Fifth Sunday of Lent, Year C-2016

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Condemn, and you foster retrogression and death

Jesus does not condemn us sinners; he invites us to renewal.

Although without sin, despite his being like us, Jesus refuses to condemn the woman caught “in the very act of committing adultery.”

No doubt, those who brought her want to affirm their strict adherence to the law and the prophets. They also reveal their having no qualms about ruining vulnerable women who, while sinners, surely continue to be images of God. Unlike women, we men get away all too often.

Facing such accusers, one can rightly say that it is better to fall into the hands of God than into the hands of people who are determined to achieve their goals by any means. In contrast, God is very merciful.

We humans insist, not rarely, on not leaving the guilty unpunished. We justify our way by appealing to the passage that says that God punishes the children and grandchildren to the third and fourth generation for their fathers’ sins. It hardly occurs to us that maybe “third and fourth generation” serves to highlight even more God's kindness for a “thousand generations.”

Indeed, we are sometimes more demanding than God. We even question the fairness of the one who does not take pleasure in the death of the wicked, but rather in their conversion, that they may live. We dismiss the explanation that comes from the book of Wisdom: “But you have mercy on all, because you can do all things; you overlook the sins of men that they may repent.”

Such explanation suggests that those who are quick to condemn only show their insecurity and weakness.

On the other hand, the poor who feel secure and strong in their heavenly Father cannot but be merciful as he is. Clothed with tender mercy, they become a new creation. They are no longer just caricatures of Christians, to cite St. Vincent de Paul, our model of conversion and renewal, who adds that those who do not feel for others lack humanity and are worse than beasts (SV.FR XII:271).

Those so converted behave in accordance with Jesus’ newness. They go, resolving not to sin anymore, not to look back to the past, whether glorious or shameful, but to look to something new that has already sprung forth. They adopt the lifestyle of the one who has turned everything upside-down with his Sermon on the Mount.

They live said sermon, too. Hence, as God forgives them, so they forgive those who sin against them. They forgive even their enemies, excusing them for their not knowing what they are doing.

They devote themselves also to the breaking of bread, the “new rite,” to which the “old rite” gives way.

Lord Jesus, clothe us with your tender mercy that will make us forget what lies behind to strain forward to what lies ahead.


March 13, 2016

Fifth Sunday of Lent (C)

Is 43, 16-21; Phil 3, 8-14; Jn 8, 1-11


VERSIÓN ESPAÑOLA

Condena retrógrada y destrozadora

Jesús no nos condena a los pecadores; nos invita a la renovación.

Aunque sin pecado, no obstante su semejanza a nosotros, Jesús no condena a la mujer sorprendida «en flagrante adulterio».

Sin duda, quienes la han traído buscan afirmar su adhesión estricta a la ley y los profetas. Desvelan también que, «para comprometerlo y poder acusarlo» al cuestionado por ellos, no tienen reparos en arruinar a mujeres vulnerables que, aun pecadoras, no dejan de ser, ciertamente, imágenes del Creador. No como las mujeres, los varones nos ecapamos con demasiada frecuencia.

Frente a tales acusadores, uno puede decir con razón que mejor es caer en manos de Dios que caer en manos de hombres empeñados en alcanzar, por las buenas o por las malas, sus metas. A diferencia de ellos, Dios es misericordioso.

Los hombres no pocas veces insistimos en no dejar impune al culpable, basando nuestro proceder en la frase: Dios «castiga la culpa de los padres en los hijos, nietos y bisnietos, hasta la tercera y cuarta generación». Dificilmente se nos ocurre que «tercera y cuarta generación» tal vez sirva para resaltar aún más la misercordia que Dios mantiene «hasta la milésima generación».

Nosotros, sí, nos mostramos a veces más exigentes que Dios. Cuestionamos siquiera la justicia del que no se complace en la muerte del pecador, sino en que se convierta y viva. Descartamos la explicación que viene del libro de la Sabiduría: «Te compadeces de todos, porque todo lo puedes; cierras los ojos a los pecados de los hombres, para que se arrepientan».

De tal explicación se puede inferir quizás que quien condena precipitadamente solo delata su inseguridad y debilidad.

Por otro lado, los pobres que se sienten seguros y fuertes en su Padre celestial no pueden sino ser compasivos como él es compasivo. Teniendo entrañas de misericordia, se convierten ellos en nueva creación. Ya no son cristianos en pintura, por citar a san Vicente de Paúl, modelo de conversión y renovación, quien dice además que los sin compasión carecen de humanidad y son peores que las bestias (SV.ES XI:561).

Los así convertidos se comportan conforme a la novedad de Jesús. Andan adelante, resueltos a no pecar más, a no mirar hacia el pasado, sea éste glorioso o vergonzoso, sino hacia algo nuevo que ya ha brotado. Hacen suyo el estilo de vida del que todo lo ha puesto boca abajo con su Sermón de la Montaña.

Viven dicho sermón, por eso, así como el Padre los perdona, así también perdonan ellos a cuantos los ofenden. Perdonan incluso a sus enemigos, excusándoles a los que no saben lo que hacen.

Son constantes también en la fracción del pan, el «nuevo rito» al que cede el «viejo rito» su puesto.

Señor Jesús, danos tu misericordia entrañable que nos haga olvidar lo que queda atrás para lanzarnos hacia lo que está por delante.


13 de marzo de 2016

Domingo 5º de Cuaresma (C)

Is 43, 16-21; Fil 3, 8-14; Jn 8, 1-11