Seventeenth Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

From VincentWiki
Take it; this is my body .... This is my blood ... which will be shed for many (Mk. 14:22, 24—NABRE)

Starving, Esau sold and lost his birthright for a single meal (Gen. 25:29-33; Heb. 12:16). Because of the straits they are in, those disoriented like sheep without a shepherd may easily fall under the spell of prodigious signs and go after any miracle-worker and lose the true faith. No, as St. Vincent de Paul observed, the poor are not given to analyzing doctrines; they believe simply [1].

The simplicity of those who acknowledge that ultimately only God suffices—that inadequate are both the two hundred days’ worth of food and the five loves and two fish—is precisely what makes for God saving them from their gullibility and from going astray. For according to St. Vincent too, who based himself on St. Paul and the Gospel, as well as on his own experience, God gives the insights into Christian truths to the good folks and enriches them with a lively faith, such that they believe, touch and taste the words of life [2].

The simple people show through their piety that there is no one other than Jesus they can go to. Through the faithful’s sense of faith, they perceive that the sign of the loaves and the fish points to Jesus: he is the bread and drink of life; he has the words of eternal life. They intuit—even if they lack words to explain their intuition—that the multiplication of the loaves and fish is less about worldly nature and more about supernatural reality, it is not only about bodily hunger and the perishable bread that alleviates it, but also about the spiritual need that can only be remedied with communion of the flesh and blood of Christ. And they grasp that this communion is at once the cause and sign of the unity of the members of the one body that is animated by one Spirit

Through the Spirit, the Father reveals to the simple people the things that he hides from the learned (Mt. 11:25). They live, then, by God’s word and, just like the prophet Elisha, they exude confidence in “Thus says the Lord: ‘They shall eat and there shall be some left over.’” It does not matter, therefore, that they have little. For it the lowly are grateful just the same, and they gladly share it with others [3], convinced every one of them that Jesus himself knows what to do, so that all may have their fill and the rest of God’s people may eat of the leftover that will be gathered.

The poor do not waste anything. They even gather things they can use from others’ wastes, as do those who eke out a living on a mountain of garbage in Payatas (Philippines) or in Antananarivo (Madagascar). The poor of the Church that is Eucharistic are thankful too for what they salvage from things the rich have gotten rid of. The poor do not despair in the midst of their trials and tribulations, their eyes being fixed on the true Prophet, a suffering servant, not an authoritarian king. They believe in the God who lifts up the poor from the garbage heap (1 Sam. 2:8).

NOTES:

[1] P. Coste XI, 200-201.
[2] Ibid., XII, 170-171.
[3] Robert P. Maloney, C.M., The Way of Vincent de Paul (Brooklyn, NY: New City Press, 1992) 58-59.


VERSIÓN ESPAÑOLA

17° Domingo de Tiempo Ordinario, Año B-2012

Toma, esto es mi cuerpo .... Ésta es mi sangre ... derramada por todos (Mc 14, 22. 24)

Muriéndose de hambre, Esaú vendió y perdió su primogenitura por un solo plato de comida. Debido a sus apuros, los desorientados cual ovejas sin pastor tal vez fácilmente se dejen hechizar por signos prodigiosos y vayan detrás de cualquier milagrero y pierdan la verdadera fe. Verdad que no, no se dedican los pobres a analizar doctrinas, como observó san Vicente de Paúl; creen sencillamente (XI, 120).

La sencillez de aquellos que reconocen que al fin sólo Dios basta—que inadecuados son tanto los doscientos denarios como los cinco panes y un par de peces—es precisamente lo que contribuye a que Dios los salve de sus creederas y del extravío. Pues según el mismo san Vicente que se basó en las enseñanzas de san Pablo y del Evangelio, y en su propia experiencia, Dios les da la penetración de las verdades cristianas a las buenas gentes y las enriquece con una fe viva, así que creen, palpan, saborean las palabras de vida (XI, 462).

Los sencillos indican por su devoción que no tienen a quién acudir sino a Jesús. Perciben, mediante el sentido de fe de los fieles, que el signo de los panes y los peces señala a Jesús: él es el pan y la bebida de vida; él es quien tiene palabras de vida eterna. Intuyen los humildes—si bien faltan de palabras para explicar su intuición—que la multiplicación de panes y peces trata no tanto de la naturaleza mundana como de la realidad sobrenatural, no sólo del hambre corporal y del alimento perecedero que lo alivia, sino también de la necesidad espiritual que sólo se remedia con la comunión de la carne y la sangre de Cristo. Y comprenden que dicha comunión es a la vez causa y señal de la unidad de los miembros de un solo cuerpo, animado por un solo Espíritu.

Por medio del Espíritu, el Padre revela a la gente sencilla las cosas que esconde a los entendidos. Así que los sencillos viven de la palabra de Dios y, al igual que el profeta Eliseo, rebosan de confianza en lo que dice el Señor: «Comerán y sobrará». No importa, pues, que tengan poco. Se lo agradecen a Dios, de todas maneras, y lo comparten alegremente con otros, convencidos todos de que Jesús mismo sabrá qué hacer para que todos se sacien y pueda comer el resto del pueblo de Dios de lo sobrante que se recogerá.

Los pobres nada desperdician. Hasta recogen de los desperdicios cosas que les sean útiles, como hacen aquellos que se ganan la vida a duras penas en una montaña de basura en Payatas (Filipinas) o en Antananarivo (Madagscar). Los pobres de la Iglesia eucarística dan gracias asimismo por lo que recuperan de las cosas de las que se han deshecho los ricos. Los pobres no se desesperan en medio de sus penas y calamidades, fijos los ojos en el Profeta verdadero, un siervo sufrido y no un rey autoritario. Creen en el Dios que alza de la basura al pobre.