Christmas, Year B-2017

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Food for all that gives life and saves

Already at birth, Jesus offers himself as the food that gives life and saves. Unless we eat his flesh and drink his blood, we have no life within us.

Mary does not lay her child in a crib. Rather, she lays him, wrapped in swaddling clothes, in a manger, which holds the food for animals. That is because she and Joseph have received no welcome in the inn. Right after birth, then, Jesus reveals himself as the necessary food that, unfortunately, many find unacceptable.

And this revelation is key, as the angel points out. The sign he gives to the shepherds is the “child in swaddling clothes that is lying in a manger.” In other words, to know the Savior is to know him as an outcast who loves, however, to the end.

That is how surprising Jesus’ love is. There is something unusual about this heir to the throne of David: he is poor and lowly at birth. He does not even have a place to stay as he comes into the world (SV.EN IX:51).

Already from birth, moreover, he is not one of the kings who seek to grab everything to swallow it all up. On the contrary, he shows that he is willing to become our food, to give himself for us to deliver us from all lawlessness. His wishes us life and life to the full. He wants us to enjoy in wonder and forever his counsels, his peace, justice and mercy.

And the child Jesus does not dazzle with the glory that is his as the only Son of the Father. His glory simply draws us to “an infant, … a weak and powerless God” (SV.EN XII:165).

Nor does Jesus use his power to strike fear into people’s heart, as do Caesar Augustus and Quirinius. He shares it with us, rather, so that we may become his brothers and sisters, and the children of God.

We become such as we, like Mary and Joseph, embrace the child Jesus with humility and in wonder. Our embrace of the child born to us proves true, when we become food for others.

We know Jesus, yes, when we know him as the one who lays down his life for us. Such knowledge means we ought to lay down our life for our brothers and sisters. That is how “inventive to infinity” our love ought to be also (SV.EN XI:131).

Otherwise, we will remain in death. We will likewise be among those who say, “This teaching is hard. Who can accept it?

Lord Jesus, we celebrate your birth. Grant us to see you, the Savior of the world, as though a nobody, under the form of a child (SV.EN VI:170). Draw us also to your lowliness, and turn us into food for others.


25 December 2017

Nativity of the Lord

Is 9, 1-6; Tit 2, 11-14; Lk 2, 1-14


VERSIÓN ESPAÑOLA

Alimento vital y saludable para todos

Nace Jesús ofreciéndose como alimento vital y saludable. Si no comemos su carne y no bebemos su sangre, no tenemos vida en nosotros.

No en una cuna acuesta María a su niño. Lo acuesta más bien, envuelto en pañales, en un pesebre que es destinado al alimento de los animales. Es que a ella y a José no se les ha acogido en la posada. Nada más nacer, pues, Jesús se revela como el alimento necesario que desafortunadamente muchos toman por inaceptable.

Y es clave esa revelación, como nos lo señala el ángel. La señal que él da a los pastores es el «niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre». En otras paladras, conocer al Salvador es conocerle como el excluido que, sin embargo, ama hasta el extremo.

Así de sorprendente es el amor de Jesús. Este heredero del trono davídico hace, sin embargo, algo desacostumbrado: nace pobre y humilde. Ni tiene siquiera donde alojarse al venir al mundo (SV.EN IX:77).

Ya desde su nacimiento, además, no se identifica con los reyes que buscan apoderarse de todo para tragárselo todo. Al contrario, se manifiesta dispuesto a hacerse nuestro alimento, a entregarse por nosotros para librarnos de toda impiedad. Desea Jesús que tengamos vida, y la tengamos abundante. Nos quiere gozando maravillosa y perpetuamente de sus consejos, de su paz, su justicia, su misericordia.

Y no deslumbra el niño Jesús con su gloria, la que es propia del Hijo único del Padre. Ella sirve simplemente para atraernos a «un niño, un Dios débil e impotente» (SV.ES XI:486).

Tampoco usa Jesús su poder para infundir miedo, como lo hacen el emperador Augusto y el gobernador Cirino. Nos lo comparte más bien para que seamos sus íntimos hermanos y hermanas, e hijos e hijas de Dios.

Esto lo somos, abrazando humildes y asombrosos, como María y José, al niño Jesús. Y nuestro abrazo del niño que se nos ha nacido se acredita convertidos nosotros en alimento para los demás.

Conocemos, sí, a Jesús, conociéndole como el que da su vida por nosotros. Y este conocimiento quiere decir que también nosotros debemos dar la vida por los hermanos y hermanas. Así de «infinitamente inventivo» ha de ser también nuestro amor (SV.ES XI:65).

De lo contrario, permaneceremos en la muerte. Nos contaremos asimismo entre los que dicen: «Este modo de hablar es inaceptable, ¿quién puede hacerle caso?».

Señor Jesús, celebramos hoy tu nacimiento. Concédenos verte, el Salvador del mundo, como anonadado bajo la forma de un niño, y haznos seguirte en tu humillación (SV.ES VI:144). Conviértenos en alimento para los demás.


25 Diciembre 2017

Natividad del Señor

Is 9, 1-6; Tit 2, 11-14; Lc 2, 1-14