Third Sunday of Lent, Year C-2013
- Repent, and believe in the gospel (Mk. 1:15)
“It serves them right!” This is not a rare comment on victims of massacres and accidents. But Jesus does not react so.
On hearing of an act of cruelty, Jesus does not impugn the character of any of the victims. He does not pass a rash judgment. The Teacher takes the opportunity rather to underscore the need for repentance and to carry out his mission to call sinners (Lk. 5:32). He reveals himself as the Son of the Almighty who swears, “As I live, I take no pleasure in the death of the wicked man, but rather in the wicked man’s conversion, that he may live” (Ez. 33:11). He is like the Most High who “is kind to the ungrateful and the wicked” (Lk. 6:35).
And immediately Jesus indicates that good fruits are evidence of repentance, as his precursor already taught (Lk. 3:8). His parable teaches that God is patient with us sinners, not wishing anyone to perish (cf. 1 Pt. 3:9), but it also makes clear that we have to be fruitful sooner or later if we do not want to be cut down like an unfruitful fig tree.
Yes, on us the Lord is searching for fruit, for works of righteousness and charity (Lk. 3:9-14). We, too, are expected to atone for our sins by good deeds, and for our misdeeds by kindness to the poor, and to love one another deeply, for love covers a multitude of sins (Dn. 4:24; 1 Pt. 4:8). Our love for our brothers and sisters shows that we have turned back to God and renounced the devil, that we are not perishing, but we have passed rather from death to life (1 Jn. 3:10, 14). Hearing the cry of the poor, we reflect God, whose awesome and fascinating holiness becomes manifest as he reveals himself as the compassionate and merciful Liberator of the oppressed. To attend to the needy is an integral part of repentance that, however, is very difficult for those who disregard what has been written down as warning to us and who likewise reject the Risen from the dead (Lk. 16:30-31).
To accept Jesus is, in the end, what repentance means. And they feel they have no need for Jesus, those who are self-righteous, those who are absolutely certain of their practices and doctrines, those arrogant prophets who speak in God’s name oracles that he has not spoken (Dt. 18:20), those careerists who seek power and glory, and want to be served rather than to serve, those performers of righteous deeds out of vainglory, who will surely know nothing about “leaving God for God” and will prefer to be with their God in a comfortable chapel to assisting the poor at the door [1].
But “whoever thinks he is standing secure should take care not to fall.” For open to Jesus are the tax collectors and prostitutes who are entering the kingdom of God before those closed ones (Mt 21:31). Indeed, the insecure will bear much fruit and will be saved by remaining in Jesus, as branches on the vine; without him, they can do nothing and will be in danger of withering and being gathered later and thrown into a fire (Jn. 15:5-6). Thanks, then, to the one, of whom it cannot be said, “It serves him right,” yet chose it for himself, perishing to ransom us wretches who truly deserve it.
NOTE:
- [1] P. Coste VII, 52; IX, 319; X, 95, 226, 541-542, 595.
VERSIÓN ESPAÑOLA
Domingo 3º de Cuaresma, C-2013
- Convertíos y creed en el Evangelio (Mc 1, 15)
«¡Lo tienen bien merecido!» De esta forma se comenta no rara vez de las víctimas de masacres o accidentes. Pero no así reacciona Jesús.
Al oír de un acto de crueldad, Jesús no pone en duda el carácter de ninguna víctima. No emite juicio temerario. El Maestro se sirve más bien de lo ocurrido para resaltar la necesidad de la conversión y cumplir con su misión de llamar a los pecadores (Lc 5, 32). Se revela como el Hijo del Todopoderoso que jura: «Por mi vida, no me complazco en la muerte del pecador, sino en que cambie de conducta y viva» (Ez 33, 11). Él es como «el Altísmo que es bueno con los malvados y los desagradecidos» (Lc 6, 35).
Y enseguida da a entender Jesús que la conversión se demuestra en los buenos frutos, como ya lo enseñó su precursor (Lc 3, 8). Su parábola enseña que Dios tiene paciencia con nosotros pecadores, porque no quiere que nadie perezca (cf. Pe 3, 9), pero ella deja claro asimismo que fructíferos tendremos que ser tarde o temprano, si no queremos que se nos tale a nosotros como a una higuera infructífera.
En nosotros busca, sí, el Señor los frutos que son las obras de justicia y caridad (Lc 3, 9-14). A nosotros también se nos exige que rompamos nuestros pecados con obras de justicia y nuestras iniquidades con misericordia para con los pobres, y que nos amemos profundamente, pues el amor cubre multitud de pecados (Dn 4, 24; 1 Pe 4, 8). Nuestro amor a los hermanos hace evidente que ya nos hemos convertido a Dios y hemos renunciado al diablo, que ya no estamos pereciendo, sino que hemos pasado de la muerte a la vida (1 Jn 3, 10. 14). Escuchando el clamor de los pobres, reflejamos a Dios, cuya santidad se manifiesta tremenda y fascinante al revelarse el Libertador compasivo y misericordioso de los oprimidos. Hacerles caso a los desvalidos, esto forma parte integral de la conversión que les resulta muy difícil, sin embargo, a los que ignoran lo que se escribió para nuestro escarmiento y quienes rechazan además al Resucitado (Lc 16, 30-31).
Aceptar a Jesús, a fin de cuentas, es el significado de la conversión. Y no se sienten con necesidad de Jesús los con pretensiones de superioridad, los que están ciertos en absoluto de sus prácticas y doctrinas, los profetas arrogantes que dicen en nombre de Dios lo que él no ha mandado (Dt 18, 20), los arribistas que buscan poder y gloria y quieren ser servidos en vez de servir, los practicantes de la justicia por ostentación, quienes seguramente no sabrán nada de «dejar a Dios por Dios» y preferirán estar con su Dios en una capilla cómoda a atender al mendigo en la puerta (cf. VII, 50; IX, 297-298, 725, 830, 1081, 1125).
Pero «el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga». Pues, abiertos más bien a Jesús están los publicanos y las prostitutas que les llevarán la delantera en el camino del reino de Dios a aquellos cerrados (Mt 21, 31). De verdad, los inseguros darán fruto abundante y se salvarán por permanecer en Jesús, como sarmientos en la vid; sin él no podrán hacer nada y estarán en peligro de secarse y de ser recogidos luego y echados al fuego (Jn 15, 5-6). Así pues, gracias al que, sin tenerlo merecido, quiso merecérselo, pereciendo por rescatar a los desgraciados que lo tenemos bien merecido.