Nineteenth Sunday in Ordinary Time, Year B-2018

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Hungry for the Living Bread, the Word Made Flesh

Jesus is the living bread that came down from heaven. The hungry who eat him, the Word made flesh, will live forever.

They murmur about Jesus because he said, “I am the bread that came down from heaven.” They behave as those hungry people who complained against God and Moses, “Why have you brought us up from Egypt to die in the desert?”

Those hungry people could not bear being hungry or thirsty and eating manna every day. Perhaps, for suffering so much at oppressive hands, they came to believe they were wholly helpless. In the face of an unusual and difficult situation, they hardly remembered that they enslaved for food that perishes.

And those who take offense at Jesus cannot bear either the new situation he ushers in. The usual idea they have of him clashes with his teaching.

Yes, those who grumble think they know everything about Jesus. That is why they cannot believe in him. Satisfied with their knowledge, they close themselves to the satisfaction he offers. They do not feel hungry at all. So, they do not see the need to open themselves to the one who fulfills the law and the prophets.

Blessed are those who humbly acknowledge that they are hungry; God draws them and fills them with good things.

The Father grants to the hungry things that he denies to those who are full. That is because that is how he wants it. And it is part of his gracious will that people receive from him through Jesus things they ask for.

Indeed, the Father has handed over to Jesus all things. He alone has seen the Father and reveals him. And so, those the Father feeds and teaches cannot but go to Jesus. In other words, Jesus draws also those the Father draws.

And those who feel attraction for Jesus prove themselves through their hunger for true righteousness. They are not self-righteous. So, they do not consider the Eucharist “a prize for the perfect but a powerful medicine and nourishment for the weak” (EG 47).

Moreover, they leave behind all bitterness, wrath, anger, shouting, reviling and malice. Being merciful, they forgive those who sin against them, just as God forgives them in Christ. In short, believing above all in Jesus, they make their own his new way of loving and living. That is why they keep asking (SV.EN XI:314), “Lord, if you were in my place, how would you act …?” And they know well that they do not imitate Jesus nor fulfill their duty if they provide only for the bodily needs of the poor (SV.EN X:269).

Lord Jesus, make us say that we are hungry, so that you may give us our fill. For otherwise, our hunger will remain, and we will not live forever.


12 August 2018

19th Sunday in O.T. (B)

1 Kings 19, 4-8; Ephesians 4, 30 – 5, 2; John 6, 41-51


VERSIÓN ESPAÑOLA

Hambrientos del Pan vivo, del Verbo hecho carne

Jesús es el pan vivo que ha bajado del cielo. Comiendo de él, la Palabra de Dios hecha carne, los hambrientos vivirán para siempre.

Murmuran contra Jesús los que le han oído decir: «Yo soy el pan bajado del cielo». Se comportan como aquellos hambrientos que hablaron contra Dios y Moisés: «¿Por qué nos has sacado de Egipto para morir en el desierto?».

Aquellos hambrientos no podían ni con tener ni pan ni agua ni con estar hartos del maná. Quizás de mucho sufrir a manos opresivas, llegaron a creerse indefensos del todo. Ante la situación de apuro desacostumbrada, apenas se acordaban de que se esclavizaban por el alimento perecedero.

Y no soportan tampoco los que desconfían de Jesús la nueva situación que él inaugural. La idea acostumbrada que tienen de él choca con su enseñanza.

Piensan, sí, los que critican a Jesús que lo saben todo de él. Por eso, no pueden creer en él. Satisfechos con su conocimiento, se cierran, por tanto, a la plena satisfacción que él les ofrece. Sin estar hambrientos para nada, no se sienten con necesidad de abrirse al que da plenitud a la ley y los profetas.

Bienaventurados los que humildemente se confiesan hambrientos; Dios los atrae y los colma de bienes.

Las cosas que deniega el Padre a los saciados, se las concede él a los hambrientos. Es que así lo quiere él. Y forma parte de su buena voluntad que los hambrientos reciban de él por Jesús las cosas solicitadas.

A Jesús, sí, le ha entregado el Padre todas las cosas. Él es el único que ha visto al Padre y quien lo da a conocer. Por consiguiente, los alimentados e instruidos por Dios no pueden sino acudir a Jesús. Es decir, los atrae también Jesús a los atraídos por el Padre.

Y los que sienten atracción por Jesús se acreditan por su hambre de ser realmente justos. No andan con pretensiones de superioridad. No toman, pues, la Eucaristía como «premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles» (EG 47).

Abandonan además la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Y comprensivos con los demás, perdonan a los que los ofenden, como los perdona Dios en Cristo. En breve, creyentes sobre todo en Jesús, hacen suyo su modo diferente de amar y vivir. Por eso, van diciéndole: «Señor, si estuvieras en mi lugar, ¿qué harías …?» (SV.ES XI:240). Y saben bien que no lo imitan ni cumplen con su obligación, si proporcionan a los pobres solo sus necesidades corporales (SV.EN IX:917).

Señor Jesús, haz que nos digamos hambrientos para que tú nos sacies, que si no, persistirá nuestra hambre. Y no viviremos para siempre.


12 Agosto 2018

19º Domingo de T.O. (B)

1 Reyes 19, 4-8; Efesios 4, 30 – 5, 2; Juan 6, 41-51