Second Sunday of Easter, Year B-2018

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Missionaries just like the One Who Sends Them

Jesus is the model of the true missionary. He sends us who claim to be Christians as his missionaries, for the sake of others.

As the Father has sent him, so Jesus sends his disciples. That is to say, God’s missionary par excellence, in turn, makes his disciples missionaries.

And missionaries are to be like Jesus. They will imitate the one who does not accuse of cowardice those who lock themselves in a house. They shall follow him; he shows no displeasure with those who do not understand Scripture regarding the Messiah’s resurrection.

Nor does the Teacher chide the disciple who insists on seeing to believe. He shows understanding instead and gives in to Thomas’ conditions. But he does not fail to say, “Blessed are those who have not seen and have believed.”

Just like Jesus, yes, missionaries will exude understanding and share peace. After all, fostering forgiveness, peace and reconciliation is part of their mission.

But those Jesus sends, his apostles, are no missionaries, unless they bear courageous witness to his resurrection. It is crucial, then, for those who have never seen Jesus to be among those he proclaims blessed.

And what if we wonder whether we really believe that Jesus has truly risen? There is the suggestion that we believers prove ourselves through our commitment to the poor, to the good of others. With this commitment, there will no longer be any needy person among us.

No, missionaries after the heart of Jesus do not look out for their own interests, but for those of others. They do not shut themselves in one spot, which they do not want to leave (SV.EN XII:81). They are missionaries on the go, with Jesus’ Spirit, conquering the world of greed and injustice with their deep faith.

Lord Jesus, though fearful, we gather together just the same every first day of the week. Please come and stand in our midst.


8 April 2018

Second Sunday of Easter (B)

Acts 4, 32-45; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31


VERSIÓN ESPAÑOLA

Misioneros al igual que quien los envía

Jesús es modelo del verdadero misionero. Nos envía a los que nos decimos cristianos como misioneros suyos, en bien de los demás.

Como el Padre lo ha enviado, así también los envía Jesús a sus discípulos. Es decir, el misionero por excelencia de Dios, a su vez, hace misioneros de sus discípulos.

Y se espera de los misioneros que sean como Jesús. Imitarán al que no les echa en cara su pusilanimidad a los encerrados en una casa. Seguirán al que no manifiesta disgusto alguno con los que no entienden la Escritura referente a la resurrección del Mesías.

El Maestro no reprueba tampoco al discípulo que insiste ver para creer. Mostrándose comprensivo, más bien, accede a las condiciones que ha puesto el escéptico. Pero no deja de declarar el Resucitado: «Dichosos los que crean sin haber visto».

Al igual que Jesús, sí, los misioneros infundirán comprensión y comunicarán la paz. Después de todo, forma parte de su misión la promoción del perdón, de la paz y la reconciliación.

Pero la misión fundamental de los apóstoles, los enviados, los misioneros, es dar testimonio valiente de la resurrección del Señor. Les es decisivo, pues, a los que jamás han visto a Jesús contarse entre los declarados dichosos por él.

Y si nos preguntamos si realmente creemos, sin haber visto, que verdaderamente ha resucitado el Señor, ¿cómo lo sabremos? Se nos indica que los creyentes nos acreditamos por nuestro compromiso en favor de los pobres, en bien de los demás. Con tal compromiso, nadie ya pasará necesidad entre nosotros.

No, los misioneros según el corazón de Jesús no se encierran en sus intereses. Buscan, más bien, el interés de los demás. No se encierran «como en un punto, sin querer salir de allí» (SV.ES XI:397). Son «misioneros en salida», alentados por el Espíritu, venciendo con su profunda fe al mundo codicioso e injusto.

Señor Jesús, aunque temerosos, igual nos reunimos en tu nombre cada primer día de la semana. Entra, por favor, y ponte en medio de nosotros. Que verdaderos misioneros nos hagamos.


8 Abril 2018

2º Domingo de Pascua (B)

Hech 4, 32-45; 1 Jn 5, 1-6; Jn 20, 19-31