Fourth Sunday in Ordinary Time, Year C-2013
- Be all the more eager to make your call and election firm (2 Pt. 1:10)
Jesus proclaims himself the fulfillment of the Scripture and delineates his mission as the Evangelizer of the poor. Confronting us as the “sign that will be contradicted” and looking at us with love, he invites us to decide in his favor.
Baptism, of course, means option for Jesus. But there is always something that stands in the way of our affirming and deepening our election. It is not that there is danger that our admiration will turn into rejection and anger, as was the case with Nazareth’s synagogue-goers, due to a supposed familiarity with Jesus or to a certain ethnocentrism. Nor does it have to do with the possibility of our “Hosanna” turning into “Crucify him,” as if we simply go with the flow, with little thought. But without knowing it, we can be disappointed, yes, just like Judas or like those disciples who, finding the Master’s teaching unacceptable, left him.
It is not easy to accept the teaching on the blessing of poverty and the curse of wealth. When we worry about our needs, we find it hard to value gospel sayings more than money. It requires great effort not to be too concerned about temporal goods—as St. Vincent de Paul advises—and cast all our cares instead on the good God who looks after us [1].
And do we not perhaps care more about the reputation of the institutional Church than about the welfare of children and thus turn our backs on the one who put his arms around children, blessed them and gave a stern warning to those who would cause the little ones to sin? He also held them up as models, which points to the teaching that is quite difficult to practice: “Whoever wishes to be great among you will be your servant; whoever wishes to be first will be the slave of all” (Mk. 10:43-44).
Such teaching is even harder for the wealthy who think themselves destined to govern. Considering themselves to be productive citizens and belittling the “useless” opportunists, or the so-called “takers,” they will get rid of public welfare program. And not altogether unlike the synagogue-goers of Nazareth, they get furious when they hear people speak of “immigration reform.” It does not matter even to the Christians among them that Jesus welcomed strangers and challenged his hearers to rid themselves of their old, comfortable and convenient presuppositions about those who did not belong to their race, culture, religion or gender even.
But it is precisely by being a servant or slave that a Christian reflects him who “did not come to be served but to serve and to give his life as a ransom for many” (Mk. 10:45). Doing the same, the disciple partakes of the most excellent gift and the invincibility of the one who, giving his body up and shedding his blood, overcame the world and surpassed all tests. No enemy or obstacle will prevail over someone who remains on the side of Jesus, “even when everything … seems headed for disaster” [2].
NOTES:
- [1] Common Rules of the Congregation of the Mission II, 2.
- [2] Ibid.
VERSIÓN ESPAÑOLA
Domingo 4º de Tiempo Ordinario, C-2013
- Tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección (2 Pe 1, 10)
Jesús se proclama el cumplimiento de la Escritura y delinea su misión como Evangelizador de los pobres. Frente a nosotros cual «señal de contradicción» y mirándonos con cariño, él nos invita a decidir en su favor.
El bautismo supone, claro, la opción por Jesús. Pero siempre hay algo que nos impide afirmar y profundizar la elección. No es que haya peligro de que se convierta nuestra admiración en rechazo y enojo, como en el caso de los nazarenos, debido a una supuesta familiaridad con Jesús o a cierto etnocentrismo. Tampoco se trata de la posibilidad de que nuestro «Hosanna» se cambie en «Crucifícalo», como si, discurriendo poco, vamos sólo donde está la gente. Pero sin darnos cuenta, nos podemos desilusionar, sí, como Judas o como aquellos discípulos que, hallando inaceptable el modo de hablar del Maestro, se marcharon.
No nos resulta fácil aceptar la enseñanza sobre la bendición de la pobreza y la maldición de la riqueza. Agobiados por nuestras necesidades, nos cuesta estimar más las máximas evangélicas que el dinero. Se requiere gran esfuerzo para no andar solícito—como aconseja san Vicente de Paúl—por los bienes temporales y antes bien dejar todos los cuidados a la bondad de Dios.
Y, ¿acaso no nos interesa más la reputación de la institución eclesiástica que el bien de los niños, volviéndole así la espalda al que los abrazó, los bendijo y dio advertencia fuerte a quienes les harían pecar a los pequeños? Los presentó también como modelos, lo que apunta a algo bien difícil de practicar: «El que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos».
Tal enseñanza es aún más dura para los opulentos que se creen destinados a gobernar. Tomándose por ciudadanos productivos y menospreciando a aprovechados «inútiles», eliminarán el programa de beneficiencia pública. No del todo diferentes de los paisanos de Jesús, furiosos se ponen al oír hablar de «la reforma migratoria». No les importa incluso a los cristianos entre ellos que Jesús acogió a los extranjeros y desafió a sus oyentes que se librasen de sus presuposiciones viejas, cómodas y convenientes sobre los que no eran de su raza, cultura, religión o sexo siquiera.
Pero es precisamente por ser servidor o esclavo que un cristiano refleja al que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos». Haciendo lo mismo, participa el discípulo del mejor carisma y la invencibilidad del que, entregando su cuerpo y derramando su sangre, venció al mundo y superó toda prueba. Ningún enemigo, ningún obstáculo, le podrá al que se mantiene al lado de Jesús, «aun cuando … parezca que todo está a punto de perecer».