Easter Sunday, Year A-2014

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Think of what is above (Col 3, 2)

The least of us has risen from the dead and is seated at the right hand of God. Now we await his glorious coming and welcoming words, “Come, you who are blessed by my Father.” And we recount his marvelous deeds, striving to go about doing good, so that our aspiration that the Father’s will be done on earth as in heaven may be realized.

From seeing the empty tomb Peter and the beloved disciple inferred that Jesus had risen. But they did not fail to notice the burial clothes there and also the head covering, rolled up in a separate place.

Basing themselves, then, on the little they had seen, the disciples came to understand the Scripture that he had to rise from the dead—in contrast, Mary Magdalene, seeing only that the stone had been removed from the entrance of the tomb, immediately supposed, “They have taken the Lord from the tomb” (it would be funny if she, madly in love, had imagined herself for a moment taking the corpse away and keeping it). And it is said particularly of the beloved disciple, appropriately nameless since he is every true believer, “He saw and believed.”

No, I have never seen the Lord. Otherwise I would stop writing reflections and making guesses about God and his designs, at the risk always of turning into a false prophet who makes up visions. I believe, and I do not insist on seeing to believe.

But do I really believe, so that I am counted among those proclaimed blessed by the Risen One? Do I truly see from the point of view of faith in such a way that I am ready to go with Jesus and die with him? Do I have the single-minded devotion of Mary Magdalene, taking Jesus as the only necessary certitude and setting aside logical certainty?

Do I see reality with Jesus as my point of view, so that everything takes on a new and fuller meaning and I do not go following my own devices, imposing what I like or forbidding what I dislike, projecting my fears, worries and insecurities? Do I have etched into my memory the Vincentian saying (Coste I 295) that “we live in Jesus Christ by the death of Jesus Christ and that we ought to die in Jesus Christ by the life of Jesus Christ and that our life ought to be hidden in Jesus Christ and filled with Jesus Christ and that in order to die like Jesus Christ it is necessary to live like Jesus Christ”?

Do I, moreover, take notice—in order to believe in Jesus, that the Risen One is none other than the one who was crucified and buried—of the signs of the crucifixion and the resurrection, namely, of the spurned and held in no esteem that have been left behind? Do I welcome them with tenderness and respect, not leaving them lying at the door like dirty rags all scattered outside?

And to pass from death to life, does this not mean to have deep and tender feelings of mercy and to remember those who are frequently left dismembered from the body of Christ, our good connections to him?


VERSIÓN ESPAÑOLA

Domingo de Pascua A-2014

Aspirad a los bienes de arriba (Col 3, 2)

¡Ha resucitado el más humilde de nosotros y está sentado a la derecha de Dios! Ahora esperamos su gloriosa venida y sus palabras acogedoras: «Venid vosotros, benditos de mi Padre». Y contamos las hazañas del Señor, procurando pasar haciendo el bien, para que se realicen nuestras aspiraciones de que se haga la voluntad del Padre en la tierra como en el cielo.

Luego de ver el sepulcro vacío, dedujeron Pedro y el discípulo amado que había resucitado Jesús. Pero no dejaron de notar que dentro estaban las vendas y el sudario también, enrollado en un sitio aparte.

Basándose, pues, en lo poco que habían visto, los disipulos llegaron a entender «la Escritura: que él había que resucitar de entre los muertos»—en cambio María Magdalena con solo ver la losa quitada del sepulcro supuso enseguida que «se han llevado al Señor» (resultaría gracioso si ella, loca de amor, por un momento se hubiera imaginado llevándose al sepultado para guardárselo). Y se dice en particular del discípulo amado, apropriadamente anónimo, ya que representa a todo creyente auténtico: «Vio y creyó».

No, no he visto nunca al Señor. De lo contrario, me dejaría de escribir reflexiones, de adivinar cómo es Dios y cuáles sus designios, a riesgo todo el tiempo de hacerme un profeta falso que se inventa visiones. Creo, y no insisto en ver para creer.

Pero, ¿creo yo realmente para ser contado entre los declarados dichosos por el Resucitado? ¿Acaso veo de verdad desde la fe, de modo que esté dispuesto a ir con Jesús y morir con él? ¿Tengo yo la resuelta devoción de María Magdalena, tomándole a Jesús por la unica certitud necesaria y dejando de lado la certeza lógica?

¿Veo yo la realidad desde Jesús, para que todo cobre un sentido nuevo y pleno, y no ande siguiendo mis antojos, imponiendo lo que me gusta o prohibiendo lo que no me gusta, proyectando mis temores, ansiedades e inseguridades? ¿Tengo grabado en la memoria el dicho vicentino (I 320) de «que vivimos en Jesucristo por la muerte de Jesucristo, y que hemos de morir en Jesucristo por la vida de Jesucristo, y que nuestra vida tiene que estar oculta en Jesucristo y llena de Jesucristo, y que, para morir como Jesucristo, hay que vivir como Jesucristo»? Además, ¿noto yo—para creer en Jesús, que el Resucitado no es sino el que fue crucificado y sepultado—las señales de la crucifixión y la resurrección, a saber, a los discriminados y desestimados que se han dejado atrás? ¿Los acojo yo a ellos con cariño y respeto, sin dejar que estén echados a la puerta como trapos sucios tirados afuera?

Y pasar de la muerte a la vida, ¿no quiere decir esto tener entrañas de misericordia y remembrar a los que con frecuencia quedan desmembrados del cuerpo de Cristo, nuestros buenos contactos con él?