Palm Sunday, Year B-2018

From VincentWiki
Arms Outstretched, Brow Sweating Blood

Jesus loves us with the strength of his arms and the sweat of his brow. He dies for us so that we may no longer live for ourselves but for him and others.

Loving us to the end, Jesus lays down his life for us. That is how we come to know love. It is not a matter of word or speech but of deed and truth. One loves with the strength of one’s arms and the sweat of one’s brow (SV.EN XI:32).

Effective love, yes, is what prompts Jesus to die on the cross, with arms outstretched and brow sweating blood. He does so not because torture or humiliation gives him pleasures. No, Jesus does not wish anyone to suffer or die, but to live with human dignity.

That is why he goes about doing good, teaching, preaching the Gospel, curing diseases and illnesses. His prayer shows he does not want to die. He asks the Father, “All things are possible to you. Take this cup away from me, but not what I will but what you will.”

And, surely, the Father does not want his Son’s infinite sacrifice to appease him. As though he were a vengeful and blood-thirsty god. Were Jesus’ passion and death for appeasement, he would be saving us from God (Madeleine L’Engle, The Irrational Season [New York, NY: The Seabury Press; Crossroad Book, 1977] 88).

But the truth is no one saves us from God. After all, without God there is no salvation. He saves us with a mighty hand and outstretched arm through him who stretches out his arms on the cross. Through him whose hands they nail to the cross.

Jesus dies crucified so that we may love likewise, with the strength of our arms and the sweat of our brows.

Jesus comes as Messiah King, but he is not a triumphalist. Rather, he is humble, seating on a colt. The heir to David’s throne requisitions a colt, but he returns it.

And the Suffering Servant “does not chase death, but he does not turn back either.” He is meek; he neither breaks a bruised reed nor quenches a smoldering wick. Nevertheless, he does not falter or lose courage until he establishes justice on earth.

And, yes, strong arms and hands oppose the one who denounces all pride and selfishness. Besides, his example and teachings undermine the worldly established order.

We Christians, for our part, prove ourselves through patient endurance while we pursue love and justice.

Lord Jesus, make us spend our lives for others. And may our love be infinitely inventive (SV.EN XI:131). Strengthen our work weak arms and wobbly knees; lead us where there is sharing of fresh bread and new wine.


25 March 2018

Palm Sunday (B)

Mk 11, 1-10; Is 50, 4-7; Phil 2, 6-11; Mk 14, 1 – 15, 47


VERSIÓN ESPAÑOLA

Brazos extendidos, frente sudando sangre

Jesús nos ama a costa de sus brazos y con el sudor de su frente Muere por todos nosotros para que ya no vivamos para nosotros mismos, sino para él y los demás.

Amándonos hasta el extremo, Jesús se entrega por nosotros. Así nos da a conocer lo que es el amor que no es cuestión de palabra ni de boca. Se ama más bien con obras y según la verdad, a costa de los brazos y con el sudor de la frente (SV.ES XI:733).

Por amor efectivo, sí, muere Jesús en la cruz, con los brazos extendidos y la frente sudando sangre. No muere así porque le da placer la tortura o la humiliación. No, no se complace él en el sufrimiento o la muerte de nadie, sino en que vivamos humana y dignamente.

Por tanto, ha pasado Jesús haciendo el bien, enseñando, predicando el Evangelio, curando enfermedades y dolencias. Y demuestra su oración que él no quiere la muerte. Es que pide al Padre: «Tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

Y ciertamente no quiere el Padre que el sacrificio de valor infinito de su Hijo sirva para aplacarle. Como si fuera un dios vengativo y sediento de sangre. Si así sirviera su pasión y muerte, Jesús acabaría salvándonos de Dios (Madeleine L’Engle, The Irrational Season [New York, NY: The Seabury Press; Crossroad Book, 1977] 88).

Pero la verdad es que no se nos salva a nosotros de Dios. Sin Dios, después de todo, no hay salvación. Él nos salva con mano fuerte y brazo extendido mediante el que extiende los brazos en la cruz. Por medio del que tiene las manos clavadas a la cruz.

Por amor muere crucificado Jesús, para que así también amemos. A costa, sí, de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente.

Llega Jesús como el rey mesiánico, pero no triunfalista, sino humilde, montado sobre un borrico. El heredero del trono davídico requisa un borrico, pero se lo devuelve al dueño.

Y el Siervo Sufriente «no corre tras la muerte, pero tampoco se echa atrás». Es manso, por eso no quiebra la caña cascada ni apaga la mecha vacilante. Con todo, no vacila ni se quiebra hasta implantar la justicia en la tierra.

Sí, brazos y manos fuertes se oponen al que renuncia toda soberbia y todo egoísmo. Y, además, subvierten su ejemplo y sus enseñanzas el orden establecido mundano.

Los cristianos, por nuestra parte, nos acreditamos por nuestra constancia en las tribulaciones, mientras procuramos el amor y la justicia.

Señor Jesús, haz que nos desvivamos por los demás. Y que nuestro amor sea infinitamente inventivo (SV.ES XI:65). Fortalece los brazos débiles y las rodillas tambaleantes; introdúcenos en donde se comparten pan tierno y vino nuevo.


25 Marzo 2018

Domingo de Ramos (B)

Mc 11, 1-10; Is 50, 4-7; Fil 2, 6-11; Mc 14, 1 – 15, 47