Homilia: Fiesta de Santiago Apóstol

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Homilia dado en la celebracion de la Eucaristia - 25 de julio de 2015


La Iglesia nos invita hoy a volver nuestra mirada a Santiago Apóstol. Su figura y su presencia en España están llenas de leyendas más o menos piadosas que encuentran su origen en el periodo histórico de la reconquista: un conflicto mili-tar, político, social y religioso que tuvo como actores principales a las tres grandes religiones monoteístas. En esta solemnidad de Santiago el Mayor con-viene que nos fijemos no tanto en lo que nos dice la leyenda como en las lectu-ras que acabamos de proclamar en esta celebración pues su validez para ilu-minar la realidad sigue inmutable.

Y aunque no quiera hablar de la leyenda no puedo sino tener delante aquel pe-riodo de la historia de España. Época difícil de convivencia entre las religiones, en todos los niveles, por ese afán del hombre de querer ser más que el otro, de querer imponer su verdad sobre la razón del otro, de querer ver la diferencia como causa de problemas y no como fuente de riqueza, de entender la religión como conflicto de intereses, y no como una propuesta de Dios al hombre para llegar a descubrirle, para divinizar todo su ser, para elevarlo sobre sí mismo y, en definitiva, ser como Él. En definitiva, época difícil porque quiso justificar lo más bajo de las pasiones humanas con el manto de la religión.

No es muy distinto aquel tiempo al nuestro: la convivencia entre religiones si-gue siendo muy difícil y aquí estáis representantes de países donde este con-flicto cruel os afecta de manera directa pues lo sufrís en carne propia. Hoy, como ayer, nuestros esquemas de comportamiento no han cambiado: afán de poder, ganas de ser importante, luchas por conseguir pasar delante de los de-más y codazos para poder salir en la foto, la soberbia de creernos imprescindi-bles, la arrogancia de pensar que el otro es inferior, el establecer claras distan-cias entre los poderosos y los demás, el someter a todos a los caprichos per-sonales...

¡Basta ya! No podemos mantener por más tiempo esos esquemas de compor-tamiento. Jesús nos lo dice bien claro en el Evangelio que hemos proclamado hoy: “No será así entre vosotros”. Nosotros tenemos que ser una respuesta contracultural a las modas de nuestro tiempo, nuestro conocimiento de Jesús, nuestro seguimiento, tiene que ser precisamente la mejor manera de gritar que es posible vivir de otra manera, que otros esquemas de vida son posibles… y hasta mejores. No podemos permitir que nuestra identidad de cristianos sea solamente un nombre que tenemos, sino un estilo que nos identifique. La escena de los Zebedeos que nos recoge el Evangelio es la prueba palpable de que se puede vivir nuestro bautismo de una manera plena y convincente. Ellos se acercan a Jesús desde sus ambiciones humanas, pues quieren recibir importantes beneficios en el Reino que ellos creen que está a punto de inaugu-rarse. Cristo les habla de una poder diferente, de una gloria distinta. La gloria de Jesús pasa por un amor tan grande que se hace servicio, que se hace es-clavo de todos y que tiene la cruz como señal de identidad. Santiago fue el primero que entregó su vida por Cristo, y aunque Juan no muriera mártir, nin-guna persecución logró desdibujar la certeza de fe de que Dios es amor y de que el hombre se hace como Dios cuando vive en ese amor.

A los Zebedeos, el amor de Cristo les hizo renacer a una vida nueva, con noso-tros ha de ser igual. Que tengamos la fuerza suficiente para ponernos en ma-nos de Dios y dejarnos transformar por su amor. ¡Cuánto tenemos que apren-der todavía los cristianos! Pero podemos hacerlo. Santiago y Juan y los otros diez, con el tiempo, también fueron aprendiendo. Tanto, que llegaron a procla-mar sin ambages que “obedecer a Dios es primero que obedecer a los hom-bres”. Por fin habían asumido la manera de ver del Dios de Jesús.

El camino de conversión de los doce y, en particular, de Santiago puede ser una llamada y acicate para todos nosotros. También nosotros podemos cam-biar. También nosotros podemos ir haciendo realidad un mundo y una iglesia en la que los esquemas de poder, de división, de mentira o egoísmo sean cambiados por la actitud de entrega y servicio por amor, de humildad y senci-llez por amor.

Que la comunión con la vida de Jesús, a través de la Palabra y de la Eucaris-tía, nos lleve a la conversión, a saber hacer como Santiago, que finalmente comprendió que comulgar con Jesús comporta vivir como él, que se ha hecho esclavo de todos. Que también nosotros encontremos finalmente dónde se en-cuentra la verdadera gloria y vivamos de acuerdo con el hallazgo.