Baptism of the Lord, Year A-2020

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Share in Jesus’ Anointing and Mission

Jesus is the one anointed with the Spirit. God has sent him to bring the Good News to the poor. To belong to him is to share in his anointing and sending.

The baptism of Jesus identifies him as God’s beloved Son, with a share in divinity. But it also suggests that he is God’s Suffering Servant.

God has chosen this Servant and is pleased with him. God’s Spirit is upon him, so that he may fulfill all justice and also bring it forth to the nations. For his calling is for the victory of justice. And for the setting up, too, of the covenant that brings light, healing and freedom.

In other words, God anoints Jesus with the Holy Spirit. Such anointing, then, drives Jesus to go about doing good. And this is surely who Jesus is. He is the one with the Holy Spirit and sent to serve and give his life as a ransom.

It goes without saying that to share in Jesus’ anointing and sending is crucial to our Christian identity.

Christians, then, are those whom the Spirit prods to share the Good News of a loving God. With glowing faces and hearts throbbing (see Is 60, 5), they speak of this God who wants the best for his sons and daughters. This God seeks a world that fits us, a world of peace, justice, solidarity, equality. Moreover, this God goes after those who stray, welcomes and forgives sinners, and shows no partiality. In short, those whom the Holy Spirit leads show, as Jesus, the face of a kind God who saves. Not of a harsh God who condemns.

Christians are those who have the Spirit of courage who enables them to speak truth to power. To those today who are like Cardinals Richelieu and Mazarin. Christians must not be false prophets, who only want to stay in power. That is why they say only what the powerful want to hear.

Christians are to teach with authority that comes from the Spirit, as Jesus, not as the scribes (Mt. 7, 29). So, they practice what they preach. And they do not gloss over the weightier things of the law: justice, mercy and faithfulness (Mt. 23, 23; see also EG 35). They are, then, mindful of the poor and eager to help them (see Gal 2, 10).

All this says that Christians share in the baptism of Jesus. And they do so, knowing that baptism is not something that happens once and then it is over. Rather, it is ongoing. It remains a work in progress until they can say with the Son and Servant of God, “It is finished” (Jn 19, 30). Until they enter into the joy of their Master, after giving up their bodies and shedding their blood.

Lord Jesus, make us share in your baptism. And grant that we live and die in the service of the poor, in the arms of Providence, and with genuine renouncement of ourselves to follow you (SV.EN III:384). Let our baptism, our initiation or beginning, reach its fulfillment and end.


12 January 2020

Baptism of the Lord (A)

Is 42, 1-4. 6-7; Acts 10, 34-38; Mt 3, 13-17


VERSIÓN ESPAÑOLA

Participar de la unción y la misión de Jesús

Jesús es el Ungido con el Espíritu y el Enviado de Dios para anunciar la Buena Nueva a los pobres. Ser de él significa participar de su unción y misión.

El bautismo de Jesús le identifica como el Hijo amado de Dios y es propio del Hijo participar de la divinidad. Pero se nos da a entender también que Jesús es el Siervo Sufriente de Dios.

Dios ha elegido a ese Siervo y se complace en él. Está sobre él el Espíritu de Dios, para que toda justicia se cumpla y se implante también en las naciones. Pues Dios en su justicia llama al Siervo y hace de él una alianza de luz, sanación y libertad.

En otras palabras, Dios unge a Jesús con el Espíritu Santo. Esa unción le apremia a Jesús a pasar haciendo el bien. Y así es él verdaderamente. Es el Ungido con el Espíritu Santo y el Enviado para servir y dar su vida como rescate.

Huelga decir que es decisivo para nuestra identidad cristiana participar de la unción y la misión de Jesús.

Los cristianos, entonces, son aquellos, a quienes los apremia el Espíritu a hacerlos a los demás partcipar de la Buena Nueva de un Dios amoroso. Con rostros radiantes y corazones latiendo de gozo (véase Is 60, 5), hablan de ese Dios que busca lo mejor para sus hijos e hijas. Nos desea él un mundo más humano, un mundo de paz, justicia, solidaridad, igualdad. Él va tras los extraviados, acoge y perdona a los pecadores, y no hace acepción de personas. En breve, los guiados por el Espíritu Santo descubren, como Jesús, el rostro de un Dios bondadoso que salva, no de un Dios severo que condena.

Los cristianos son los alentados por el Espíritu de valentía, el cual los capacita para llamar al pan pan y al vino vino aun ante los poderosos, como los cardenales Richelieu y Mazarino. Los cristianos no pueden ser profetas falsos, quienes se preocupan solo por mantenerse en poder. Por eso, se limitan a decir solo lo que les gusta a los poderosos oír.

Han de enseñar los cristianos con autoridad, como Jesús, no como los escribas (Mt 7, 29). Hacen, entonces, lo que dicen. Y no pasan por alto lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia, la fidelidad (Mt 23, 23; véase también EG 35). Con razón, se acuerdan de los pobres y están dispuestos a ayudarles (véase Gál 2, 10).

Dice todo esto que los cristianos están listos para participar del bautismo de Jesús, bien conscientes de que el bautismo es como un proyecto en curso. Y así es, hasta que logren decir, con el el Hijo y Siervo de Dios: «Está cumplido» (Jn 19, 30). Hasta que entren en el gozo de su Señor, luego de entregar sus cuerpos y derramar su sangre.

Señor Jesús, haznos participar de tu bautismo. Y concédenos vivir y morir en el servicio de los pobres, en los brazos de la Providencia, en una renuncia actual a nosotros mismos, para seguirte (SV.ES III:359). Y deja que nuestro bautismo, nuestra iniciación o nuestro comienzo, alcance su cumplimiento y fin.


12 Enero 2020

Bautismo del Senor (A)

Is 42, 1-4. 6-7; Hch 10, 34-38; Mt 3, 13-17