Ascension, Year A-2014

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The riches of glory in his inheritance (Eph 1, 18)

Jesus has lived doing good. Now that his hour is at hand, he makes it clear that his reason for passing from this world to the Father matches his reason for living. The disciples will be where the Master is if they walk on the path of self-emptying liberality.

Jesus dies just as he has lived, that is to say, loving effectively. He hands over the spirit, revealing the breadth, length, height and depth of his love. He loves with the strength of his arms extended on the cross and of his hands and feet nailed to it, and with the sweat, mixed with blood, of his brows. Lifted up, he becomes known as the only begotten of the one whose name is “I am.” Hence, he does nothing on his own, but says only what the Father teaches him. By the same token, he is given all heavenly and earthly power.

It is, moreover, better for us that Jesus goes. His departure gives rise to our getting the greatest gift, the power to bear witness. Without the Spirit, we have no one to wake us from stupor, to make us perceive Jesus’ presence, to defend us, to teach us everything, remind us of all of Jesus’ instructions, to guide us to all truth, to open our hearing that we may understand and accept even hard teachings.

Ascending on high, then, Jesus is enthroned as the best and most generous lover. And, indeed, unless he who for our sake became human goes up to heaven with his own humanity, taking with him all his kindred (St. Gregory of Nyssa), it will be extremely difficult for us to grasp that only those who humble themselves and are consumed by love shall be exalted and will attain consummate fullness.

Yes, salvation, just like self-fulfillment, lies in Jesus’ death, which means complete reliance on God and unbreakable solidarity with the weak. St. Vincent puts it thus: “We cannot assure better our eternal happiness than by living and dying in the service of the poor, within the arms of Providence and in real renunciation of ourselves to follow Jesus Christ” (Coste 392).

Those belonging to Jesus rely absolutely on God. Hence, they do not like self-congratulations. Nor do they consider any limitation, not even age, to be an obstacle, even though they feel bad, due to their zeal, that they cannot help other needy people who are waiting for them elsewhere. They give up everything, even their bodies and blood. Seeing Jesus in the poor as in a mirror, then they will know fully and ecstatically, as they are fully and ecstatically known.


VERSIÓN ESPAÑOLA

La Ascensión del Señor A-2014

La riqueza de gloria que da en herencia (Efes 1, 18)

Jesús ha vivido haciendo el bien. Ahora que se le viene encima la hora, deja claro que la razón de su tránsito del mundo al Padre coincide con su razón de vivir. Los discípulos estarán donde está el Maestro si andan por el camino de liberalidad abnegada.

Muere Jesús así como ha vivido, es decir, amando eficazmente. Entrega el espíritu, desvelando la anchura y longitud, la altura y profundidad, la grandeza y preeminencia de su amor. Ama con la fuerza de sus brazos extendidos en la cruz y de sus manos y pies clavados a ella, y con el sudor sangriento de su frente. Levantado, se conoce como el unigénito del que se llama «Yo soy». Por eso, él no hace nada por su cuenta, sino que habla como su Padre le enseña. Por la misma razón, se le ha dado todo poder celestial y terrenal.

Nos conviene, además, que se vaya Jesús. Su partida da paso a que recibamos el máximo regalo, la fuerza para dar testimonio. Sin el Espíritu no tenemos a nadie que nos despierte del estupor, nos haga percibir la presencia de Jesús, nos defienda, nos recuerde todas las instrucciones de Jesús, nos guíe a la verdad plena, nos espabile y abra el oído para que comprendamos y aceptemos incluso las enseñanzas duras.

Subiendo a lo alto, pues, Jesús se entroniza como el mejor y el más generoso amante. Y realmente, no sea que el hecho hombre por nosotros ascienda al cielo con su propia humanidad, llevando consigo a todos los de su misma raza (san Gregorio de Nisa), dificilmente captamos que solo quienes se humillan y se consumen por el amor serán enaltecidos y llegarán hasta la plenitud consumada.

Sí, la salvación, al igual que la realización personal, está en la muerte de Jesús, la cual significa dependencia total de Dios y solidaridad inquebrantable con los desvalidos. Así lo expresa san Vicente de Paúl: «No podemos asegurar mejor nuestra felicidad eterna que viviendo y muriendo en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia y en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguir a Jesucristo» (III 359).

Los de Jesús se fían de Dios absolutamente. Por eso, no les gusta la autocomplacencia. Tampoco toman ninguna limitación por obstáculo, ni aun la edad, si bien, a causa de su celo, se sienten mal por no poder ayudar a otros necesitados que les esperan en otros lugares. Entregan todo, incluso el cuerpo y la sangre. Viendo a Jesús en los pobres como en un espejo, luego conocerán tan plena y extáticamente como son conocidos.