Fourth Sunday of Easter, Year A-2020

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Center of Our Whole Being and Our Life

Jesus is our only gate. No one, then, should be more in the center of our life than he.

The shepherd is the center of attention of the sheep. For he leads them. He leads them out, and then walks ahead of them.

So, no wonder that the sheep recognize and heed his voice as he calls them by name. No wonder either that they do not recognize the voice of those who do not enter through the gate.

Jesus and those who truly belong to him have these closeness, mutual understanding and trust. No one is more in the center of their life than he. And rightly do they put him in the center.

He is not only their one Shepherd. He is also their one Teacher. His teaching, not his own but from the one who sent him, amazes everybody (Mk 1, 27; John 7, 16).

Besides, he, made both Lord and Christ by God, is their only Savior. So, “there is no salvation through anyone else” (Acts 4, 12). He is the only go-between (2 Tim 2, 5); no one comes to the Father but through him (Jn 14, 6).

In other words, Jesus is the gate, and those who enter through him will be saved. They will not fall prey to the greedy who sucks their blood. And they will to be safe in their stronghold, and go out for food.

We cannot do without Jesus; better to keep him in the center.

“Jesus Christ is our father, our mother and our all” (SV.EN V:537) sums up our need for him. He is the father that keeps us as the apple of his eye and hides us in the shadow of his wings (Ps 17, 8). Likewise, he is more a mother than the one who does not forget the baby at her breast (Is 49, 15).

He is the father and mother who are one with and close to their children. And he is our all: food, rest for the overburdened, peace, wisdom and power, beginning and end of faith. The way, the truth, the life, and the Rule of the Mission (SV.EN XII:110).

Our utmost need for him and his unfathomable love drive us, yes, to put him in the center. And to know more his words and works. To speak of them at home, abroad, at work or at rest. But knowledge and talk are cheap.

What costs is following in his footsteps and conforming to his way of life. And going out to spread peace, lighten suffering, heal life and announce Good Tidings (Todo o nada). To die with him even, in the outskirts (Heb 13, 12).

Lord Jesus, may we who sit at your table make you the center of our attention. Make us watch closely what you set before us. Let us, in turn, set before you the same kind of meal (St. Augustine).


3 May 2020

Fourth Sunday of Easter (A)

Acts 2, 14a. 36-41; 1 Pt 2, 20b-25; Jn 10, 1-10


VERSIÓN ESPAÑOLA

Centro de todo nuestro ser y nuestra vida

Jesús es nuestra sola puerta. Y nadie debe estar más en el centro de nuestra vida que él.

El pastor es el centro de atención de las ovejas. Es que él es quien las guía. Él determina cuándo sacarlas fuera, y luego camina delante de ellas.

No extraña entonces que las ovejas conozcan su voz y la atiendan al llamarlas él por su nombre. Tampoco sorprende que desconozcan la voz de los que no entran por la puerta.

Esa misma intimidad, sintonía y confianza son rasgos de Jesús y los verdaderamente suyos. Nadie está más en el centro de su vida que él. Y con razón lo ponen en el centro.

No solo es el único Pastor. Es también el solo Maestro. Su enseñanza, que no es suya, sino del que lo envió, deja estupefactos a todos (Mc 1, 27; Jn 7, 16).

Además, él es el solo Salvador, a quien Dios ha constituido Señor y Mesías. Por eso, «no hay salvación en ningún otro» (Hch 4, 12). Sí, él es el solo mediador (2 Tim 2, 5); nadie va al Padre, sino por él (Jn 14, 6).

En otras palabras, Jesús es la puerta, y cuantos entren por él se salvarán. No caerán presa del codicioso que les chupe la sangre. Y podrán entrar para estar salvos en su baluarte, y salir para alimentarse.

Nos es imprescindible Jesucristo; es preciso que se quede él en el centro.

«Jesucristo es nuestro padre, nuestra madre y nuestro todo» (SV.ES V:511) resume tal imprescindibilidad. Es el padre que nos guarda como a las niñas de sus ojos y nos esconde a la sombra de sus alas (Sal 17, 8). Asimismo, es más madre que la que no olvida al niño que amamanta (Is 49, 15).

Él es el padre y la madre quienes son idénticos e íntimos con sus hijos. Y es nuestro todo: alimento, alivio en el agobio, paz, sabiduría y poder, inicio y fin de nuestra fe. Es también el camino, la verdad, la vida, y la regla de la Misión (SV.ES XI:429).

La necesidad absoluta que tenemos de él y su amor insondable nos apremian, sí, a ponerlo en el centro. Nos empujan a conocer más sus palabras y obras. A hablar de ellas en casa, en el camino, acostados y levantados. Pero poco nos cuesta conocer y hablar.

Lo que cuesta es seguir sus huellas y conformarnos a su manera de vivir. Y hacer nuestra su misión de contagiar paz, aliviar el sufrimiento, curar la vida y anunciar el Evangelio (Todo o nada). Hasta morir con él en las periferias (Heb 13, 12).

Señor Jesús, haz que seas tú el centro de atención de los que nos sentamos a tu mesa. Concédenos fijarnos a la vez en lo que nos pones delante para luego prepararte, a nuestra vez, algo semejante (san Agustín).


3 Mayo 2020

4º Domingo de Pascua (A)

Hch 2, 14a. 36-41; 1 Pd 2, 20b-25; Jn 10, 1-10