Solemnity of Saints Peter and Paul 2014
- To him be glory forever and ever! (2 Tim 4, 18)
We get it right if we confess that Jesus is the Messiah, the Son of the living God. But just like the one who got it right first, we are at times so slow to know the whole identity of the Messiah that sooner or later we hear the reprimand, “Get behind me, Satan!”
But let us not despair. What is decisive is God’s grace. Without it, what transcends us mortals is not revealed to us. With it, we who are incapable are able to do all things.
When the one who has been chosen is fragile, then he is unbreakable. The Lord gives him another name that corresponds to the entrusted ministry and enables him to serve as foundation of his unsinkable Church. A sinner is granted the power to open and close, to bind and to loose, so he may forgive, for everyone’s good, seventy times seven. Jesus prays for the presumptuous so that his faith may not fail and that, when he falls, he can rise up and strengthen his brothers, and convince them later that Jews and Gentiles alike are saved through grace.
The one who counts is God. He chooses for himself those who count for nothing. He appears finally to a persecutor in order to make him toil for the Church harder than those called first. He gives him strength to proclaim the whole Gospel. For his parts, the one set apart with St. Barnabas for the evangelization of the Gentiles continues to consider himself the foremost sinner and acknowledges that it is not he who toils, but rather the grace of God.
May we have Paul’s sentiment and Peter’s conviction. Successes are not due to our efforts. And those who know this have reason, as St. Vincent de Paul says, to mistrust themselves and greater reason to trust in God (Coste V 165). They avoid likewise “foolish self-congratulation and disproportionate disappointment” (Common Rules CM XII 4).
Those who stand firmly on the truth that credit must be given to God are humble. Unlike those sporting “wide phylacteries and long tassels,” they do not point to themselves, but rather to Someone greater, their Liberator; he must increase and they must decrease. Nor do they feel they have to show themselves the superiors (Coste XI 346). On the contrary, they humbly serve especially the poor, spending and being utterly spent. They imitate the mystery they celebrate in the Eucharist.
Unless we, the Church, live out our profession of faith, we will be part of the problem, not the solution, a stumbling-block, rather than a building-block, we will miss the mark.
VERSIÓN ESPAÑOLA
San Pedro y San Pablo
- ¡A él la gloria por los siglos de los siglos! (2 Tim 4, 18)
Acertamos si confesamos que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Pero al igual que el primero que acertó, somos a veces tan torpes para conocer la identidad íntegra del Mesías que tarde o temprano oímos la reprimenda: «¡Quítate de mi vista, Satanás!».
Pero no nos desesperemos. Lo decisivo es la gracia de Dios. Sin ella, no se nos revela a los de carne y hueso lo que nos trasciende. Con ella, los que nada podemos todo lo podemos.
Cuando es frágil el elegido, entonces es inquebrantable. El Señor le da otro nombre que corresponde al ministerio confiado y le capacita para servir de fundación de su Iglesia insumergible. Se le otorga a un pecador el poder de abrir y cerrar, de atar y desatar, para que perdone, en bien de todos, hasta setenta veces siete. Jesús reza por el presuntuoso para que su fe no falle, y que, cuando se caiga, pueda levantarse y fortalecer a sus hermanos, y convencerles luego de que tanto los judíos como los gentiles se salvan por la gracia.
Quien cuenta es Dios. Él se escoge a los que nada cuentan. Incluso se aparece por último a un perseguidor para hacerle trabajar por la Iglesia más que los llamados primero. Le da fuerzas para anunciar íntegro el Evangelio. Por su parte, el apartado con san Bernabé para la evangelización de los gentiles sigue considerándose el primer pecador de todos y reconoce que quien trabaja no es él, sino la gracia de Dios.
Ojalá tengamos el sentimiento paulino y la convicción petrina. Los éxitos no se deben a nuestros esfuerzos. Y quienes esto saben tienen motivos, como dice san Vicente de Paúl, para desconfiarse de sí mismos y mayores motivos para confiar en Dios (V 152). Evitan asimismo «la vana complacencia y la demasiada inquietud» (Reglas Comunes CM XII 4).
Son humildes los firmes en la verdad de que el crédito hay que dárselo a Dios. Ellos, a diferencia de aquellos con «cintas anchas y borlas llamativas en sus mantos», no se señalan a sí mismos, sino hacia Alguien más grande, su Libertador; él debe crecer y ellos disminuir. Tampoco tienen la pasión de parecer superiores (XI 238). Al contrario, sirven humildemente especialmente a los pobres, gastando y desgastándose. Imitan lo que conmemoran en la Eucaristía.
No sea que nosotros, la Iglesia, vivamos nuestra confesión de fe, formaremos parte del problema, no de la solución, y seremos piedra de tropiezo, no de edificación, no daremos en el blanco.