First Sunday of Advent, Year A-2013

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Gird your loins and light your lamps (Lk 12, 35)

If we remember, in whatever we do, the end of our life, we will never sin (Sir 7, 36). The future will not catch us off guard if we live in its presence. If we who embark on a new beginning do not lose sight of the end, we will be less susceptible to deceptions.

The end of life, of course, is not the same as death. Undoubtedly, we are dust and to dust we will return, and the grave is closer each day. But we remember this, not so we may be frightened, but rather in order to be motivated to live humbly and contritely before the only most high and most holy Lord.

Such a life would make no sense should everything end with death; we would really be the most pitiable people of all. But we believe that death is not our final destination. Hence, we strive to live up to the example and teachings of Jesus. We reject the counsel of the world, resisting sensual passions, the lust of the eyes and the pretentious life. We live aware of our salvation being nearer now.

We are preparing, yes, for something beyond death. Awaiting us in the hereafter is the life God wants for us and about which Isaiah prophesies: a life of security, peace, justice, solidarity and acceptance. It will be the everlasting life of union with God and vision of him, and of complete satisfaction of our desire (St. Thomas Aquinas).

And it will be illogical of us not to endeavor to live in accordance with what we joyfully await and bear in mind. The vision impels us here and now: no more desires or works of darkness; no looking out for only our own interests; no domination over anybody nor vigilantism. The Son of Man who is coming for the final judgment urges us to be compassionately vigilant, to help in every way the insecure, the victims of war and calamities, the strangers and excluded, and to see to it that others help them as well.

And with regard to collaboration, even though we note, like St. Vincent de Paul, that women, by an unknown working of Providence, have been deprived of public ecclesiastical role, we are not going to whine and fret. Rather, we will let ourselves be guided by the same Providence and welcome them as partners in the service of the poor (Coste XIII, 809-810). So, while others worry about church politics, church structures and church documents, the Vincentian strategy for church rebuilding will consist in serving the poor and giving thus witness to what is really important (cf. Thomas J. Reese, S.J.).

It is important that we receive the one at the door, so he may have supper with us and we with him.


VERSIÓN ESPAÑOLA

Domingo 1º de Adviento, A-2013

Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas (Lc 12, 35)

Si en todas nuestras acciones pensamos en el desenlace, nunca pecaremos (Eclo 7, 6). El futuro no nos tomará desprevenidos si lo tenemos presente. Si los que emprendemos un nuevo comienzo no perdemos de vista el fin, menos susceptibles seremos de engaños.

El desenlace, claro, no es lo mismo que la muerte. Indudablemente, somos polvo y al polvo volveremos, y cada día está más cerca la fosa de enterramiento. Pero no recordamos esto para que nos asustemos, sino para que nos motivemos a vivir humildes y arrepentidos en la presencia del Señor solo altísimo y santísimo.

Tal vida no tendría sentido si todo terminase con la muerte; seríamos realmente los hombres más desgraciados. Pero creemos que la muerte no es nuestro destino final. Por eso procuramos vivir según el ejemplo y las enseñanzas de Jesús. Rechazamos los consejos del mundo, resistiéndonos a las pasiones de la carne, la codicia de los ojos y la arrogancia del dinero. Vivimos conscientes de que «ahora nuestra salvación está más cerca».

Para más allá de la muerte, sí, nos preparamos. En el más allá nos espera la vida que quiere Dios para nosotros y de la cual profetiza Isaías: una vida de seguridad, paz, justicia, solidaridad y acogida. Será la vida perdurable de unión con Dios y visión de él, y de satisfacción completa de nuestros deseos (santo Tomás de Aquino).

E ilógicos seremos si no nos esforzamos por vivir de acuerdo con lo que alegres aguardamos y tenemos presente. La visión nos apremia aquí y ahora: nada de deseos ni obras de las tinieblas; nada de encerrarnos en nuestros intereses; nada de dominio sobre nadie ni de vigilancia parapolicial atroz. El Hijo del Hombre que viene para el juicio final nos exhorta a la vigilancia compasiva, a que ayudemos de todas las maneras a los inseguros, las víctimas de guerras y calamidades, los forasteros y excluidos, y aseguremos que otros les ayuden también.

Y en cuanto a la colaboración, si bien notamos, como san Vicente de Paúl, que las mujeres han quedado privadas, por disposición desconocida de la Providencia, de ocupación eclesiástica pública, no nos vamos a quejarnos irritados. Más bien, nos dejaremos guiar por la misma Providencia y las acogeremos como colaboradoras en el servicio de los pobres (X, 953). Así que, mientras unos se preocupan por las políticas eclesiásticas, las estructuras eclesiásticas y los documentos eclesiásticos, la estrategia vicentina de reconstrucción eclesiástica consistirá en servir a los pobres y así dar testimonio de lo que realmente importa (cf. Thomas J. Reese, S.J.).

Es importante que recibamos al que está a la puerta, para que cene él con nosotros y nosotros con él.