Fourth Sunday of Advent, Year B-2017

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House for the poor of all peoples

Jesus fulfills the promise of God to king David of an everlasting royal house. This kingdom is for the poor of all peoples.

Living in a palace and enjoying peace and security, king David thinks of building God a house. But the holy and pious thought of the king does not seem to excite God. The latter is keener on building the former a house.

And better indeed that God builds us a house rather than we human beings build him one. For really, what kind of a house can we build for the Creator of heaven and earth? The heavens are his throne, and the earth is his footstool. Moreover, the Lord of the earth and of all it holds does not dwell in temples that human hands have made.

But even if we can build something for God, as though he needed it, we can still spoil it and everything else we touch (SV.EN XI:310-311). Not only do we let sanctuaries give us a false sense of security. We also turn houses of prayer into marketplaces and into dens of thieves even.

We need Someone greater and better than ourselves who will build a house for all peoples that will last forever.

God is the one who can do so. If he does not build the house, we who try to build it work in vain. And, in fact, by sending us his only Son, God fulfills his promise to David of an eternal royal house.

Jesus is the Son of the Most High, but he is at the same time the son of David. Consequently, he is heir to the throne of David. Since he is the Son of the Most High, Jesus makes everlasting the kingdom of David. And this kingdom belongs to the poor.

In other words, it belongs to those who, like St. Vincent de Paul, have nothing but their faith in God. They know he is with them, and they trust in him. That is why they proclaim his greatness, and they rejoice in their Savior who looks kindly on their lowliness. They give glory to the only wise God for his revelation to them through Jesus Christ. Lowly and afflicted, they tremble at his words.

But the poor are not afraid, for God strengthens them. To them, God is the Almighty who does great things for them. What matters is the power that overshadows them, that is, the presence of God. It does not matter that a woman is barren or that she has no relations with a man. After all, nothing is impossible for God.

In the house you give us, Lord, you provide for all peoples rich food and choice wines. Grant that our participation in your banquet commit us truly to those in need.


24 December 2017

Fourth Sunday of Advent (B)

2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Rom 16, 25-27; Lk 1, 26-38


VERSIÓN ESPAÑOLA

Casa para pobres de todos los pueblos

Jesús realiza la promesa de Dios al rey David de una casa real perdurable. Y este reino es para los pobres de todos los pueblos.

Establecido en su palacio y gozando de paz y seguridad, el rey David piensa en construirle a Dios una casa. Pero la idea santa y piadosa del rey no parece entusiasmar a Dios. A éste le interesa más construirle una casa a aquél.

Y mejor, sí, que Dios nos construya una casa a los hombres que nosotros, a él. Pues realmente, ¿qué casa podremos construirle al Creador de cielo y tierra? El cielo es su trono y la tierra, el estrado de sus pies. Además, no habita en templos construidos por hombres el Señor de la tierra y de cuanto la llena.

Pero incluso construyéndole algo a Dios como si lo necesitase, aún somos capaces de estropearlo y cuanto tocamos (SV.ES XI:236). No solo dejamos que los santuarios nos den falsas sensaciones de seguridad. También convertimos las casas de oración en mercados e, incluso, en cuevas de ladrones.

Necesitamos a Alquien mayor y mejor que nosotros que construya una casa para todos los pueblos que dure para siempre.

Dios es quien puede hacerlo. Si él no construye la casa, en vano nos cansamos los hombres que la tratamos de construir. Y, de hecho, enviándonos a su único Hijo, cumple Dios su promesa a David de una casa real eterna.

Jesús es Hijo del Altísimo, pero es hijo de David al mismo tiempo y heredero, por tanto, del trono davídico. Siendo Hijo del Altísimo, Jesús confiere perpetuidad al reino de David, su padre. Y este reino es de los pobres.

En otras palabras, es de los que, como san Vicente de Paúl nada tienen sino su fe en Dios. Saben que él está con ellos, y en él confían. Por eso, proclaman su grandeza, y se alegran en su Salvador que se fija en su humildad. Al único sabio Dios dan la gloria por su revelación por medio de Jesucristo. Humildes y abatidos se estremecen antes sus palabras.

Pero no temen los pobres, pues Dios les fortalece. Para ellos, Dios es el Poderoso que hace obras grandes por ellos. Lo importante es la fuerza que los cubre como sombra, es decir, la presencia divina. No importa que una mujer no sea fecunda o no conozca varón. Después de todo, no hay nada imposible para Dios.

En la casa que nos das, Señor, preparas para todos los pueblos manjares exquisitos y vinos refinados. Haz que nuestra participación en tu festín entrañe de verdad un compromiso en favor de los necesitados.


24 Diciembre 2017

Domingo 4º de Adviento (B)

2 Sam 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Rom 16, 25-27; Lc 1, 26-38