Sixth Sunday in Ordinary Time, Year B-2021

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Hands Outstretched to the Quarantined

Jesus stretches out his hand to the quarantined, marginalized, excluded, unclean. His followers are to stretch out their hands to them, too.

The law asks quarantine for those with leprosy, though this may be no more than a skin eruption. And others should not touch them with their hands.

Is the law there for the sake of public health? This is what today’s quarantine and social distancing are for. Still, there is no lack of those who speak against such measures in the name of personal freedom (Pope Francis).

Or does ritual purity worry the priests more than the spread of the disease? One can only hope that those who serve at the altar do not turn worship into an idol or an “ideology,” as Pope Francis calls it.

But be it as it may, Jesus does not keep the letter of the law. For he stretches out his hand and touches the one who has just said, “If you wish, you can make me clean.”

The one who pleads on his knees does not only show humility, but also great faith and trusting hope. It could be that his ailment makes him taste chaos that those who long to belong cannot do without.

But why is there such faith and hope? No doubt, the love of the one who cures diseases and drives out demons has awakened them.

Disciples are to stretch out their hands, too, to the throwable and not clean.

Of course, I do not heal the sick or the possessed. I am not one of those whom people hail due to the wonders their hands work.

And yet, I and all Christians can stretch out our hands to those who are deemed throwable and not clean. We can do so since God has loved us first. For he sent us his Son who delivered himself into the hands of hangmen.

Hence, God equips us for love through the Holy Spirit. For through the Spirit, God has poured out his love into our hearts. That is to say, God hands over his love to us.

Our love, then, should show that God wants to save all. That Jesus wants to make clean the unclean, even at the risk of staying outside. In places where people do not go. But one can pray there and fast. And help, too, for even there do the poor go to ask for food or alms.

In the days when Jesus was in the flesh, his hands were God’s. Now that he has gone up to heaven, he has no hands but ours (St. Teresa of Jesus). Simone Weil says, too, that God does only what we cannot do. For he hands over to us what we can do. All the more reason we have, then, to help those in need.

Lord Jesus, we give you all the love in our heart, the thought in our mind, and the work of our hands (see SV.EN VIII:65). Make us one body, with no one left behind. For we share the one loaf and bless the same cup.


14 February 2021

6th Sunday in O.T. (B)

Lev 13, 1-2. 44-46; 1 Cor 10, 3 – 11, 1; Mk 1, 40-45


VERSIÓN ESPAÑOLA

Manos extendidas a los cuarentenados

Jesús extiende la mano a los cuarentenados, marginados, excluidos, impuros. A ellos les han de extender también las manos los discípulos.

La ley prescribe la cuarentena para los con lepra que se puede referir a una erupción cutánea. Y no se les puede tocar a ellos con las manos.

¿Busca la ley proteger al pueblo del contagio? Esto es el motivo de la cuarenta y el distanciamiento social de hoy día. Si bien no faltan los que en nombre de la libertad personal se resisten a tales medidas (Papa Francisco).

O, ¿es que se preocupan los sacerdotes más de la pureza ritual? Es de esperar que los que sirven en el altar no conviertan el culto en ídolo o «ideología», como lo llama el Papa.

Pero en cualquier caso, Jesús no guarda la letra de la ley. Pues extiende él la mano al que le acaba de decir: «Si quieres, puedes limpiarme», y lo toca.

El que suplica de rodillas manifiesta, sí, no solo humildad, sino también fe grande y esperanza confiada. Puede ser que por su aflicción haya conocido él caos. De éste no se puede prescindir los que anhelan la comunidad.

Pero, ¿por qué hay tal fe y tal esperanza? No cabe duda que las ha despertado el amor del que cura a los enfermos y expulsa a los demonios.

A los desechables e impuros les han de extender también las manos los discípulos.

Por supuesto, yo no sano ni a los enfermos ni a los poseídos. No soy uno de los que a los cuales se les señala por las grandes obras de sus manos.

Pero, sí, yo y todos los cristianos podemos extender las manos a los que muchos toman por desechables e impuros. Es que Dios nos ha amado primero; nos envió a su Hijo y éste se entregó en manos de los verdugos.

Por lo tanto, se nos capacita a nosotros para amar por el Espíritu Santo. Pues por él, Dios ha derramado su amor en nuestros corazones. Es otra forma de decir que Dios confía en nuestras manos su amor.

Nuestro amor, pues, ha de dar a conocer que quiere Dios, sí, que todos se salven. Que quiere Jesús que queden limpios los impuros, aun a riesgo de que se quede él fuera, en descampado. Pero allí se ora y se ayuna. Y se ayuda también, pues aun allí van los pobres que piden comida o limosna.

En la vida mortal de Jesús, sus manos eran las de Dios. Ahora que ha subido él al cielo, no tiene manos sino las nuestras (santa Teresa de Jesús). Y según Simone Weil, solo hace Dios lo que no podemos. Pues confía él en nuestras manos lo que podemos hacer. Más razón tenemos, entonces, para darles la mano a los pobres.

Señor Jesús, te damos todo el amor de nuestro corazón, el anhelo de nuestro espíritu y la obra de nuestras manos (veáse SV.ES VIII:52). Haz que formemos un solo cuerpo, sin que se excluya a nadie. Pues participamos de un solo pan y bendecimos la misma copa.


14 Febrero 2021

6º Domingo de T.O. (B)

Lev 13, 1-2. 44-46; 1 Cor 10, 3 – 11, 1; Mc 1, 40-45