Sixteenth Sunday in Ordinary Time, Year A-2017
- Patience like the patience of a farmer
Jesus is the patience of God. God is, undoubtedly, great and does wondrous deeds. Yet he is merciful at the same time.
We need patience, those of us who are in a hurry. So, little wonder we love fast food.
We do not like, besides, long lines of people at the bank or elsewhere. So, not having the patience to wait, we make do without personal contact. We settle instead for the impersonal service that time-saving apps and other technological tools give.
In a hurry, then, and with little patience, we look for quick self-fulfillment. We know we do not have all the time in the world. In effect, we give ourselves away as torn between what we are and can be. This, in turn, shows our lack of absoluteness.
God, on the other hand, is absolute. That is to say, there is no other god who has the care of all. What is amazing is that the mastery over all things of the one who is the source of justice makes him lenient to all.
And the God that Jesus embodies and teaches is the same almighty God who has patience with sinners. His true image is the shameless friend of tax-collectors and sinners. Jesus describes himself as the house-holder who calms down the reckless. He tells them, “No, if you pull up the weeds, you might uproot the wheat along with them.”
It is a description that suits country people who are not like the learned. Jesus is the embodiment of the God that the lowly can reach—touchable and tender, rather than intelligible and stands to reason.
And the little folks need to hear precisely that their patience in hardships is not for naught.
Jesus lets them feel that the patience of the meek is like that of the Son of Man. The Son of Man puts up meanwhile with the children of the evil one and waits with patience for the end of the age.
When the age comes to its end, then the self-absorbed will also bring their basic choice to its full and painful end. Always uncaring of others, they will end up in a solitary confinement without end. Those going in abandon all hope.
And Jesus points out to the little ones that God will bring forth unstoppably out of their littleness something big and far-reaching. They will be a leavening force for the good.
Lord Jesus, give us patience with ourselves. Grant that we make distrust in our own strength the basis of our trust in God (SV.EN III:143). Deliver us from all self-righteous thought that the Eucharist is a prize for the perfect that the weak do not deserve (cf. EG 47). May we always acknowledge that the Spirit comes to the aid of our weakness.
23 July 2017
16th Sunday in O.T. (A)
Wis 12, 13. 16-19; Rom 8, 26-27; Mt 13, 24-43
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Paciencia como la del labrador
Jesús es la paciencia de Dios. Dios es, sin duda, grande y hace maravillas. Pero es compasivo al mismo tiempo.
Nos hace falta la paciencia a los que tenemos prisa. Poco extraña, pues, que frecuentemos los restaurantes de comida rápida.
Además, no nos gustan las filas largas de gente en el banco u otro lugar. Así que sin paciencia para estar esperando, nos dispensamos de tratos personales. Y nos conformamos con el servicio impersonal de ciertas aplicaciones para teléfonos móviles o de otras herramientas tecnológicas. Nos ahorran tiempo.
Así, pues, los apresurados, y con poca paciencia, buscamos realizarnos rápido, dándonos cuenta de que no tenemos tiempo de sobra. Efectivamente, nos delatamos desgarrados entre la facticidad y la posibilidad. Esto, a su vez, demuestra que carecemos de la cualidad de absoluto.
Dios, en cambio, es absoluto. Es decir que fuera de él, no hay otro dios al cuidado de todo. Y lo admirable es que la soberanía universal del que es el principio de justicia le hace perdonar a todos.
Y el Dios del ejemplo y la enseñanza de Jesús es el mismo todopoderoso que tiene paciencia con los pecadores. Imagen exacta de él es el amigo, sin vergüenza, de los publicanos y pecadores. Jesús se describe cual amo calmado que instruye a los impetuosos: «No, que podríais arrancar también el trigo».
Tal descripción es bien apta para la gente sencilla del campo, cuya forma de ser y pensar varía de la de los entendidos. Jesús, el Hijo del Hombre, es la personificación de un Dios asequible de parte de los humildes: palpable y entrañable, más que inteligible de modo lógico.
Y las gentes pequeñas necesitan oír precisamente que su paciencia en medio de adversidades no es en vano.
Les da a entender Jesús, sí, que la paciencia de los sufridos es semejante a la del Hijo del Hombre. Éste tolera mientras tanto los partidarios del Maligno y espera con paciencia el fin del tiempo.
Cuando el tiempo llegue a su fin, entonces los ensimismados también llevarán a pleno y penoso cabo su opción fundamental. Siempre indiferentes a los demás, acabarán en soledad perpetua. Quienes entran allí abandonan toda esperanza.
Y les indica además Jesús a los pequeños que de su pequeñez Dios hará brotar imparable algo grande y de consecuencia. Serán ellos una fuerza fermentadora para el bien.
Señor Jesús, haz que tengamos paciencia con nosotros mismos. Concédenos hacer de la desconfianza en las propias fuerzas el fundamento de la confianza en Dios SV.ES III:124). Líbranos de todo pensamiento presuntuoso de que la Eucaristía es un premio para los perfectos que los débiles jamás se merecen (cfr. EG 47). Que siempre reconozcamos que el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
23 Julio 2017
16º Domingo de T.O. (A)
Sab 12, 13. 16-19; Rom 8, 26-27; Mt 13, 24-43