Second Sunday of Advent, Year A-2019
- Out of Cycle, the Usual, the Customary
In the person of Jesus is revealed that God’s love prevails in the end (Advent 2002). Christians, then, cannot but break out of the cycle of hopelessness.
For those who have a cyclical view of time, events simply come back. Nothing new comes out of the cycle. No new heavens, then, and no new earth to hope for.
But we Christians are offspring of Abraham and heirs of the promise (Gal 3, 29). And the promise that ushers in and shapes history guides it also to a fulfillment that stands out there still (J. Moltmann, Chapter 2: Promise and History). We are pilgrims who go forward, under God’s care, toward the fulfillment of the promise. Such promise gives us hope.
And we stay hopeful even in an increasingly depressing world of partisanship, disregard for truth, abuse of power, violence, injustice. For, first of all, God keeps giving us strength and courage. God draws lessons for us from the past so that we may move forward, and not repeat its sins.
We have hope, secondly, for we can turn our lives around. The call to repentance that both John the Baptist and Jesus address to us shows us the way out. The way out of the cycle of presumption and despair and, worse, of acceptance of what ought to change (see Moltmann, Introduction).
Thirdly, we hope since God leads us to our lasting city in a revolutionary way. That is to say, God turns everything upside down. Breaking with the usual and the customary, God make things look up for those who are down and out.
More importantly, by changing the order of things, God shows us what to make out of the call to repentance.
Of course, repentance is change of mind, heart, attitude. As Pope Francis puts it: “The structural and organizational reforms are secondary—that is, they come afterward. The first reform must be the attitude.” But the proof of inner repentance is the good fruit it bears.
And bearing fruit of repentance in a “turn-upside-down” world means putting the poor on the top (see J. Freund). It is turning our lives around so that we work humbly with Christ. He judges the lowly, the poor, the helpless with justice, pities, helps, rescues them, and saves their lives.
To bear good fruit is to do as Mary, who let the contemplation of the Annunciation lead her to the action of the Visitation (see J. Freund). It is to be a Church which is poor and for the poor (EG 198). To welcome the poor as our lords and masters, whom we are not worthy to serve (SV.EN XI:349). And doing so, we follow the model that Jesus gave us, we remember him, call him back to our midst.
Lord Jesus, out of love for us, you let yourself be handed over to sinners. And you were put to death on the cross, but you rose from the dead on the third day. Give us courage and peace when evil seems to prevail.
8 December 2019
Second Sunday of Advent (A)
Is 11, 1-10; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12
Immaculate Conception
Gen 3, 9-15; Eph 3, 1-6. 11-12; Lk 1, 26-38
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Fuera de ciclo, de lo usual, lo acostumbrado
En la persona de Jesús se revela que el amor de Dios se impone en la última instancia (Adviento 2002). Los cristianos, pues, no pueden sino estar fuera del círculo de desesperanza.
Para quienes le atribuyen al tiempo un carácter cíclico, los sucesos solo se repiten. Nada nuevo ocurre. No puede haber, pues, cielos nuevos ni tierra nueva que nos infundan esperanza. En el círculo, se echa fuera toda esperanza.
Pero los cristianos somos descendencia de Abrahán y herederos de la promesa (Gal 3, 29). Y la promesa, que inicia y determina la historia, la lleva también a la plenitud que está fuera aún de nuestro alcance (J. Moltmann, Capítulo 2: Promesa e Historia). Pero esa promesa es motivo de esperanza para los que peregrinamos hacia la realización de la misma promesa.
Y albergamos la esperanza aun encontrándonos en un mundo, cada vez más deprimente, en el que reinan el partidismo, las mentiras, el abuso de poder, la violencia y la injusticia. Pues, primero que nada, Dios va concediéndonos la paciencia y el consuelo. Él saca lecciones de la historia para que no repitamos los pecados del pasado.
En segundo lugar, esperamos porque se nos hace posible cambiar nuestras vidas. La llamada a la conversión que nos dirigen Juan Bautista y Jesús nos abre el camino para salir fuera. Fuera del ciclo de la presunción y la desesperación y, peor todavía, de la conformidad con el presente que hay que cambiar (véase Moltmann, Introducción).
Tenemos esperanza, en tercer lugar, porque Dios nos guía de manera revolucionaria por el camino que lleva a la ciudad permanente. Es decir, Dios lo pone todo boca abajo. Rompiendo con lo usual y lo acostumbrado, Dios brinda esperanza a los que están fuera, en las periferias.
Más importante aún, por cambiar el orden de las cosas, poniendo fuera lo que está dentro, y dentro lo que está fuera, Dios nos indica lo que significa convertirnos.
La conversión, desde luego, quiere decir cambio de pensar y sentir, cambio de actitudes. Como lo expresa el Papa Francisco: «Las reformas organizativas y estructurales son secundarias, es decir, vienen después. La primera reforma debe ser la de las actitudes». Pero prueba del arrepentimiento interior es el buen fruto que se espera del arrepentido.
Y dar el fruto que exige la conversión en un mundo puesto boca abajo significa ponerlos arriba a los pobres (véase J. Freund). Es cambiar nuestras vidas de modo que colaboremos humildemente con el Ungido de Dios. Él defiende con justicia a los humildes, pobres, indefensos. Se apiada de ellos, los ayuda y libra, y salva la vida de ellos.
Dar buen fruto es hacer lo que la Inmaculada, a saber, dejar que la contrmplación de la Anunciación la impulse a la acción de la Visitación (véase J. Freund). Es ser una Iglesia pobre para los pobres (EG 198). Y acoger a los pobres, que son ellos nuestros señores y nuestros amos, aunque no somos dignos de servirles (SV.ES XI:273). Haciéndolo, imitamos el ejemplo que nos dio Jesús, a quien remembramos, haciéndole presente de nuevo en medio de nosotros.
Señor Jesús, por tu amor te entregaste en manos de pecadores y moriste en la cruz, fuera de Jerusalén. Pero resucitaste al tercer día. Danos valor y paz cuando nos parezca que el mal se está imponiendo.
8 Diciembre 2019
Domingo 2º de Adviento (A)
Is 11, 1-10; Rom 15, 4-9; Mt 3, 1-12
Inmaculada Concepción
Gén 3, 9-15. 20; Ef 3, 1-6. 11-12; Lc 1, 26-38