Second Sunday of Lent, Year C-2016
- Prayer, mission, evangelization
A man of prayer, Jesus is capable of everything, of living the hard truth even that there is no glorification without crucifixion.
Jesus is devoted to prayer. He is, according to St. Vincent de Paul, “a man of the greatest prayer” (SV.FR IX:415). Or, as Father Robert P. Maloney, C.M., puts it, “Christ is constantly before the Father in prayer.”
Jesus prays in the midst of his missionary activity. He thus makes it known that he always remains united to the Father, which should convince members of the Vincentian family—all Christians, for that matter—of the indispensability of prayer.
From the Vincentian standpoint, to give ourselves to prayer means to admit our absolute dependence on God. To pray is to acknowledge the Father, in imitation of Jesus, as the only author of all the good that is in us, it is to trust, not in ourselves, but in God, for unless he takes a hand in it, we will end up spoiling everything (SV.FR XII:109; XI:343).
Hence, to pray tirelessly, especially in difficult, dark and uncertain times, is to profess the faith by which God justifies us. It is a faith that is peaceful, yet does not fail to question.
True faith does not eliminate all darkness. That is why it is not altogether like the faith of those who “are walled-up so well behind catechisms and books of apologetics.” Much less is it like the faith of occupiers of the chair of truth turned merciless inquisitors.
Those really imbued with faith confess in prayer that that they are overcome by sleep when it is time to pray, and that they are inclined to think of themselves very much and very little of others (“Master, it is good that we are here”). But if they know they have motives to mistrust themselves, they know likewise that they have more and greater motives to trust in God (SV.FR V:165).
Authentic Christians understand that Jesus chooses them as he does Peter, John and James, not because of their works or merits, but because they are the slowest to understand the Master’s predictions of his passion and death. Yet dwelling not so much on their lowly condition as on divine benevolence, they firmly believe Jesus will transform them.
Transformed, they will get to exercise also “Jesus Christ’s two great virtues, namely, reverence toward his Father and charity toward human beings” (SV.FR VI:393). Hence, with understanding and compassion they will see to it that others get transformed as well.
And since God enlightens their minds through prayer (SV.FR IX:421), they will discern the body of Christ in the poor. Hence,they will neither eat nor drink judgment on themselves. And better still, they will be capable of drinking the cup that Jesus drinks.
- Lord, teach us to pray.
February 21, 2016
2nd Sunday of Lent (C),
Gen 15, 5-12. 17-18; Phil 3, 17 – 4, 1; Lk 9, 28b-36
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Oración, misión, evangelización
Hombre de oración, Jesús es capaz de todo, incluso de vivir la dura verdad de que no hay glorificación sin la crucifixión.
Jesús es constante en la oración. Él es, según san Vicente de Paúl, «hombre de grandísima oración» (SV.ES IX:380). O, como lo expresa el Padre Robert P. Maloney, C.M., «Cristo está siempre en oración en la presencia del Padre».
Ora Jesús en medio de su actividad misionera. Da a conocer así que permanece siempre unido al Padre, lo que debe convencer a los vicentinos—y por qué no todos a los cristianos—de lo imprescindible que es la oración.
En clave vicentina, entregarnos a la oración significa fundamentalmente admitirnos dependientes de Dios en absoluto. Orar es reconocer al Padre, a imitación de Jesús, como el único autor de todo el bien que hay en nosotros, es confiar, no en nosotros mismos, sino en Dios, pues no sea que él ponga su mano, acabaremos estropeándolo todo (SV.ES XI:411, 236).
Por consiguiente, orar sin cejar, especialmente en momentos difíciles, oscuros e inciertos, es profesar la fe, por la que Dios nos tendrá por justos. Es una fe tranquila que no deja, sin embargo, de cuestionar.
La verdadera fe no elimina toda oscuridad. Por eso, no es del todo como la fe de los «tan bien amurallados detrás de los catecismos y los libros de apologética». No es, ni mucho menos, como la fe de los ocupantes de la cátedra de la verdad, convertidos en inquisidores sin merced.
Los realmente imbuidos de la fe confiesan en oración que caen de sueño cuando les toca rezar y que se inclinan a pensar mucho en sí mismos y poco en los demás («Maestro, ¡que hermoso estar aquí!»). Pero si saben que tienen muchos motivos para desconfíar de sí mismos, saben asimismo que tienen más y mayores motivos para confiar en Dios (SV.ES V:152).
Los auténticos cristianos comprenden que Jesús escoge a ellos, al igual que a Pedro, Juan y Santiago, no por sus obras o méritos, sino por ser ellos los más tardos en entender las predicciones de la pasión y muerte del Maestro. Pero sin detenerse tanto en su condición humilde cuanto en la benevolencia divina, creen firmemente que Jesús los transformará.
Transformados, lograrán ejercer también «las dos grandes virtudes de Jesucristo, a saber, la religión para con su Padre y la caridad para con los hombres» (ES.SV VI:370). Por eso, procurarán comprensivos y compasivos que los demás se transformen también.
Y como por medio de la oración les ilumina Dios la inteligencia (SV.ES IX: 385), discernirán el cuerpo de Cristo en los pobres . Así no se comerán ni beberán su condena. Y mejor todavía, serán capaces de beber el caliz que Jesús bebe.
- Señor, enséñanos a orar.
21 de febrero de 2016
Domingo 2º de Cuaresma (C)
Gen 15, 5-12. 17-18; Fil 3, 17 – 4, 1; Lc 9, 28b-36