Thirtieth Sunday in Ordinary Time, Year C-2019
- Crown of Glory, Crown of Thorns
Jesus wears the crown of glory because he first wore the crown of thorns. He proves true the teaching that God lifts up the lowly.
The crown of glory that will never fade awaits the faithful shepherds of God’s flock (1 Pt 5, 1-4). But it will be theirs only when the Chief Shepherd appears.
But not a few want to have the crown now. Like the scribes and the Pharisees that Jesus called out, they crave people’s greetings, praises and reverences. And yet, oddly, they scorn the same people whose respect they seek, for they take themselves better than them.
So then, those who want to wear now the crown of glory do the right thing but for the wrong reason. And this is partly what hypocrisy is. They also jockey for places of honor and power. Moreover, they are self-righteous, judging others before the Lord comes (see 1 Cor 4, 5).
Such hypocrisy, careerism and self-righteousness smack of clericalism that could be another name for what was wrong with the scribes and the Pharisees. And clericalism is hardly new among the followers of Jesus (see Thomas Reese, S.J.).
We only need to call to mind the ambition of James and John (Mk 10, 35-45). And the others’ anger only shows that they themselves are not without ambitious thoughts. They had earlier, after all, been arguing who was the greatest (Mk 9, 34). And the coming of the Holy Spirit has yet to spell the death of clericalism. For even now Pope Francis urges us to say “no” to all its forms (see also Louis Arcenaux, C.M.).
And Reese explains that clericalism has its roots in the human condition. It “is simply the manifestation in the church of very human temptations that are present in every organization: ambition, pride, arrogance and the abuse of power.”
Wearing the crown of thorns
So, pride is at the root of clericalism. Might uprooting it, then, not mean putting the lowliness that the crown of thorns entails?
Concretely, we all—both priests and lay persons bear responsibility for clericalism—should, like the publican, acknowledge we are sinners. This will stop us from boasting, as the Pharisee, of good works and from being scornful of others.
It will also lead one to say, “Who am I to judge?” And many will surely denounce him for his concern more about exploitation and injustice than about sexual sins between consenting adults (see Thomas Reese, S.J.). Are we willing to wear this crown of thorns, too?
Lord Jesus, we wait for the crown of righteousness that comes from you. Yours, not ours, are all good works (SV.EN VII:305), for we are sinners. Look on our lowliness and let our prayer reach you. And help us understand that the Eucharist “is not a prize for the perfect but a powerful medicine and nourishment for the weak” (EG 47).
27 October 2019
30th Sunday in O.T. (C)
Sir 35, 12-14. 16-18; 2 Tim 4, 6-8. 16-18; Lk 18, 9-14
VERSIÓN ESPAÑOLA
- Corona de gloria, corona de espinas
Jesús lleva ahora la corona de gloria, pues primero llevó la corona de espinas. Él demuestra verdadera la enseñanza: «El que se humilla será enaltecido».
Les está reservada a los fieles pastores del rebaño de Dios la corona de gloria que no se marchita (1 Pd 5, 1-4). Pero la recibirán solo cuando aparezca el supremo Pastor.
Pero no son pocos los que quieren tener la corona ahora. Éstos, al igual que los escribas y los fariseos desafiados por Jesús, apetecen las salutaciones, alabanzas y reverencias que les da la gente. Curiosamente, sin embargo, desdeñan ellos las mismas personas cuyas atenciones buscan, pues se creen superiores a ellas.
Así que quienes pretenden llevar ahora la corona de gloria hacen lo correcto pero por motivos equivocados, lo que es una forma de hipocresía. Maniobran también para lograr puestos de honor y poder. Se presumen además de ser justos, juzgando a los demás antes que venga el Señor (véase 1 Cor 4, 5).
Tales hipocresía, arribismo y pretensiones de superioridad huelen a clericalismo que podría ser otro nombre del fariseísmo. Y el clericalismo no es nada nuevo entre los seguidores de Jesús (véase Thomas Reese, S.J.).
Basta con acordarnos de la ambición de Santiago y Juan (Mc 10, 35-45). Y la indignación de los otros diez solo pone de manifiesto sus propios sentimientos ambiciosos. Después de todo, habían discutido anteriormente quién era el más importante (Mc 9, 34). Y la venida del Espíritu Santo aún no ha dado muerte al clericalismo. Pues aún ahora nos exhorta el Papa Francisco a «decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo» (véase también Louis Arcenaux, C.M.).
Y explica Reese que el clericalismo tiene sus raíces en la condición humana. «El clericalismo es simplemente la manifestación en la Iglesia de las tentaciones muy humanas que están presentes en toda organización: la ambición, la soberbia, la arrogancia y el abuso de poder».
Llevar la corona de espinas
Así, pues, la raíz del clericalismo es las soberbia. Erradicarlo, ¿no querría decir esto, entonces, vestirnos de la humildad que la corona de espinas supone?
Concretamente, como el publicano, nosotros todos, —que tanto los clérigos como los laicos somos culpables por el clericalismo—, tenemos que confesarnos pecadores. Tal confesión nos impedirá vanagloriarnos de las buenas obras y menospreciar a los demás.
La confesión también le llevará a uno decir: «¿Quién soy yo para juzgar?» Por esto le denunciarán muchos, pues él se preocupa más de la explotación y la justicia que las relaciones sexuales pecaminosas consentidas entre adultos (véase Thomas Reese, S.J.). ¿Estamos listos para llevar esta corona de espinas también?
Señor Jesús, nos reservas la corona de justicia. A ti, no a nosotros, atribuimos toda obra buena (SV.ES VII:250), pues somos pecadores. Míranos a tus humildes siervos y deja que te alcance nuestra oración. Y ayúdanos a entender que la Eucaristía «no es un premio para los perfectos, sino un generoso remedio y alimento para los débiles» (EG 47).
27 Octubre 2019
30º Domingo de T.O. (C)
Eclo 35, 12-14. 16-18; 2 Tim 4, 6-8. 16-18; Lc 18, 9-14