Fifteenth Sunday in Ordinary Time, Year A-2014

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As we wait for redemption (Rom 8, 23)

Jesus is the divine Word. Attuned to him and remaining in him, we will bear much fruit.

God spoke through the prophets. He now speaks through his Son, the eternal Word made flesh, in order to reveal himself fully and definitively.

This last Word is the last hope. For we, to whom God entrusted his vineyard, are not too trustworthy: we want to take ownership of it unjustly and of the whole vintage, boasting as though everything were the fruit of our labor and we did not depend on anyone; we disregard the terms of the lease. Jesus teaches and exemplifies faithfulness to the covenant.

He is really, in other words, the only pontiff, the one mediator. He is both the perfect divine word of invitation to the kingdom and the perfect human word of response to the divine initiative. To know exactly the mysteries of the kingdom and the secret of being fruitful, and to partake besides of Jesus’ priesthood, it is enough that we listen to him and do what he did.

Hence, like Jesus, we will take our time, getting out of our self-absorption and sitting down by the sea, let us say, and we will let the Lord open our ears so that we may listen while availing of the experiences of daily life to learn and to teach. Connected to daily life and living by every word that comes forth from the mouth of God, we will have an adequate reply to every distortion of the Scriptures and of life that the evil one proposes to steal away what is sown in our hearts.

If the Scriptures are deeply rooted in our tender, not stony, hearts, we will not fall away, but will remain faithful to what God has entrusted. We will even hand ourselves over to those who would torture and insult us, for compared with the awaited plentiful harvest, all our endeavors and sufferings are nothing.

Worldly anxiety and greed will not choke us either if we make our own the lifestyle of Jesus, and not that of the comfortable in life with hearts that are dull, who only hear and see themselves. Life with Christ will free us from self-centeredness, and will give us a well-trained tongue so that we may be able to rouse the weary.

Indeed, the proof that we hear and understand the Word is our effective willingness to give our bodies up and shed our blood for others. St. Vincent de Paul, consumed by charity, hearer and doer of the Word, proved this to be so. The two fundamental sources of his spirituality are the Gospel and life, and he saw to the harmony between the Gospel and life; that is why his teachings and his numerous good works have the simplicity of everyday life and the penetrating and efficacious strength of the Word of God (Jacques Delarue).


VERSIÓN ESPAÑOLA

15º Domingo de Tiempo Ordinario A-2014

Aguardando la redención (Rom 8, 23)

Jesús es la Palabra divina. Compenetrados con él, daremos fruto abundante.

Dios hablaba por los profetas. Ahora habla por su Hijo, la Palabra eterna hecha carne, para revelarse plena y definitivamente.

Esta última Palabra es la última esperanza. Pues poco fiables somos nosotros a quienes ha confiado Dios su viña: queremos apropiarnos de ella y de toda la vendimia, gloriándonos como si todo fuera fruto de nuestro trabajo y no dependiésemos de nadie; descuidamos los términos del arrendamiento. Jesús enseña y ejemplifica la fidelidad a la alianza.

Es decir, él es realmente el único pontífice, el solo mediador. Es tanto la palabra divina perfecta de invitación al reino como la palabra humana excelente de respuesta a la iniciativa divina. Para conocer exactamente los secretos del reino y de la fecundidad, y participar además del sacerdocio de Jesús, nos basta con escucharle y hacer lo que él.

Así que, como Jesús, nos tomaremos el tiempo, saliendo de nuestro ensimismamiento y sentándonos, digamos, junto al lago, y permitiremos que el Señor nos espabile el oído cada mañana, para que escuchemos como los iniciados, aprovechando las experiencias de la vida diaria para aprender y enseñar. Conectados a la vida diaria y viviendo de toda palabra que sale de la boca de Dios, replicaremos adecuadamente a cada distorsión de las Escrituras y de la vida que el Maligno propone para robarnos lo sembrado en nuestro corazón.

Si las Escrituras tienen raíces profundas en nuestro corazón tierno, no empedernido, constantes permaneceremos y fieles al encargo de Dios. Hasta nos entregaremos a los que nos tormenten y ultrajen, que comparados con la cosecha copiosa esperada, todos nuestros empeños y sufrimientos no son nada.

Tampoco nos ahogarán los afanes de la vida ni la codicia si hacemos nuestro el estilo de vida de Jesús, y no el de los de vida cómoda y de corazón embotado, quienes oyen y ven solo a sí mismos. La convivencia cristiana nos librará del egocentrismo y nos dará una lengua de iniciado para que podamos alentar a los abatidos.

De verdad, la prueba de que escuchamos y entendemos la Palabra es nuestra voluntad efectiva de entregar el cuerpo y derramar la sangre por los demás. Esto lo comprobó san Vicente de Paúl, consumido por la caridad, escuchador y hacedor de la Palabra. Las dos fuentes fundamentales de su espiritualidad son el Evangelio y la vida, y él procuró que el Evangelio y la vida se compenetraran; por eso, sus enseñanzas y sus numerosas buenas obras tienen la sencillez de la vida diaria y la fuerza penetrante y eficaz de la palabra de Dios (Jacques Delarue).