Dedication of the Lateran Basilica 2014
- Do you not know that you are the temple of God? (1 Cor 3, 16)
Christ loves the Church, handing himself over for her. He cleanses her with the bath of water with the word. Before her Lord, the Church must be holy and without blemish.
Zealous for God’s house, Jesus drives out those who keep turning it into a marketplace. Because of this cleansing gesture, he will be accused of blasphemy, as was prophet Jeremiah before.
The accusation will lead to his crucifixion, death and resurrection. But the paschal mystery will uncover the true meaning of the utterance, “Destroy this temple and in three days I will raise it up.” It reveals, moreover, the raison d’être of the temple, namely, to be Christ’s sacrament.
We who are God’s building will be neither pure nor true to ourselves unless we give meaningful and effective witness to Jesus. We are here to call attention, not to ourselves, but to Jesus. Our goal is not a business that will assure us of our own well-being and personal fulfillment.
There is certainly no lack in the Church of people who trade on the word of God, ravenous wolves disguised as sheep, false prophets or shepherds in search of shameless profit. But Jesus’ genuine followers know that their security lies only in firm faith and complete trust in Jesus. His words mean more to them than silver and gold.
In this regard, St. Vincent de Paul observes: “When the Church was practicing this [i.e., poverty] in the beginning, the faithful were all saints; but from the time one began to have one’s own property and ecclesiastics had personal benefices … everything came tumbling down” (Coste XII:398). The saint also warns: “The prior of the reformed Dominicans of this city told me … that the sorry state of their house came about after they had been in a situation of independence from Providence because they were well established and assured of a means of livelihood. …. We are not virtuous enough to be able to carry the burden of plenty and that of apostolic virtue and I fear we will never be, and that the former may ruin the latter” (Coste II:469-470).
The provident presence of God through his Son—the true Temple from which flows out living water that freshens salt waters, and makes everything fertile—is enough for us. There is no one else to go to other the one who has the cleansing words of eternal life. And the better we celebrate and live the Eucharist, the more we are Jesus’ undefiled Church and efficacious Sacrament.
- “This house is yours, Lord. … Let there not be in it any stone that your hand has not placed therein.”
VERSIÓN ESPAÑOLA
Dedicación de la Basílica de Letrán-2014
- ¿No sabéis que sois templo de Dios? (1 Cor 3, 16)
Ama Cristo a su Iglesia, entregándose a sí mismo por ella. La purifica con el baño del agua y la palabra. Ante su Señor, la Iglesia ha de ser santa y sin mancha.
Celoso por la casa de Dios, Jesús echa a los que van convirtiéndola en un mercado. Por este gesto purificador, Jesús quedará acusado de blasfemia, como le pasó al profeta Jeremías antes.
La acusación llevará luego a su crucifixión, muerte y resurrección. Pero el misterio pascual descubrirá el verdadero sentido del pronunciamiento: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré». Se revelará además la razón de ser del templo: ser sacramento de Cristo.
Los que somos edificio de Dios no seremos ni puros ni fieles a nuestra identidad, no sea que demos testimonio significativo y eficaz de Jesús. Aquí estamos para llamar la atención, no hacia nosotros mismos, sino hacia Jesús. Nuestra meta no es el negocio que nos asegure el propio bienestar y la realización personal.
Ciertamente, no faltan en la Iglesia quienes comercian hasta con la palabra de Dios, lobos rapaces disfrazados de ovejas, falsos profetas o pastores en busca de lucro sórdido. Pero los auténticos seguidores de Jesús saben que su seguridad está solamente en la fe firme y la confianza total en Jesús. Más estiman ellos las palabras de Jesús que miles de monedas de oro y plata.
Al respecto, observa san Vicente de Paúl: «Cuando la Iglesia se mantenía en esta práctica [de la pobreza], en sus comienzos, los fieles eran todos santos; pero, desde que empezaron a tener bienes en propiedad y los eclesiásticos tuvieron beneficios en particular … todo se vino abajo» (XI:665). Advierte también el santo: «El prior de los dominicos reformados de esta ciudad me dijo … que el desastre de su casa empezó cuando quisieron independizarse de la Providencia, al tener buenos edificios y tener asegurados sus medios de vida. …. No somos bastante virtuosos para poder soportar el peso de la abundancia y el de la virtud apostólica, y temo que nunca lo seremos, y que el primero arruinaría al segundo» (II:395-396).
A los que somos la Iglesia nos basta con la presencia providente de Dios mediante su Hijo, el verdadero Templo del que mana agua viva que sanea lo salobre, y fructifica. A nadie podemos ir más que al que solo tiene la podadora palabra de la vida eterna. Y tanto mejor celebramos y vivimos la Eucaristía, cuanto más Iglesia intachable, sacramento eficaz de Jesús, somos.
- “Esta casa es tuya, Señor, … que no exista en ella piedra alguna que no haya colocado tu mano.”