Fourth Sunday in Ordinary Time, Year B-2018

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Authority among Followers of Christ

Jesus teaches with astonishing authority. He expects those he has sent to proclaim the Gospel to every creature to carry out their mission with authority.

Jesus does not teach as the scribes. These serve as official interpreters of the law and the prophets. Basically, then, they underscore the authority of Scriptures and of tradition. But, of course, as experts in religious studies, the scribes do not fail to quote more renowned teachers.

Jesus, on the other hand, teaches with astonishing authority. He surely affirms the importance of the law and the prophets, saying that he has come to fulfill them. But he does not simply repeat the same usual doctrines, but rather he makes them radically meaningful. Accordingly, he demands a better and unusual righteousness: “You have heard it said …, but I say to you ….”

But what makes Jesus authority even more noticeable is the consistency between his preaching and his action. He announces in the synagogue the Gospel of God. And right away, he makes that Good News true by curing a man with an unclean spirit.

By showing such authority, Jesus comes across as a true prophet that God has raised up from the people. He is vested with power from God.

But Jesus, of course, is more than a prophet. He is the Son to whom the Father has handed over all things. And since no one knows the Father except the Son, the Son alone, then, can teach with authority. Only through him does God reveal to the childlike the things that he has hidden from the wise and the learned.

Those to whom Jesus has wished to reveal these things are to share them with authority.

It is our duty as followers of Christ to clothe ourselves with his authority. He forbids us to lord it over or oppress anyone. True disciples do not inspire fear that drives people away, but rather amazement that draws people.

And they guard against the temptation to be gentle with the powerful and harsh with the powerless. They do not turn back before someone with a greedy and exploiting spirit. They rebuke him, saying, “Quiet. Come out of him.” Thus, they do not fall prey to the wily who, complimenting them falsely, offers them flattering recognitions.

But above all, we Christians are not to lack moral authority. That is to say, we have to practice what we preach and be true to our Christian commitment. Moreover, we have to love, not only with sweet words, but with the strength of our arms and the sweat of our brows (SV.EN XI:32).

Lord Jesus, make us proclaim the Gospel with authority, possessed by your love that is inventive to infinity (SV.EN XI:131). You laid down your life for us; may we also be ready to lay down our lives for others.


28 January 2018

4th Sunday in O.T. (B)

Dt 18, 15-20; 1 Cor 7, 32-35; Mk 1, 21-28


VERSIÓN ESPAÑOLA

Autoridad entre los seguidores de Cristo

Jesús enseña con autoridad asombrosa. Se espera de los enviados por él a proclamar el Evangelio a toda la creación que cumplan su misión con autoridad.

Jesús no enseña como los escribas. Éstos funcionan como intérpretes oficiales de la ley y los profetas. Básicamente, pues, destacan la autoridad de las Escrituras y de la tradición. Pero, claro, no dejan los escribas de citar, como expertos en estudios religiosos, a los maestros de más renombre.

Jesús, en cambio, enseña con autoridad asombrosa. Afirma, por supuesto, la importancia de la ley y los profetas, diciendo que él ha venido a darles plenitud. Pero no repite simplemente las mismas doctrinas de siempre, sino que las hace cobrar un sentido radical. Por tanto, exige Jesús una justicia mejor y desacostumbrada: «Habéis oído que se dijo …, pero yo os digo …».

Pero lo que hace aún más notable la autoridad de Jesús es la coherencia entre su predicación y su actuación. Anuncia él en la sinagoga el Evangelio de Dios. Y, a continuación, realiza Jesús la Buena Noticia con la curación de un hombre poseído por un espíritu inmundo.

Con demostrar tal autoridad, Jesús se presenta como auténtico profeta que ha suscitado Dios de entre sus hermanos. Está investido de una fuerza que le viene de Dios.

Pero Jesús, claro, es más que profeta. Es que él es el Hijo a quien el Padre ha entregado todo. Y como nadie conoce al Padre sino el Hijo, solo el Hijo, entonces, enseña con autoridad. Solo por medio de él, sí, revela el Padre a los pequeños las cosas que esconde a los sabios y entendidos.

Se espera de aquellos a quienes Jesús ha tenido a bien revelarles estas cosas que las comuniquen con autoridad.

Nos toca a los seguidores de Jesús revestirnos de su autoridad. Él no nos permite tiranizar ni oprimir a nadie. Los verdaderos discípulos no infunden espanto repugnante, sino asombro atrayente.

Y se guardan de la tentación de mostrarse suaves con los poderosos y severos con los pobres. No se echan atrás ante el poseído por un espíritu codicioso y explotador. Le increpan, diciendo: «Cállate y sal de él». Así no se dejan influir por el astuto que, cumpliendo y mintiendo, les ofrece reconocimientos aduladores.

Pero, sobre todo, no nos debe faltar a los cristianos la autoridad moral. Es decir, hemos de hacer lo que predicamos y ser fieles a nuestro compromiso cristiano. Tenemos que amar, además, no solo con palabras dulces, sino a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente (SV.ES XI:733).

Señor Jesús, haz que proclamemos el Evangelio con autoridad, poseídos por tu amor que es infinitamente inventivo (SV.ES XI:65). Entregaste tu vida por nosotros; que estemos dispuestos también a entregar la vida por nuestros hermanos.


28 Enero 2018

4º Domingo de T.O. (B)

Dt 18, 15-20; 1 Cor 7, 32-35; Mc 1, 21-28