Fifth Sunday in Ordinary Time, Year B-2012

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Something greater than the temple is here (Mt. 12:6—NABRE)

The synagogue, of course, is not for itself but for the people. And those who go there for prayer and instruction service have to leave sooner or later in order to continue and complete outside what is begun inside. There is more to belonging to God’s people than just going to the synagogue.

And what has just been said about the chosen people and their synagogues can be said as well of the Christians and their institutions. It is not enough for us to be nourished at the table of the Word and of the Eucharist. Just as in Jesus’ case, our prayer or contemplation should lead to the apostolate or to action.

As sharers all in the role of Christ as priest, prophet, and king [1], we the baptized have, in the first place, the obligation to preach the gospel to those who do not yet partake of our communion and to proclaim God’s marvelous deeds (1 Pt. 2:9), which I hope we do willingly and not in the manner of a hireling or a slave who deems his life a drudgery. In the second place, it is our responsibility to show to those who are ill or possessed by demons and to those who are poor that God’s just and liberating word is within human reach (Rom.10:8-10) and to manifest as well to those who labor and are burdened, those who find life a drudgery, the easy yoke and the light burden of the one who is meek and humble of heart (Mt. 11:28-30).

Simply said, we Christians will strive to imitate the one who travelled throughout Galilee, preaching in the synagogues and driving out demons both inside and outside the synagogues. This means, as specified by St. Vincent de Paul, evangelizing the poor by word and deed, which includes comforting them, remedying both their spiritual and temporal needs, helping them in every way and seeing to it that others help them as well [2]. This is to love God with the strength of our arms and the sweat of our brow, which concretely means, among other things, to instruct the poor and to go after the lost sheep [3]. This demands sometimes that, in order to attend to the poor, we even miss Mass or our prayers, for God prefers mercy to sacrifice, and, in the end, it is only a matter of leaving God for God [4].

The attainment, then, of the communion we look for in a church or chapel should not be made difficult or, much less, be impeded by our apathy towards the needy. To discern the body of Christ is to recognize and respect him in the poor (1 Cor. 11:22, 29; cf. Is. 1:11-16). To my optimistic way of thinking, the more attention we give to the poor and the less our self-absorption or focus on our institutions, the more people will be gathered at the door of the Church.

NOTE:

[1] Apostolicam Actuositatem 10.
[2] P. Coste XII, 87-88.
[3] Ibid. XI, 40.
[4] Ibid. VII, 52; IX, 319; X, 95, 226, 541-542, 595.


VERSIÓN ESPAÑOLA

5° Domingo del Tiempo Ordinario, Año B-2012

Aquí hay uno que es más que el templo (Mt. 12, 6)

La sinagoga, claro, no existe para sí misma sino para el pueblo. Y los que van a ella para el servicio de oración e instrucción tarde o temprano tienen que salir para continuar y completar lo que dentro se empieza. A los que pertenecen al pueblo de Dios se les exige algo más que simplemente la asistencia en la sinagoga.

Y lo que se acaba de decir del pueblo escogido y sus sinagogas se puede decir también de los cristianos y sus instituciones. No nos basta a los cristianos con alimentarnos en la mesa de la Palabra y de la Eucaristía. Al igual que en el caso de Jesús, nuestra oración o contemplación ha de conducir al apostolado o a la acción.

Partícipes que somos todos del oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey (Apostolicam Actuositatem 10), nos toca a los bautizados, en primer lugar, anunciar el evangelio a los que todavía no comulgan con nosotros y proclamar las maravillosas obras de Dios—ojalá lo hagamos con mucho gusto y no en la manera de un jornalero o un esclavo que considera su vida como servicio pesado y aburrido. En segundo lugar, nos corresponde tanto demostrarles a los enfermos y poseídos, a los pobres, que está al alcance humano la justa y libertadora palabra divina como manifestarles a los cansados y agobiados, a los que faenan pesada y aburridamente, lo llevadero que es el yugo del que es manso y humilde de corazón, lo ligera que es la carga de éste.

Simplemente dicho, los cristianos nos esforzaremos en imitarle al que recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando demonios dentro y fuera de ellas. Esto quiere decir, según la especificación de san Vicente de Paúl, evangelizar a los pobres de palabra y de obra, lo que consiste incluso en aliviarlos, remediar sus necesidades tanto espirituales como temporales, en asistirles y hacer que les asistan de todas las maneras, nosotros y los demás (XI, 393). Esto es amar a Dios a costa de nuestros brazos y con el sudor de nuestra frente, lo que significa en concreto, entre otras cosas, el instruir a los pobres y el ir en busca de las ovejas descarriadas (XI, 733). Esto requiere a veces que, por asistir a los pobres, dejemos siquiera la misa o la oración, pues, Dios quiere más la misercordia que el sacrificio y, al fin y al cabo es cuestión sólo de dejar a Dios por Dios (VII, 50; IX, 297-298, 725, 830, 1081, 1125).

La consecución, pues, de la comunión que buscamos en una iglesia o capilla no se debe dificultar, ni menos impedir, por nuestra indiferencia hacia los necesitados. Discernir el cuerpo de Cristo es reconocerle y respetarle en los pobres. Y a mi modo de pensar optimista, más asistencia de nuestra parte a los pobres y menos nuestro ensimismamiento o nuestro enfoque en nuestras instituciones, más el agolpamiento de gente a la puerta de la Iglesia.