Baptism of the Lord, Year B-2015
- He went about doing good (Acts 10, 38)
We the baptized are authentic followers of Jesus if we, in imitation of him, are God’s humble and suffering servants.
Jesus humbly undergoes the baptism of repentance and forgiveness. Though sinless, he becomes sin so that we may become the righteousness of God; he bears the curse of our sins to free us from it.
The reason for Jesus’ humility is service to the end. Outdoing Abraham in faithfulness (Gen 22), the Father does not spare his beloved only Son but hands him over for us all. And it is not that he wants Jesus dead; it is just that his goodness makes him underestimate the wickedness of us tenants (“they will respect my son”). So then, the mission of the Son ends up being that of serving and giving his life as a ransom for all.
This mission of Jesus is made known at his baptism. At his initiation, Jesus is proclaimed God’s beloved Son (Ps 2). He is consecrated with the power of the Holy Spirit, as the king on Zion, to whom are given the nations as inheritance and the ends of the earth as possession. The affirmation of his being the one in whom God is pleased indicates besides that Jesus is the Servant prophesied by Isaiah.
God puts his Spirit upon his Servant for the fostering of right and justice. And the Servant carries out the divine assignment, not only with perseverance, but also with meekness and patience, to the point of bearing our infirmities and enduring our sufferings, of being pierced for our offenses and crushed for our sins.
We Christians have to be what Jesus is. God’s Chosen and Sent One sends us, in turn, giving us his Spirit, to evangelize the poor. Ours is the responsibility to go through towns and villages, bringing the joy and hope of the Gospel to all, to the crushed and dejected especially, contributing to the cure and healing of the sick, whether bodily or spiritually, manifesting Christian compassion and the other fruits of the Spirit.
Or as St. Vincent de Paul instructs us, regarding the poor, our mission is to preach the Gospel to them, to comfort them, to remedy their spiritual and temporal needs, to assist them ourselves in every way and have others assist them likewise (XII:87). And “in every way” also means to eat Christ’s body and drink his blood, and thus to live fully our participation in his baptism.
- O God, make the baptized other Christs, your humble and suffering servants.
VERSIÓN ESPAÑOLA
Bautismo del Señor, B-2015
- Pasó haciendo el bien (Hech 10, 38)
Los bautizados seremos auténticos seguidores de Jesús si somos, a imitación de él, siervos humildes y sufrientes de Dios.
Humildemente se somete Jesús al bautismo de arrepentimiento y perdón. Aunque sin pecado, se hace pecado para que seamos la justicia de Dios; carga sobre sí la maldición de nuestros pecados para liberarnos de ella.
El motivo de la humildad de Jesús es el servicio hasta el extremo. Superando a Abrahán en fidelidad (Gen 22), el Padre no se reserva a su muy querido Hijo único, sino que lo entrega por todos nosotros. Y no es que Dios busque la muerte de Jesús; solo que su bondad le hace subestimar lo malvados que somos los viñadores («tendrán respeto a mi hijo»). Así que la misión del Hijo termina siendo la de servir y dar su vida como rescate por todos.
Esta misión de Jesús se da a conocer en su bautismo. En su iniciación, Jesús es proclamado el Hijo amado de Dios (Sal 2). Es consagrado con la fuerza del Espíritu Santo, como el Rey sobre Sion, al cual se le dan las naciones como herencia y los confines de la tierra como posesión. La afirmación de su carácter de «predilecto» da a entender además que Jesús es el Siervo profetizado por Isaías.
Sobre su Siervo pone Dios su Espíritu para la promoción del derecho y la justicia. Y el Siervo cumple el encargo divino, no solo con constancia, sino también con mansedumbre y paciencia, hasta el punto de soportar nuestros sufrimientos y aguantar nuestros dolores, de ser trapasado por nuestras rebeliones y triturado por nuestros crímenes.
Los cristianos debemos ser lo que Jesús. El Elegido y Enviado de Dios nos elige a su vez y nos envía, dándonos su Espíritu, a evangelizar a los pobres. Nos toca recorrer pueblos y aldeas, llevando la alegría y la esperanza del Evangelio a todos, especialmente a los abatidos y decaídos, contribuyendo a la curación y la sanación de los enfermos de cuerpo y de alma, manifestando la compasión cristiana y los demás frutos del Espíritu.
O como nos instruye san Vicente de Paúl, con respecto a los necesitados, nuestra misión es evangelizarles, cuidarlos, remediar sus necesidades espirituales y temporales, asistirles nosotros de todas las maneras y hacer que otros les asistan asimismo (XI:393). Y «de todas las maneras» también significa comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre y así vivir más plenamente nuestra participación en su bautismo.
- Oh Dios, haznos a los bautizados otros Cristos, humildes y sufrientes siervos tuyos.