Easter Sunday, Year C-2013

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Their story seemed like nonsense and they did not believe them (Lk. 24:11)

Mary of Magdala cannot wait till she visits the tomb. The day of rest done, she goes there early in the morning. She sees that it is open. Puzzled, she hurries to report it to Peter and the beloved disciple.

The report worries them. They run together to the tomb, which they find empty.

The burial cloths and the rolled-up cloth that covered Jesus’ head do not indicate robbery. We sometimes do not grasp reality on account of our worries. Far from being like the beloved disciple, we do not get it right to be able to see and believe.

And so, Mary, noticing that the stone has been removed from the tomb, thinks the worst: “They have taken the Lord from the tomb.” Jesus’ predictions about his resurrection on the third day do not occur at all to her. Later, she will mistake the Teacher for a gardener, her tears making dim her vision. The one who will draw her out of her current state of mind will not be one or the other of the angels, but only Jesus. He says to her, “Mary.” She replies, “Rabbouni.” He will subsequently confirm her in her apostleship: she will send her to his brothers to bring them good news.

It is Jesus who chooses us, of course, and not we who choose him (Jn. 15:16). Even if we are warned about our emotions possibly blinding us, this is no reason to belittle the one who gets excited. May Judas serve as a warning to us: in spite of his being chosen, he ended up being a devil (Jn. 6:70), probably because he completely got discouraged when Jesus made clear his rejection of power, money and glory.

Indeed, there is need for Mary’s loving excitement and restless seeking, so that we may dare brave the darkness and seek the light. Were it not for her contagious initiative, if we left everything in the hands of leaders, would the understanding of the Scripture regarding Jesus’ resurrection be so quickly set in motion in the Church? Admittedly, one reputed leader, running faster than the other, shows impulsiveness. But he only takes a peek and does not enter until the arrival and entrance of the other who does not run as fast, letting his impulse be moderated by the other who appears to be less impetuous and a little more reflective.

Precisely because balance must be struck, needing Mary’s excitement is a patriarchal surrounding where men carry a lot weight while women are hardly counted on when it comes to “thinking of, deciding on, and promoting the course to be taken by the Church” (J.A. Pagola, “Women Believers”), notwithstanding their being in the front line in efforts to go about doing good, to witness to Jesus’ resurrection and to proclaim the good news to the poor. We need the single-minded and bubbling devotion of the women followers of Jesus, so that, focused on Christ, we will guard against sloth, “the vice of ecclesiastics”—says St. Vincent de Paul—or tepidity, “a state of damnation” (Coste VIII, 112), and work hard to make everything here below according to the pattern we see above. The Church needs Mary who will teach it to accept and give affection and respect, and to inspire—for example, through gestures of poverty and humility, like those of Pope Francis—even the weariest, whose suffering and problems it cannot remedy.

And there is need for women who will attend to the crushed body of Christ and impel us to penetrate the Scriptures and recall, with burning and grateful hearts, that the Messiah suffered, as foretold by the prophets, in order to enter into his glory.


VERSIÓN ESPAÑOLA

Domingo de Pascua de Resurrección, C-2013

Ellos lo tomaron por un delirio y no las creyeron (Lc 24, 11)

Está impaciente María Magdalena por visitar el sepulcro. Allí va muy de mañana, pasado el día de descanso. Lo ve abierto. Desconcertada, se apresura a decírselo a Pedro y al discípulo amado.

El informe les preocupa. Corren juntos hacia el sepulcro que encuentran vacío.

No indican robo las vendas ni el sudario enrollado. A veces no comprendemos la realidad debido a nuestras preocupaciones. Lejos de ser como el discípulo amado, no acertamos ver ni creer.

Así pues, María, al notar la losa quitada del sepulcro, se imagina lo peor: «Se han llevado del sepulcro al Señor». No se le ocurre nada de las predicciones de Jesús sobre su resurrección al tercer día. Más adelante, con visión borrosa a causa de las lágrimas, confundirá al Maestro con un jardinero. Quien la sacará de su estado de ánimo actual no será ni un ángel que otro, sino Jesús solo. Él le dirá: «María». Ella contestará: «¡Raboni!». Luego él la confirmará en el apostolado: la enviará a sus hermanos para llevarles buena nueva.

Es Jesús, ciertamente, quien nos elige y no nosotros a él (Jn 15, 16). Si bien se nos advierte que las emociones nos pueden dejar ciegos, no por eso se ha de menospreciar al entusiasmado. Nos sirva de escarmiento Judas: a pesar de su elección acabó siendo un diablo (Jn 6, 70), probablemente porque se desanimó por completo al dejar claro Jesús su rechazo del poder, del dinero y de la gloria.

De verdad, hay necesidad del entusiamo amoroso y de la búsqueda inquieta de María, para que desafiemos con denuedo la oscuridad y encontrar la luz. Si no fuera por la iniciativa contagiosa de ella, si todo dejásemos en manos de los líderes, ¿se pondría en marcha con tanta prontitud en la Iglesia el entendimiento de la Escritura sobre la resurrección de Jesús? Se ha de admitir, sí, que un reconocido como dirigente, corriendo más que el otro, se muestra impulsivo. Pero solo echa una miradita y no entra hasta que haya llegado y entrado el que no corre tan rápido, dejándose moderar en su impulso por el otro que se ve menos impetuoso y un poco más reflectivo.

Precisamente porque se debe lograr un equilibrio, necesita de la excitación de María un ambiente patriarcal donde preponderan los varones mientras apenas se cuenta con las mujeres «para pensar, decidir e impulsar la marcha de la Iglesia» (J.A. Pagola, «Mujeres creyentes»), no obstante que están en las primeras líneas en los esfuerzos para pasar haciendo el bien, dar testimonio del Resucitado y hacer proclamación de la buena noticia a los pobres. Necesitamos la devoción resuelta y bullente de las mujeres seguidoras de Jesús, para que, centrados en Cristo, nos precavamos contra la pereza, «un vicio de los eclesiásticos»— dice san Vicente de Paúl—o la tibieza, «un estado de condenación» (VIII, 100), y nos esforcemos por hacer todo aquí abajo según el modelo que vemos allá arriba. La Iglesia necesita a María que la enseñe a aceptar y brindar cariño y respeto, y a infundir esperanza—mediante, por ejemplo, gestos de pobreza y humildad, como los del Papa Francisco—incluso en los más abatidos, cuyos sufrimientos y problemas ella no puede remediar.

Y hay necesidad de mujeres que atiendan el cuerpo triturado de Cristo y nos impelen a penetrar las Escrituras y traer a la memoria, con corazón ardiente y grato, que el Mesías padeció, de acuerdo con los profetas, para entrar en su gloria.