Solemnity of St. Vincent de Paul; Twenty-Sixth Sunday in Ordinary Time, Year B-2015

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I resolved to know nothing except Jesus Christ crucified (1 Cor 2, 2)

Jesus lives the beatitudes fully.

He is the poorest of all, the meekest, hungriest and thirstiest for righteousness, the most merciful and persecuted. Moreover, he must be the cleanest of heart, given that he is the only one who has seen the Father. And could anyone weep more than the one who offers prayers and supplications with loud cries and tears to the Father, or be a better peacemaker than the one who tears down the wall of enmity between Jews and Gentiles?

Indeed, Jesus is the living example of the life to which he invites us. He bears witness to how right the beatitudes have it and how realizable they are. Embodying them, those who imitate and concentrate on him become his disciples.

These break out in song amidst their difficulties, knowing them to be the Teacher’s also. They do not despair despite the ambience of sin and ruins, since they believe absolutely in their Rescuer. It is not that they trust in a machine that saves then out of nowhere. For them, it is about the grain of wheat that, falling to the ground and dying, produces much fruit.

The faithful followers of Jesus take him for strength in weakness, wisdom in foolishness, glory in shame. Hence, they are not overwhelmed at finding themselves, notwithstanding their best efforts, in the same, if not worse, situation; they rely on their Justifier. They dwell not so much on their misery as in Jesus’ mercy (SV.FR V:165). And their Comforter equips them for the work of comforting those in tribulation.

Just like St. Vincent de Paul, authentic disciples cross mountains and go around to towns and villages, proclaiming the presence in mystery of God’s kingdom. And their lives corroborate the truthfulness of the Sermon on the Mount.

They do not undermine it; they do not live like someone who trusts in their abundant riches, flatters himself saying, “People praise me for all my success,” and for whom there are no pains. This individual will wail over his impending miseries.

Like Jesus and St. Vincent, too, true disciples make no claim whatsoever to excellence or eminence; they know God chooses the low-born. Because of their complete trust in Providence, they are ready to sacrifice everything—life, hands, feet, eyes—for the sake of the kingdom and the good especially of the little ones. True Christians do not only do not avoid eye contact with the marginalized. They also welcome them and work together with them.

And together they celebrate the Eucharist, summary and efficacious sign of the beatitudes.

In you, provident Lord, we take refuge.


VERSIÓN ESPAÑOLA

Solemnidad de san Vicente de Paúl; 26º Domingo de T.O. B-2015

Nunca me precié saber de cosa alguna, sino a Jesucristo crucificado (1 Cor 2, 2)

Jesús vive las bienaventuranzas plenamente.

Él es el más pobre de todos, el más sufrido, hambriento y sediento de justicia, el más misericordioso y perseguido. Debe ser, además, muy limpio de corazón, dado que él es el único que ha visto al Padre. Y, ¿acaso podría haber alguien que llorase más que el que presenta, a gritos y lágrimas, oraciones y súplicas a su Padre, o fuera mejor pacificador que el que derriba el muro de enemistad entre judíos y gentiles?

De verdad, Jesús es ejemplo vivo de la vida a la cual él nos invita. Da prueba de lo acertadas y realizables que son las bienaventuranzas. Encarnándolas, los imitadores de él y concentrados en él se hacen verdaderos discípulos suyos.

Éstos cantan en medio de sus dificultades, sabiendo que ellas son del Maestro también. No se desesperan a pesar del ambiente de pecado y ruinas, porque creen absolutamente en su Rescatador. No es que confíen en una máquina que, cayéndose del cielo, les salve. Para ellos, se trata más bien del grano de trigo que, cayendo en tierra y muriendo, da mucho fruto.

Los seguidores fieles de Jesús lo toman por fuerza en la debilidad, sabiduría en la necedad, gloria en la ignominia. Por eso, no se abruman al encontrarse, no obstante sus mejores esfuerzos, en la misma, si no peor, situación; se fían de su Justificador. No se detienen tanto en su miseria cuanto en la misericordia de Jesús (SV.ES V:152). Y su Confortador los capacita para la obra de confortar a los atribulados.

Al igual que san Vicente de Paúl, los discípulos auténticos atraviesan montes y recorren pueblos y aldeas, proclamando la presencia en misterio del reino de Dios. Y su vida corrobora la veracidad del Sermón de la Montaña.

No lo socavan; no viven como alguien que confía en sus inmensas riquezas, que se halaga diciéndose: «Ponderan lo bien que lo pasas» y para quien no hay sinsabores. Este individuo lamentará por las desgracias que le van a tocar.

Como Jesús y san Vicente también, los verdaderos discípulos no tienen pretensión alguna de excelencia o eminencia; saben que Dios escoge a la gente baja. Debido a su confianza total en la Providencia y su profunda humildad, están dispuestos a sacrificarlo todo: vida, manos, pies, ojos, por el reino de Dios y el bien especialmente de los pequeños. Los verdaderos cristianos no solo no evitan contacto visual con los marginados. Los acogen también y colaboran con ellos.

Y juntos celebran la Eucaristía, resumen y signo eficaz de las bienaventuranzas.

A ti, Señor providente, nos acogemos.