Dadles vosotros de comer».
Así se indica que convivir con él quiere decir solidaridad. Sin ella, los hambrientos no llegan a saciarse ni corporal ni espiritualmente. La integridad humana exige tal convivencia. Según san Pablo, es por falta de comunión y amor solidario que hay, entre los corintios, «muchos delicados y enfermos, y mueren muchos».
Por eso, los miembros del cuerpo de Cristo se preocupan por igual unos de otros. No se les permite vivir de acuerdo con «Sálvese quien pueda». Entre ellos, no se le desampara ni se le avergüenza a nadie, ni aun—o mejor dicho, ni especialmente—al más pequeño, más inútil, más pobre. La carencia de uno es la carencia de todos; si uno se satisface, los demás se satisfacen. Nadie se adelanta a comer, dejando a otros pasar hambre. Todos se esperan unos a otros. Cada quien comparte lo que tiene. Aun las pocas cosas que uno entregue, ésas las multiplicará Jesús más de mil veces de modo que todos se saciarán y aún habrá de sobra.
Y cuando uno está totalmente vacío,—después de entregar todo, a imitación del que se anonadó y se sacrificó en la cruz, y cuyo sacerdocio fue prefigurado por el de Melquisedec—, entonces uno está lleno, para que su abundancia supla la privación de otros. Quien así se queda sin nada, bien puede decir lo que san Vicente de Paúl. Enterado éste de que ya no había dinero para asistir a los pobres, replicó al que le había dado el informe: «¡Qué buena noticia! ¡Bendito sea Dios! ¡A buenas horas!, que ahora es cuando hay que demostrar que confiamos en Dios» (Abelly 3, III, 13).
Como lo demuestra la experiencia de san Vicente, la Providencia no defrauda. Hasta nos hace partícipes del amor inventivo de Jesús, del que emanó la Eucaristía (XI, 63-67), para que trascendamos nuestros propósitos y nos dispongamos a dejar el sacramento del altar por el sacramento del hambriento.