The Most Holy Body and Blood of Christ, Year B-2012
- As often as you eat this bread and drink the cup, you proclaim the death of the Lord until he comes (1 Cor. 11:26—NABRE)
Not only is God’s love very contagious, making missionaries of those who have received the grace to try and taste it really. It is also inventive to infinity, as St. Vincent de Paul said in an exhortation to a dying missionary brother [1].
Divine love shows its inventiveness in that God wants “to be loved by sinners” and that “the throne of his mercy is the greatness of the faults that he forgives.” God’s love is inventive, too, because, not content with forgiving us and giving us back the resemblance and the character of his divinity, he also, through the incarnation of the Word, makes himself like us, clothing himself with our very humanity.
But God’s inventive love is revealed above all in the holy Eucharist. In it, Christ is consumed as food and drink, which leads to union and assimilation between the consumed and the consumer. The Most August Sacrament signifies effectively that Jesus is really in our midst. Because of this memory of the passion of the one who climbed up to the gallows of the cross, in order to seal with his blood the new and everlasting covenant, we are enabled to bring him back to life in our hearts, so that they may keep on beating, feeling and burning, and so that he may not be out of mind, notwithstanding that he is out of our bodily sight. Thanks to this admirable and precious invention, we can be drawn to Jesus and we can let him fill our mind with grace. This unheard-of mystery very clearly makes known that Jesus has loved us sinners to the end and to the utmost (Jn. 13:1; Rom. 5:7-8), striving to win us over to his love by every means imaginable. In the face of such a scheme of love, aren’t we moved and stirred up to give Jesus our love and return his love with love? And we who get sick and get old and die sooner or later, aren’t we given, moreover, a pledge of the future glory in the mission of heaven?
The holy Eucharist, the fount and apex of the whole Christian life, is indeed that important and indispensable [2]. Let us not stay away, then, from our Eucharistic assembly, reconciled first, of course, with brothers and sisters who have something against us, and embracing everyone with a burning love, yet with preferential option for the most vulnerable, whether still unborn or already born (Heb. 10:25; Mt. 5:23-24; 1 Cor. 11:22; Jas. 2:1-7).
But let us not be deprived either of such assembly for the reason that it is insisted upon that the customary structures adopted from the patriarchal Roman Empire be preserved. Are our traditions more valuable than what has been received from the Lord and is handed on to us? Or is it that, not trying or tasting God’s love, we prefer to be on the side of the scribes and Pharisees rather than on the side of Jesus?
NOTES:
- [1] P. Coste XI, 142-148.
- [2] Lumen Gentium 11.
VERSIÓN ESPAÑOLA
Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, Año B-2012
- Cada vez que coméis de este pan y bebéis de la copa, proclamaréis la muerte del Señor, hasta que vuelva (1 Cor 11, 26)
No sólo es muy contagioso el amor de Dios, haciéndoles misioneros a los que han recibido la gracia de probarlo y saberlo realmente. Este amor es al mismo tiempo infinitamente inventivo, como lo dijo san Vicente de Paúl en una exhortación a un hermano misionero moribundo (XI, 63-67).
Inventivo se muestra el amor divino en eso de que Dios quiere «ser amado por los pecadores» y que «el trono de su misericordia es la grandeza de las faltas que él perdona». Es inventivo asimismo el amor de Dios, pues, no contento con perdonarnos y devolvernos la semejanza y el carácter de su divinidad, él, por la encarnación del Verbo, también se nos ha asemejado, revistiéndose de nuestra humanidad.
Pero el amor inventivo de Dios se manifiesta sobre todo en la sagrada Eucaristía. En ella se consume a Cristo como alimento y bebida, lo que lleva a que el consumido y el consumidor se unan y se asimilen. Mediante el augusto sacramento, se nos señala eficazmente que Jesús está realmente en medio de nosotros. Por medio de este recuerdo de la pasión del que subió al patíbulo de la cruz, para así sellar con su sangre la alianza nueva y eterna, nos es posible volverlo a pasar por nuestros corazones para que sigan latiendo, sintiendo y ardiendo, a pesar de los corporales ojos que no ven. Gracias a este admirable y precioso invento, podemos ser atraídos, cual amantes, a Jesús y dejar que él nos llene el alma de gracia. Este inaudito misterio da a conocer con toda claridad que hasta el fin y hasta lo sumo a los pecadores nos ha amado Jesús, esforzándose por todos los medios imaginables en conseguir que nosotros lo amemos. Ante tal estratagema de amor, ¿no nos excitamos conmovidos por darle a Jesús nuestro corazón y pagar su amor con amor? Y, ¿no se nos da además la prenda de la gloria futura en la misión del cielo a nosotros que nos enfermamos, nos envejecemos y nos morimos tarde o temprano?
Así de importante y de imprescindible es la sagrada Eucaristía, fuente y cumbre de toda la vida cristiana. No nos ausentemos, pues, de nuestras asambleas eucarísticas, reconciliados primero, claro, con los hermanos que tienen algo contra nosotros, y abrazándoles a todos con amor abrasador, pero con opción preferencial por los más vulnerables, no nacidos todavía o ya nacidos (Heb 10, 25; Mt 5, 23-24; 1 Cor 11, 22; Stgo 2, 1-7).
Pero que no se nos prive tampoco de dichas asambleas por la razón de que se insiste en que se conserven las acostumbradas estructuras adoptadas del imperio romano patriarcal. ¿Acaso valen más nuestras tradiciones que la tradición que hemos recibido, la cual procede del Señor? O, ¿es que, sin probar ni saber el amor de Dios, preferimos ponernos del lado de los escribas y los fariseos más que del lado de Jesús?