Ascension, Year C-2013
- Seek what is above, where Christ is seated (Col 3, 1)
The disciples look at the sky captivated. They get out of their ecstasy with the intervention of messengers who point out to them the similarity between the departure and the return of Jesus. In effect, the two indicate that, with the Lord’s ascension, his earthly ministry closes and the ministry of the Church, until Jesus comes back, opens with the power and guidance of the Holy Spirit.
And it is fine that we look intently towards heaven. It is our way, while we are still at home in the body, of going up to where the Ascended one is. Thus, too, we train ourselves now for the future life of eternal contemplation (St. Augustine).
By keeping our eyes fixed on the one whom God has seated at his right and in whom divine liberality is displayed, we hope to know better and better the hope to which God has called us, the riches of his glorious inheritance and the surpassing greatness of his power for us. Looking at the splendid outcome of the Lord’s way of life, we will, moreover, neither grow weary nor lose heart. Heartened by him, we also will be ready to endure opposition from the worldly.
Indeed, the Ascension impels us witnesses of Jesus to challenge the world. Our prayer before God and the one seated at the right of the throne will make us capable of everything (Coste XI, 83). We cannot just be standing there looking at the sky. We will leave our special places of contemplation to return to where the diverse multitudes are; we will leave God for God (Coste X, 55). In full view of the people, we will always praise God in our churches. We will proclaim in these centers of worship the other-worldly vision of the heavenly City where there is no temple, since its temple is the Lord God almighty and the Lamb. We will bring such other-worldly message to the ends of the earth.
The credible testimony both to Jesus and to the Holy Spirit who declares the world guilty demands, of course, that we adopt our Teacher’s lifestyle. The way we live will serve as a sacrament that makes the one who is not of this world present. Hence, we will rise above the world and put into practice the meaning of our proclamation of Jesus’ death until he comes, which the world cannot bear certainly: repentance and forgiveness, simplicity, humility, poverty, mercy, compassion. If we do this, we will fulfill the same mission as that of St. John the Baptist, the mission announced in the ancient temple, of preparing a people fit for the Lord.
And we are ready for the Lord inasmuch as we, among other things, keep the faith that the Son of Man hopes to find when he returns. People fit for the Lord are no longer captivated either by fine clothes, gold rings or reserved places of honor, all admired by the promoters of worldly partiality.
VERSIÓN ESPAÑOLA
La Ascensión del Señor C-2013
- Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo (Col 3, 1)
Al cielo miran cautivados los discípulos. Salen de su éxtasis con intervención de mensajeros que les señalan la semejanza entre la ida y la venida de Jesús. Efectivamente, los dos dan a entender que la ascensión del Señor indica el cierre de su ministerio terrestre y la apertura del ministerio de la Iglesia, confirmada y guiada por el Espíritu Santo, hasta que Jesús vuelva.
Y está bien que miremos atentos al cielo. Es nuestra manera, mientras vivimos en este cuerpo, de subir adonde está el Ascendido. Así también nos ejercitamos ahora para hacernos idóneos de la vida venidera de contemplación eterna (san Agustín).
Por tener los ojos puestos en el que a quien el Padre ha sentado a su derecha y en el cual se despliega la liberalidad divina, esperamos asimismo comprender cada vez mejor la esperanza a la que nos llama Dios, la riqueza de su herencia gloriosa y la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros. Fijándonos en el desenlace espléndido de la vida del Señor, no nos cansaremos además ni perderemos el ánimo. Alentados por él, estaremos dispuestos a soportar también la oposición de los mundanos.
Sí, la Ascensión nos impulsa a los testigos de Jesús a desafiar al mundo. Nuestra oración ante Dios y ante el sentado a la derecha del trono nos hará capaces de todo (XI, 778). No podemos quedarnos plantados mirando al cielo. Dejaremos nuestros lugares especiales de contemplación para volver adonde están las multitudes diversas; dejaremos a Dios por Dios (IX, 1125). A plena vista de la gente, siempre bendeciremos a Dios en nuestras iglesias. En estos centros de culto proclamaremos la visión extramundana de la Ciudad celeste, en la que ya no hay santuario, pues, el santuario allí es el Señor, Dios todopoderoso, y el Cordero. Y llevaremos tal mensaje extramundano hasta los confines de la tierra.
El testimonio creíble tanto de Jesús como del Espíritu Santo que declara culpables a los mundanos requiere, claro, que adoptemos con alegría el estilo de vida de nuestro Maestro. Nuestro modo de vivir servirá de sacramento que haga presente al que no es de este mundo. Nos elevaremos, pues, sobre el mundo y pondremos en práctica lo que se significa en nuestra proclamación de la muerte de Cristo hasta que él venga, lo que el mundo ciertamente no tolera: el arrepentimiento y el perdón, la sencillez, la humildad, la pobreza, la misericordia, la compasión. Haciendo esto, cumpliremos con la misma misión de san Juan Bautista, anunciada en el antiguo templo, de preparar un pueblo digno del Señor.
Y estamos listos para la venida del Señor en cuanto nos mantenemos, entre otras cosas, en la fe que espera encontrar el Hijo de Hombre cuando venga. Al pueblo digno no lo cautivan tampoco ni los vestidos lujosos ni los anillos de oro ni los puestos reservados de honor, admirados todos por los promotores de la acepción mundana de personas.